Disparando cocaína
GUILLERMO CANO era un hombre entero y un periodista ejemplar. Empeñado en una batalla sin concesiones contra la mafia del narcotráfico en Colombia, fue acribillado a tiros a la salida de su trabajo. No puede separarse su muerte del proceso degenerativo que está sufriendo la democracia colombiana como consecuencia de la ofensiva que están llevando a cabo los señores de la droga. Colombia es la principal productora de cocaína en el mundo.Es terrible la lista de las personalidades caracterizadas por su rechazo a las intimidaciones del narcotráfico que han caído bajo las balas de asesinos casi nunca descubiertos. El ministro de Justicia Rodrigo Lara, en 1984; un magistrado del Supremo, varios jueces y policías conocidos por su conducta incorruptible. En julio pasado caía el periodista Luis Casado; en septiembre, otro periodista, Raúl Echabarría Barrientos. Ahora, Guillermo Cano.
Colombia necesita cambios de alcance: una voluntad política que se libere de un sistema corrompido, y unas estructuras dispuestas a atacar a la narcocorrupción en la cúspide de su imperio. A pesar de la cruzada antidroga lanzada por el presidente Barco, la solución no parece cercana, y las bases más elementales de la democracia y del Estado mismo se tambalean.
El asesinato de Cano abre interrogantes sobre la actitud del Gobierno y los tribunales españoles concediendo la extradición a aquel país a los colombianos acusados de narcotráfico Jorge Luis Ochoa y Gilberto Rodríguez Orejuela. Las presiones de todo género que se movieron para lograr o impedir el regreso de ambos a Colombia merecen una investigación y una aclaración por parte del Gobierno. España sigue siendo punto neurálgico en el comercio internacional de drogas. La insensibilidad de nuestra sociedad y la ineficacia, oculta por la retórica o los discursos morales, de nuestro Parlamento son más que culpables.
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