Galloso pide plaza en Las Ventas
JOAQUIN VIDAL La corrida de ayer en Las Ventas era de repesca: tres toreros que fueron figuras, ahora con pocos contratos, buscaban una oportunidad para lanzarse de nuevo. Los tres hicieron cuanto cabía frente a toros dificultosos, pero fue Galloso el que pidió plaza con más fuerza. Para ello, le bastó estar decidido con un torazo de Los Bayones y entender su complicada psicología.
Eran toros dificultosos y serios. Una vez más, la realidad del ganado que saltó a la arena desmentía la mala fama que tiene la afición madrileña por esos mundos taurinos, donde la acusan de exigir el morlaco apocalíptico, cargado de arrobas. Los que salieron, aparte el de Los Bayones y algún otro, rebasaban en muy poco el peso mínimo reglamentario.
Moro / Aranda, Galloso, Durán
Toros de Moro; 22, sobrero de Los Bayones: con trapío y dificultades. Raúl Aranda: estocada (aplausos y saludos); estocada baja (silencio). José Luis Galloso: bajonazo descarado (ovación y salida al tercio); estocada perpendicular baja (silencio). Curro Durán: pinchazo y estocada caída (aplausos y saludos); pinchazo bajo y descabello (aplausos).Plaza de Las Ventas, 12 de octubre.
Ocurría, sin embargo, que poseían trapío, es decir, que lucían la proporcionada corpulencia, el desarrollado armamento, la respetable seriedad que caracterizan al toro de lidia. Y con eso -nada menos se da por satisfecha una afición entendida y exigente. Luego, resultó que esos toros, además, sacaban casta mala. El que no pegaba tornillazos se quedaba en el centro de la suerte; éste se revolvía con genio, aquél berreaba, reservón, hasta acularse a tablas.
Y, por añadidura, varios padecían derrengamiento pernicioso o depresión amorosa, que les hacía rodar por la arena. Buenos tumbos daban, mientras la afición voceaba indignada sus frustraciones, solicitando el cese fulminante del presidente, que, a la sazón, se llamaba el señor Lamarca, pues no accedía a sustituir los toros inválidos. "¡Lamarca, dimisión!", gritaba la masa de aficionados, bajo los paraguas, entre toses y estornudos.
Es decir, que la repesca de toreros se presentaba problemática con tan deslucido género. Bastante hizo Raúl Aranda, en consecuencia, al sacar a su primero hasta el mismísimo platillo e instrumentarle unas torerísimas verónicas, cargando la suerte y dando el mediopecho en el cite o porfiando con la muleta las inciertas embestidas de su lote, en el que sólo las del primer toro eran relativamente boyantes y únicamente por el pitón derecho.
Bastante hizo, también, Curro Durán, al sortear los acosones de sus dos enemigos, que se le revolvían malintencionados, al remate de cada pase. Curro Durán olvidó exquisiteces -que, por cierto, no le sobran- para aplicar el muleteo recio, la vista larga y el pie ligero que requerían esas desconsideradas formas de embestir. Su peón Luis Mariscal prendió dos excelentes pares de banderillas al sexto toro y, como la ovación fue de gala, tuvo que saludar montera en mano.
El quinto abusó de su fuerza con el caballo, al que revolcó por el fango dos veces, picador y todo. Los zurraba en medio del tremendo chaparrón que caía entonces y el picador se incorporaba de los charcos furibundo por los batacazos y porque su lindo castoreño se embarró en la refriega. Cometida la fechoría, el toro no quiso embestir más, aunque Galloso le porfiaba bajo el temporal. Tuvo mérito Galloso.
Pero mérito mayor tuvo su faena al de Los Bayones, el torazo armado hasta los dientes, cuya complicada psicología entendió. Lo llevó al centro del ruedo, allí le dio distancia, le ligó redondos y ayudados. El torazo bronco, gran bravucón durante la brega, en el terreno que le toreó Galloso ya no tiraba tornillazos, pues el diestro se había hecho el amo de la situación. Galloso pidió plaza y la tiene ya, al menos en Las Ventas, después de esa faena, valerosa, inteligente, de torero hecho. Si, ya que está en tal plano de torería, cura el furor derechacista que le ha venido atacando durante años, su retorno a la categoría de figura puede estar, sin ir más lejos, a la vuelta de la temporada.
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