Frialdad europea ante la negociación
A. O. De una y otra parte se afirma que las superpotencias están próximas a un acuerdo sobre los euromisiles. Paradójicamente, los europeos no han acogido hasta ahora con gran calor esta posibilidad.
Para instalar los euromisiles en Europa, diversos Gobiernos de países de la OTAN tuvieron que superar, con éxito pero con dificultades, una opinión pública reacia.
La exigencia de su desmantelamiento ha calado en algunos partidos socialistas.
El despliegue de los misiles Pershing 2 y de crucero norteamericanos se presentó como una respuesta a los SS-20 soviéticos. Ahora algunos gobiernos europeos piensan que los euromisiles son útiles, no contra los SS-20, sino para vincular la disuasión norteamericana a Europa.
Los aliados habrían, además, de volver a repartirse, no sin dificultades, los misiles que quedaran.
Estados Unidos y la URSS podrían limitar a 100, en un acuerdo provisional, el número de cabezas nucleares en misiles de alcance intermedio desplegadas por cada parte en Europa, lo que por primera vez implicaría un verdadero desarme.
Persisten, sin embargo, grandes problemas antes de llegar a un acuerdo, entre ellos el de la verificación y el del límite de los SS-20 instalados en la parte asiática de la URSS. La URSS quiere suprimir los 108 Pershing 2 desplegados en la RFA, que son los más amenazantes y rápidos. La RFA quiere un firme compromiso de que si se limitan los euromisiles se limiten también los sistemas de más corto alcance, como los SS-21 y SS-23, de los que carece la OTAN y que amenazan principalmente al territorio alemán.
En el terreno de las armas estratégicas ambas partes parecen dispuestas a reducir el número de cabezas (10.600 de EE UU y 9.804 de la URSS, en 1985) en un 3,0% en un primer momento. El desacuerdo se centra en el reparto de ese desarme entre misiles lanzados desde tierra, desde el mar y bombarderos de largo alcance, al tener cada superpotencia distribuidas de modo diferente sus unidades. La URSS liga este capítulo a la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), a la que EE UU no quiere renunciar.
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