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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Virus de Hollywood'

Infierno en el Ártico

Dirección: Larry Harlin. Guión:

Harlin y Markus Selim. Norteamericana, 1986. Intérpretes: Mike Norris, Steve

Durnham. Cines Imperial y Bulevar.

Fuera de límites

Director: Richard Tuggle. Guión Tony Kasden. Norteamericana, 1986. Intérpretes: Anthony Michael Hall, Jenny Wright. Cines Bilbao, Lleco, Princesa, Consulado, Garden, Velázquez, Victoria, Versalles.

Días rebedes

Director: Albert Magnoli. Procucción norteamericana, 1986. Intérpretes: Mitch Gaylord, Janet Jones. Cines Luchana y Madrid.

Película tras Película, coladas entre los huecos que les ofrece la exhibición en los momentos más propicios para los estrenos importantes de la temporada; o bien en masa durante los meses de las vacas flacas, cuando desciende a sus mínimos la demanda de cine -por ejemplo, en este enero en que estamos-, llega el llamado virus de Hollywood, que, como el de Singapur a los bronquios, ataca a la imaginación humana con una insidiosa infección de ese delicado ámbito de sueños que llamamos pantalla.Las carteleras madrileñas, en su apartado de lujo, el de los estrenos, tienen en estos momentos y, según su opulenta publicidad, como platos fuertes de un rancio banquete de películas averiadas, a las Isiguientes eminencias: Howard, un nuevo héroe, Cortocircuito, Quatermain en la ciudadperdida del oro, Golpe en la pequeña China, Días rebeldes, Infierno en el Ártico, Efectos mortales, Fuera de límites, Apunta, dispara y corre, Se acabó el pastel y Terrorfica luna de miel.

Preguntas

En esta docena de titulos con apariencia de cine -buen color, buenos encuadres, riqueza de medios de producción, guiones bien ordenados, buenos efectos ópticos, actores que saben su oficio y afinadas bandas sonoras destinadas a encubrir la más absoluta vaciedad- sólo hay un filme, el titulado Fuera de límites que, sin ser nada del otro mundo y junto con algunas secuencias pocas y si se ven con indulgencia de Cortocircuito y Efectos mortales, merece el nombre de cine.

El resto son penosas simulaciones, cuando no suplantaciones, de ese buen nombre. Y se avecinan nuevas películas que por la pinta, van a engrosar el atestado almacen de hollymemeces con que año tras año intoxican con la pócima del vacío a nuestra memoria enferma de olvidos. Habrá que verlas para no creerlas, hablar de ellas y vulnerar el único comentario que se merecen, que es el de la elocuencia del silencio. ¿Hay mejor manera de responder a la mudez que con la boca cerrada?.

Las tres últimas entregas de morralla hollywoodense constan arriba. De las tres, repito, sólo Fuera de límites, contiene algo de ese algo que convierte a una hora y media de pantalla movida y coloreada en cosa más noble que una cinta de celuloide pegada con esa acetona que une planos y desune signos. No es una buena película, pero es una película, obra menor de un cineasta, Richard Tuggle, que conoce su oficio y algunas de sus posibilidades expresivas. Las otras dos, como el largo rosario de las películas antes citadas y el que se nos avecina, sólo provocan a su vez otro rosario de buenas malas preguntas. Ahí van.

¿Por qué, si los cines de Granollers y Chipiona exhiben esto, no exhiben los de Detroit y Boston las películas de, es un decir, Alfredo Landa, que, incluidas las peores, son mejores? ¿Por qué el derecho a ver las buenas películas norteamericanas lleva aparejada la obligación de soportar las malas? ¿No ocupa esta estela de basura filmada el lugar que podría ocupar en nuestras pantallas el, desonocido aquí, buen cine del resto del mundo, que lo hay y mucho? ¿Es cierto que, en el rigodón hollywoodense, la venta a otro país de, por ejemplo, Memorias de Africa, obliga bajo cuerda a la compra por ese mismo país un lote de engendros como los citados? ¿De acuerdo con qué ley de embudo, un español que desee comer una rodaja de exquisito salmón de Alaska ha atracarse también con un kilo de sardinas de Maine, si las nuestras cantábricas le saben mejor? ¿No es comprar una joya con compra forzosa de un lote de bisutería una variante del manual de coirnercio con olor, a pólvora legislado por los ametralladores de Al Capone? ¿Qué se hace aquí, a es que tal práctica es cierta, para impedir tan deplorable y despótica humillación?.

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