Tras el holocausto
Con la típica ligereza de los revolucionarios dé salón, Mario Benedetti despotrica (EL PAÍS, 21 de diciembre de 1986) contra los gobernantes constitucionales de Argentina y Uruguay, en razón de que éstos transitan con prudencia por el filo de la navaja a la hora de enfrentar el pasado aberrante de sus respectivas fuerzas armadas.Benedétti debería saber, en su condición de sobreviviente del holocausto del Cono Sur, que dichos gobernantes constitucionales no se cuentan entre los jefes que los militares han aprendido a respetar y obedecer, y que, por tanto, ninguna, precaución es exagerada a la hora de tratar con estos insurrectos potenciales. La amenaza de golpe de Estado, o de magnicidio, está rampante, y sólo quienes preserveran en el proyecto suicida de agudizar las contradicciones, o de crear 100 Vietnam en América Latina, pueden menospreciar los sacrificios que realizan los presidentes Alfonsín y Sanguinetti para sacar adelante el precario proceso de regeneración democrática.
La experiencia ha enseñado dónde desembocan las ensoñaciones mesiánicas, de las cuales fue un testimonio la nefasta idealización de los montoneros y los tupamaros, y también debería haber enseñado las virtudes del posibilismo y el pragmatismo que salvaguardaron la transición pacífica en España. Si Benedetti no brilló por su moderación antes de la primera masacre, los mismos reflejos que le permitieron contarse entre los privilegiados que nos expatriamos a tiempo deberían inducirle a recapacitar antes de reincidir en el maximalismo. Pues si llegara a repetirse la matanza, la sociedad les echará a él y a otros dogmáticos como él, y no a los presidentes Alfonsín y Sanguinetti, la responsabilidad de haber vuelto a crear el clima de beligerancia apropiado para el cuartelazo.-
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