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Tribuna:EL REGRESO DE UN ESCRITOR TÍMIDO
Tribuna
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Tras el espejo de las palabras

Tres de los cuatro libros que acaba de publicar Rafael Sánchez Ferlosio llevan fechas bastante exactas de composición: La homilía del ratón son artículos publicados entre 1979 y 1986; Campo de Marte, escrito entre diciembre de 1982 y noviembre de 1984; Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado fue escrito entre marzo y mayo de este año, con un añadido (La mentalidad expiatoria) de 1982. Sólo las fechas de El testimonio de Yarfoz, un texto de ficción, permanecen en la bruma. Es de suponer, por algunas declaraciones del propio escritor, que se trata de un fragmento desgajado de una larga saga que Sánchez Ferlosio compuso a finales de los sesenta, cuyo título aproximado sería, (La) Historia de las guerras barcialeas.Parece, por tanto, que datar los ensayos es fundamental, ya que se trata de añadir verdad a la verdad. Mientras que, por el contrario, precisar la ficción es menos importante, pues de nada sirve salpimentar la mentira con la verdad. Hay aquí un cambio sustancial con relación a los primeros y ya magistrales escritos del autor, ficciones absolutas fechadas con absoluta precisión. El Alfanhuí se terminó de escribir el 13 de diciembre de 1950 -su autor acababa de cumplir los 23 años-, y El Jarama lleva fechas de composición exactas: entre el 10 de octubre de 1954 y el 20 de marzo del año siguiente.

Lo mismo sucedió con los relatos Y el corazón caliente (febrero de 1956) y Dientes, pólvora, febrero (1 al 4 de marzo de 1956). En 1963 apareció un relato para jóvenes, El huésped de las nieves, y luego poco más. La precisión desapareció de la obra de ficción, o fue la propia ficción la que simplemente desapareció del mapa.

El testimonio de Yarfoz, sin embargo, viene a probar que no había desaparecido de las preocupaciones del escritor, y la existencia -en estado bruto o en gestación- de (La) Historia de las guerras barcialeas muestra también que la ficción sigue, o seguía en aquellos años, obsesionándole. En una Nota del editor se alude al posible cambio experimentado por el escritor, convertido ahora en editor, "que dio primero", dice textualmente, "en volver a sus veleidades de gramática y seudofilósofo, y después en meterse a periodista".

Sus protestas acerca de su inconstancia, su pereza y su falta de profesionalidad no quieren decir nada: ya conocemos algunas muestras de su trabajo incesante, y ya se sabe que eso de la profesionalidad no quiere decir nada -o poco- en literatura.

Al principio -fulgurantede su carrera (?), Sánchez Ferlosio lo tenía bastante claro: en la misma dedicatoria de Alfanhuí califica su libro de "historia castellana y llena de mentiras verdaderas". ¿Es que ahora ya no hay para él mentiras verdaderas? Su primera novela era mágica y fantástica, y la segunda realista, como si se hubiera propuesto investigar los límites de la ficción.

Aunque en realidad estos calificativos eran más aparentes que reales, pues Alfanhuí basaba su fantasía en los datos del lenguaje, convirtiendo en realidad las metáforas habituales del habla, y El Jarama puede ser leído como una narración simbólica desde su cita inicial de Leonardo. Sánchez Ferlosio, dotado desde el principio con el don de la palabra, no hacía otra cosa, desde que empezó, que investigar en torno a ese inexplicable don.

¿Fea la exactitud?

¿Por qué la palabra? ¿De dónde viene su hermosura, o simplemente dónde está su verdad? ¿Puede ser fea la palabra exacta? Sin duda fueron reflexiones de este tipo las que sumieron a Sánchez Ferlosio en el silencio público, ya que no en el privado. En 1974, Las semanas del jardín dieron testimonio de estas meditaciones, bajo un lema de primera magnitud -el título es el de la obra que Cervantes prometió y nunca llegó a escribir- y en dos partes cuyos enunciados estaban muy claros: el libro escrito revela, y brilla cuando se consume. Aquellos dos volúmenes eran el relato de su aventura con las palabras.

Podría parodiarse el principio del Scaramouche, de Sabatini, para hablar de Sánchez Ferlosio: "Nació con el supremo don de la palabra y con la sensación de que el mundo estaba loco". Emociona su rebeldía civil, la búsqueda de la verdad, ese intente desmesurado por alcanzar la exactitud y por no dejar ningún cabo suelto; o esa prosa soberbia que se quiere humilde, esa ascesis clásica en el seno de tantos meandros que rechazan el barroquismo, esa piedad y esa ternura infinitas enmascaradas en un estilo de mármol. "La literatura es ficción", ha repetido estos últimos días, como un coletazo del mal entendido lema orteguiano despedazado entre la literatura y la precisión.

Pues ello no es totalmente cierto, y él lo sabe muy bien. No es solamente que los géneros tiemblen en nuestros días. No sólo Borges hace ensayos que parecen cuentos y al revés. Cuando Sánchez Ferlosio trajo a este períódico un texto titulado El escudo de Jotán, pretendió publicarlo como artículo de opinión pero salió como relato en Libros. Después lo publicó como si fuera un cuento. En El testimonio de Yarfoz, Nébride termina como necrógrafo real, escribiendo las palabras que en la Gran Necrópolis sustituyen a los muertos por su memoria.

Así la literatura, así las palabras, que para este escritor genial son como el espejo para Alicia. Hay que pasar al otro lado, allí donde se unen lo bueno, lo bello y lo verdadero, donde ficción y realidad, o mentira y verdad, forman la autenticidad del arte. Rafael Sánchez Ferlosio no volverá a la ficción ni a la literatura. No le hace falta: nunca se fue. Está en ellas desde siempre.

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