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Crítica:'BALLET'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un árbol sin fruto

Los errores del estreno del Ballet Nacional de España son mucho mayores que sus aciertos. Ray Barra, que fue en su momento un reputado bailarín, evidencia no ser profesionalmente capaz de asumir una recreación de esta magnitud ni de dirigir el conjunto. Sus experimentos ya le habían sido costosos al Ballet Nacional, y esta vez la equivocación partió desde la postiza y peregrina implantación de la trama en época modernista.Cascanueces ha sido la piedra de tropiezo de más de un coreógrafo eminente y experimentado, que no es éste el caso. La prueba mayor es que las versiones que se mantienen en cartel, como la de Balanchine, respetan los elementos coreográficos básicos del original de Ivanov. En este sentido las reposiciones de Alexandra Fedórova para el Ballet de Rig en 1929 y para el Ballet de Montecarlo en 1940 sentaron cátedra

Cascanueces

Ray Barra / Chaikovski; diseños: José Ramón Sánchez. Ballet Nacional Clásico. Valladolid, Teatro Calderón, 5 y 6 de diciembre.

Cascanueces, desde los tiem pos en que Fedórova lo enseñara a miembros del American Ballet Theatre (lugar donde dice el abultado currículo de Barra que ha trabajado anteriormente), fue marcado con un espíritu de interpretación elevado, planteando desde antiguo un problema entre la brillantez de los temas sonoros y cómo hacer que el baile de puntas lo igualara.

Si Barra quería hacer una versión nueva debió asumir la renovación hasta el cimiento y no bo rrar de un plumazo a Ivanov, re fugiarse en los gajos de Cranko copiar descaradamente otro ballet: Baile de Graduación, de David Lichine, e implantar en el primer acto su mímica y personajes.

No ha habido un estudio dra matúrgico y Barra ha desoído el tono y el acento convencional, rechazando toda intención aérea, con lo que consigue que la música quede demasiado grande para lo que pasa en escena.

En el primer acto de este Cascanueces no hay baile, falta enjundia coreográfica, se añoran las evoluciones que, para dicha del patrimonio histórico de la danza, están asociadas a la partitura de Chalkovski.

Las danzas de grupo han sido sintetizadas hasta la simplicidad eludiendo toda dificultad de coordinación y ejecución. Para más, la mayoría de las bailarinas del cuerpo de baile exceden el peso tolerable para aparecer con tutú. ¿No entra esto dentro de la responsabilidad de la dirección?

Bailarines honestos

En la primera función, Carmen Molina estuvo dignamente con centrada en dar a su Reina de las Flores una altura que consiguió y su baile fue correcto, elegante, recogiendo los mayores y más justos aplausos junto a Antonio Castilla, que demostró una vez más ser el bailarín más esforzado de la compañía y su rigor en escena le hace destacar.Sofía Sancho (las manos más bellas del Ballet) eleva un personaje inútil: la viuda, acentuando con delicadeza los detalles humorísticos. Mabel Cabrera mostró su clase en este mismo papel. Es una de las jóvenes con más talento en la plantilla actual de la compañía. En esta misma cuerda, Daniel Alonso ofrece un buen resultado en un personaje travieso díscolo donde se ve que ha y trabajado mucho y seriamente.

María Luisa Ramos, en la segunda representación, hizo una Clara llena de inocencia, entregada al sueño, demostrando también buena técnica y profesionalidad. Su línea interpretativa es muy acertada haciendo pareja con Ricardo Franco, centrado en su papel de cadete enamorado. Marta Castrillo hizo una danza árabe llena de sensualidad.

Conjuro de luces

Algún conjuro mecánico hizo que el escenario se ensombreciera al salir Arantxa Argüelles para su variación de la Reina. A pesar de ello, se vio su sólido giro y un porte lleno de aire clásico. Raúl Tino es un caso lamentable, pues teniendo condiciones, figura noble y talento, lo desperdicia en un descuido que llega a ser enervante falta de respeto al público de ballet.Su baile es hedonista, sin cuidar para nada a su compañera, uno de los preceptos inviolables del paso a dos. Tino no cierra bien sus piruetas, no acaba los pasos ni regula los equilibrios. En el ámbito de la danza clásica, la época de los grandes narcisos ha pasado.

Lo peor bailado ambas noches ha sido -paradójicamente- la danza española, donde comparten culpa bailarines y coreógrafo.

El Gran Brujo y sus huestes, además de pocos, parecen sacados de un mal cabaré, y aquí está el único error importante de los diseños de José Ramón Sánchez, que en varios momentos salvan la vida al montaje. Los figurines, aunque llenos de color, afectan entre sí demasiadas diferencias de factura en su realización, como en los tocados (algo que es tan importante en ballet), donde ha sido traicionada la idea original. Los trajes de la danza de la nieve debieron ser más sueltos y ligeros.

La escenografía también ha sido mal confeccionada y sólo se salva el primer cuadro. Sánchez ha sorteado con fortuna su primera incursión en el ámbito del diseño de ballet, aunque la insistencia de Barra en concretar la acción en el realismo dificulta y merma su fantasía.

Aunque entretenido por momentos gracias al músico, al encanto naïf del escenógrafo y a la entrega de un gran número de los bailarines, es desconsolador que el Ballet Nacional Clásico derive así después de una etapa donde parecía que el rigor, por fin, se había asentado en la casa.

Nadie escarmienta por cabeza ajena. No se trata de que nuestra compañía titular no sea capaz, pues está visto que material humano hay, aunque no sobra. Se trata de política de dirección y sensatez a la hora de seleccionar repertorio y profesorado, pues nuestros bailarines clásicos se notan necesitados de más rigor y coherencia en el aula de clases. ¿Cuánto ha costado esta producción en tiempo y recursos materiales? Vale la pena preguntarse muchas cosas antes de seguir adelante... o hacia atrás.

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