Dificultades de comunicación en la obra de Richard Foreman
Richard Foreman es una institución de la vanguardia (si es que las dos palabras pueden ir juntas) en Estados Unidos. Instalado, conocido, hecho doctrina, sus fieles pueden seguirle con fruición en sus aventuras teatrales, seguros de que van a entender sus signos, sus alusiones: su lenguaje. Se suele decir que la acción de las obras de Foreman sucede en su propio cerebro: él mismo lo explica bien cuando cuenta su compleja manera de escribir, más o menos basada en el estructuralismo, en una especie de juego de sincronías.En Africanis instructus, lo que podría decirse que sucede es una exploración del territorio africano hecha en tiempos de la reina Victoria, o quizá la entrada ingenua de ese supuesto mundo africano en un salón londinense; todo ello toma el aire de un musical americano de la época anterior al gran espectáculo -creada por otra institución, el compositor Stanley Silverman-, con algunos personajes característicos y algunas inflexiones típicas: una ingenuidad por la que merodea una malicia inteligente.
Afrikanis instructus
Autor: Richard Foreman. Música de Stanley Silverman. Intérpretes: Music Theatre Group y Lenox Art Center, de Nueva York. Decorados de Richard Foreman y Nancy Winters. Vestuario de Jim Buff. Dirección de Richard Foreman. Festival de Otoño. Teatro Monumental. Madrid, 15 de octubre.
El personaje clave es recurrente en Foreman: Rhoda, una muchacha inspirada por la Alicia de Lewis Carroll -de cuya misteriosa y burlesca lógica hay también mucho en estas obras-, que generalmente interpreta su esposa, Kate Manheim, que no ha venido en esta gira. Rhoda sería también una forma de conciencia pura o infantil, quiza la del mismo autor, que se asombra del mundo al revés del otro lado del espejo.
Todo esto quiere decir que un primer encuentro con Foreman para un público que está lejos de las tradiciones y de las formas culturales que evoca es muy duro; más si se anuncia con una torpeza quizá no exenta de malignidad que se trata de un musical de Broadway, que es un término muy específico dedicado a un género definido. Esto provocó la huida lenta de algunos grupos de espectadores y la frialdad de los supervivientes desorientados. No es culpa de ellos, ni tampoco de la calidad del espectáculo, sino probablemente de la improcedencia de la importación de la obra, tan desgajada de las líneas habituales de conocimiento de un público que suele acoger con entusiasmo lo desconocido a condición de qué tenga algún brillo externo.
Todo es interno
Hay espectáculos que comunican por sí solos, por simpatía, por arrastre, aunque su fondo quede secreto. Pero en Africanis instructus todo es interno: el lenguaje -no sólo el idioma inglés, sino el concepto y las referencias culturales que sugiere-, la pobreza deliberada del decorado -colores y formas de ilustración de cuento barato de fin de siglo-, las inflexiones secretas de la música y una interpretación, donde la forma de ópera no se dedica a alardes de canto y donde la parte actora está hecha sobre la imitación de un teatro primitivo de Estados Unidos, del que quedaron algunas huellas en el primer cine mudo. Para los especialistas en teatro, para los que esperan siempre renovaciones deotra forma de investigar los lenguajes escénicos -lo que se habla, lo que se representa, lo que se mueve- es un objeto de estudio interesante, aunque ya no tenga demasiada novedad.La inteligencia, el humor filosófico de Foreman, su correspondencia con las imágenes, con la música y la actuación muestran la capacidad unitaria de lo que se suele llamar un hombre de teatro, que es algo que va escaseando en una época de división cada vez mayor del trabajo. Y eso siempre es fascinante.
Babelia
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