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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra España

Los caciques

Carlos Arniches (1920). Intérpretes: María Rus, Antonio Garisa, Pepa Rosado, Pedro Pablo Juarez, Carlos Muñoz, Paco Camoiras, Tito García, María Kosty, Félix Navarro, Tomás Sáez, José María Escuer, Rafael Castejón, Jaime Blanch, Mary Begoña, Amelia Font, Gracita Morales, María José Parra, Gabriel Salas, Antonio Campoy, etcétera. Decorado y figurines de Antonio Mingote.

Dirección: José Luis Alonso.

Reposición, teatro de La Latina. Madrid, 28 de enero.

Arniches dijo de su obra Los caciques que consignaba en el a "una amarga y viva realidad de las costumbres políticas españolas". Era el año 1920 y esto lo escribía en la dedicatoria a Alfonso XIII, junto a esta frase: "...si todos los españoles se hubieran penetrado de los altos propósitos renovadores de vuestra majestad, esta obra no hubiera podido ser escrita porque el caciquismo ya no existiría"; sin embargo, Alfonso XIII propició, tres años después, la dictadura de Primo de Rivera, que fue una especie de condensación del caciquismo. Algunas personas comentaron anteanoche la reposición de la obra en el sentido de su actualidad o de que parecía escrita ahora mismo.Esto supone o una ignorancia real de lo que fue la España de los caciques, residuos feuda les feroces y arbitrarios, o una deliberada posición política de las que se amparan en la frase "todo sigue igual" o "aquí no ha pasado nada". Lo cual no es cierto. Interesa de esta obra precisamente su condición de documento de una España que ya no existe, y, en todo caso, la permanencia de una crítica a formas de abuso de poder y a posibles desviaciones de la clase política. Interesa también la eterna condición de Arniches como creador de lenguaje, en el cual está siempre por delante de la pobreza de vocabulario y de ingenio de nuestro tiempo.Caricatura

José Luis Alonso ha entendido muy bien la situación de esta obra. La entendió ya en su primera reposición de 1962, en la que también se hicieron unas transparencias políticas en otro sentido -frente al régimen, compendio de otra forma suprema de caciquismo-, y repite ahora su fórmula: el aumento de su condición de caricatura. La elección -entonces y ahora- de Mingote como decorador y figurinista da a toda la representación un carácter de dibujo cómico viviente y una especie de doble fondo: si estamos acostumbrados a ver en Mingote las caricaturas de personas vivas o que vivieron, ver ahora a los gctores vestidos o imitando las figuras de Mingote que imitan personas le da una divertida sensación de distanciamiento y de gracia. La gracia amarga ideada por su autor. La interpretación está dirigida con el mismo sentido: con actores veteranos -Garisa y Castejón a la cabeza- que conocen muy bien la destemplanza hilarante de los personajotes abultados, de la forma en que se hacía el teatro antes de la guerra, con el grito y la frase preparada y colocada, con el efecto teatral dispuesto y organizado con dos finalidades muy claras: resaltar el texto y su condición de burla, y producir la risa sin dejar perder la moraleja.

Sobre esta reconstrucción está, naturalmente, la ironía de hoy, el vistazo de hoy. Nada de lo cual parece inducir a la identificación de esta España con aquélla. El hecho de que esta España necesita también su caricatura cómica, su costumbrismo delirante, su clásico castigat ridendo mores, es real; pero es otra cosa. Como clave no sirve. Sí sirve como ejemplo de un teatro que fue y de la justicia de que Arniches, que fue un autor cómico y de carpintería, forme hoy parte de la historia de la literatura española como un clásico, y del idioma como un maestro de la renovación, de la riqueza de vocabulario y de la extracción de efectos de palabra. Que siguen haciendo reír a carcajadas.

El estreno tuvo su éxito: muchas escenas fueron aplaudidas, y todos fueron ovacionados al final por un público que, en gran parte, recordaba y rememoraba la reposición de 1962.

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