Polémicos como su creador
R. M., En un Estocolmo inusualmente templado para la época, con las fachadas y techos de los edificios luciendo su habitual color verde amarillento ante la ausencia de nieve, se celebró una vez más la ceremonia de entrega de los Premios Nobel. Un rito que se sigue, salvo escasas interrupciones, desde 1901, en cumplimiento del testamento de Alfred Nobel. Polémico como la propia personalidad de su creador, tanto éste como aquellos han sido objeto de críticas muchas veces ásperas. Tanto el origen del dinero que financia los premios como el criterio aplicado por los encargados de adjudicarlos, han pasado por el tamiz de las observaciones de críticos y entendidos. Dos han sido las disciplinas que han despertado mayores tormentas en más de una oportunidad: el premio de Literatura y el de la Paz. En ambos se han señalado omisiones incomprensibles, tanto como adjudicaciones también incomprensibles. Ocasionalmente también el premio de Economía ha sido motivo de controversias.
Dichas críticas, provenientes a veces de voces especializadas y otras reflejo de un sentimiento popular, no han logrado sin embargo desmerecer el prestigio del premio, que más allá de errores y aciertos y también de lo que materialmente significa para cada laureado, sigue siendo el galardón más preciado tanto para un escritor como para un investigador científico.
Para los suecos, el 10 de diciembre, fecha en que se celebra la ceremonia de entrega de los premios, es casi un día de fiesta nacional. País pequeño y un tanto marginado geográfica y culturalmente del resto del universo, no puede evitar el sentir una sensación de legítimo orgullo cuando las miradas del mundo se vuelcan hacia él. Millones de personas de todos los continentes siguieron ayer la ceremonia a través de la televisión.
Babelia
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