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Ibarrola expone en Madrid liberado de tristeza

El nombre de Agustín Ibarrola ha estado especialmente ligado a su dura trayectoria política como militante comunista (actualmente está vinculado a Euskadiko Ezquerra), con una historia llena de procesos y detenciones. Pese a que su actividad artística ha sido reconocida ampliamente por la crítica, su obra pictórica y escultórica ha sido escasamente mostrada al público y no ha salido de su taller más que para algunas muestras colectivas. La llegada de la democracia casi agudizó la red de olvido tejida sobre este hombre."Me alegro mucho de estar aquí, con esta exposición en Madrid", dice Agustín Ibarrola, "en mi condición de artista vasco reconocido por los poderes públicos de Madrid. Los que escriben hablan de mi recuperación profesional y ciudadana. Para mí es muy importante, porque frente a la imagen del vasco cargado de sangre y drama, en mi caso llega un vasco sin sangre, con una gran ilusión por el futuro, liberado ya de toda tristeza".

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La larga espera de un reconocimiento

La exposición arranca con pinturas realizadas a principios de la década de los cincuenta y termina con muestras de sus últimas creaciones. "He traído dibujos, telas, grabados, óleos, cartones, relieves en madera, tratamientos en cajas cartón. Son muestras del trabajo realizado con diferentes materiales, producto de la investigación que es propia de los artistas de vanguardia de este siglo, porque yo no me limitado a dar un testimonio social sino que quería que éste se hiciera sobre los soportes físicos más revolucionarios. Yo pienso que lo que el hombre construye responde a una cultura de la forma y del material. El mundo visto desde el prisma de un artista tiene textura, forma, además de color, movimiento y sonido. La forma es para mí un elemento de provocación de la creatividad de un artista".

Para Ibarrola, la búsqueda de esta forma ha tenido una importancia entrelazada con su necesidad de dar testimonio político de todo lo que ocurría a su alrededor. "El hombre no vive en un paraíso terrenal. Las relaciones que el hombre establece con todo lo que le rodea son un motivo de reflexión. Yo presumo de ser uno de los artistas que tanto en el franquismo como ahora ejercita al máximo su libertad de expresión, que consiste en no aceptar la sociedad tal como está constituida sino tener sentido crítico y desear una sociedad más justa con un nuevo arte y una nueva cultura".

Las características puramente vascas de su arte están muy definidas. "Mi arte es profundamente vasco gracias a que estoy asumiendo el rol de la parte de la vanguardia racionalista, movimiento muy internacionalista que se deriva de las primeras ideas del socialismo de finales del XIX, con todo el constructivismo. Esas grandes corrientes internacionales son las que a mí me han dado las claves para investigar en las raíces vascas. El amor a la vida que hay en mis obras es parte de esas raíces".

Esta antológica es importantísima para Ibarrola. "Por primera vez, desde mi detención en 1962, mi obra se va a presentar al público como el artista que soy. La gente me ha marginado por mi imagen de activista político, del que pertenece a una historia superada. Esto ha sido una auténtica tragedia para mí. Soy conocido fuera del arte, pero un auténtico desconocido como creador. Las instituciones museísticas no tienen obra mía. Las galerías tampoco tienen obra. Muy pocos coleccionistas privados tienen algo mío. Llego al extremo de que mi exposición va a coincidir con Arco y ningún participante cuenta con piezas mías".

El vacío

Este vacío sufrido por Ibarrola se debe a varios motivos. "El clima que me creó el franquismo fue una monstruosidad, porque las galerías de arte no querían jugar bazas fuertes. Allí donde mi obra se exhibía, la exposición, individual o colectiva, era automáticamente prohibida. La gente tomó miedo a contar conmigo como profesional. Ninguno de mis propios compañeros se ha tomado en serio el reivindicarme cuando yo considero que soy un gran artista de vanguardia desde la década de los cincuenta. Tanto Oteiza como yo marcábamos pautas que muchos seguían y eso se les olvidó luego a muchos".

En el caso concreto del Gobierno vasco, Ibarrola cuenta que su único contacto se produjo cuando fue expulsado de la Escuela de Bellas Artes. "Fui allí con el decano y el vicedecano de la Escuela y sólo logramos que nos recibiera una secretaria que, mirándome de arriba abajo, dijo: '¿Y éste qué pinta aquí?'. Es decir que me han relegado a hablar con bedeles y secretarias. Para el arte vasco, el Gobierno vasco ha sido un instrumento de división y aislamiento de las gentes más valiosas. Conmigo no han contado, ni siquiera cuando en alguna rarísima ocasión han enviado una exposición colectiva al extranjero o a Madrid. Han premiado a los mediocres y han castigado a los mejores. Han hecho las cosas de una manera tan partidista, aldeana y pequeña que a uno le da vergüenza criticar estas cosas fuera de Euskadi. Me gustaría haber tenido ocasión de felicitarles, porque yo no estoy sistemáticamente contra todo poder. Pero se han portado muy mal".

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