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10 horas de Camboya entre antiguos trenes

El Théâtre du Soleil representó en una noche 'La terrible pero inacabada historia de Norodom Sihanuk'

Medio millar de espectadores llegó al final de la representación de La terrible pero inacabada historia de Norodom S¡hanuk, rey de Camboya y ovacionaron cinco minutos al Théâtre du Soleil. La obra enlazó durante 10 horas el miércoles y el jueves en el Museo Ferroviario, en Madrid, como uno de los platos fuertes del Festival de Otoño. Comenzaron a verla unas 800 personas, sobre las 1.000 del aforo, pero 300 abandonaron. La terrible pero inacabada historia..., detallado informe sobre la Camboya contemporánea y meditación más bien triste sobre el neutralismo y la fatalidad de la historia, será presentada del 8 al 12 de octubre en el Mercat de les Flors, de Barcelona.

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Las tinieblas de la historia

En realidad, no importa demasiado el número de espectadores, a causa de la presencia dramática de 500 muñecos de aspecto camboyano -no faltan seis monjes budistas-, que observan la tragedia desde altos palcos. Miden algo más de medio metro y tienen la mirada atónita de los pueblos que viven una epopeya: cuando se descubre el genocidio de los jemeres rojos, sólo ellos quedan, iluminados, como testigos.El escenario, único, tuvo en Madrid los 300 metros cuadrados necesarios para contar una larga historia -desde las 16.30 hasta las 2.30 de madrugada- y al mismo tiempo la absoluta desnudez y abstracción precisas para situar en él lugares distantes como Phnom Penh, el aeropuerto de Pekín, un avión o las orillas del río Mekong. El escenario en Madrid se situó en el Museo Ferroviario, donde se alinean bellísirnos trenes antiguos y donde a veces se oyen fantasmales silbidos de la vecina estación de Delicias.

Los actores entran y hacen mutis corriendo a largas zancadas, sin mover apenas la cabeza. Les acompaña la música peculiar creada por Jean-Jacques Lernetre e interpretada por una orquesta de dos músicos y un ayudante, que terminan convirtiéndose en estrellas, aplaudidas, de los espectadores. Es difícil describir esa música, entre otras cosas, porque en ella intervienen instrumentos creados especialmente para ella. Prima la percusión -grandes tambores, gongs, palos que parecen mazasy la cuerda: es la que crea la melodía primitiva y melancólica que hila el drama. El viento tiene un papel más secundario para el profano: crea escenarios musicales como el rumor de la selva o los augurios de los pájaros. Tiene un papel definitivo la luz -creada por decenas de focos-, que no diferencia sólo la noche y el día, la tristeza y la esperanza, sino los innumerables matices entre ellos. Consigue, por ejemplo, la penumbra rayada que filtra el apretado cielo de una jungla.

La entrada a La terrible e inacabada historia... da derecho a otro espectáculo: la ceremonia del maquillaje y disfraz en los vestuarios, dispuestos de forma que quien lo desee pueda ver lo que ocurre en ellos sin incurrir en fisgoneo. En el museo de los trenes, uno de los dos vestuarios fue dispuesto al lado de las altas tribunas. Formaban las paredes, sin techo, largas tiras de tela, con ranuras tan anchas como las telas.

Teatro sagrado

La representación de los vestuarios hipnotiza. Está claro que los actores del Théâtre du Soleil conciben este tiempo como una ceremonia. "El teatro es ritual", dijo Ariane Mnouchkine; "hay algo de sagrado en él". El maquillaje puede durar mucho tiempo -consiguen prodigios como convertir al chileno Andrés Pérez Araya, de 35 años, en el viejo líder chino Zhou Enlai-, y la espera transcurre en posiciones de concentración -postura de loto- y relajamiento: acostados.Es un vestuario muy amplio, cuadriculado en unos 24 pequeños tocadores con aire de altares de Oriente. Cada uno dispone de una mesita baja con un espejo y una estera -ni una silla-, y se propicia la concentración mediante luces bajas individuales y flores. Veintisiete actores representan a 69 personajes, por lo que éstos cambian de vestimenta con frecuencia y el tráfico es como de hora punta. No lo parece. Reina la tranquilidad y se habla, poco, en susurros. Hombres y mujeres se cambian de ropa al borde de un larguísimo perchero que ordena cientos de trajes.

Es evidente el espíritu comunitario del grupo. En el descanso central de los tres previstos, pasada la medianoche, los no actores de la compañía, dirigidos por Mnouchkine, la directora, venden a 300 pesetas raciones de arroz camboyano sazonado con cilantro. A esa hora sabe a gloria. Según María Albaiceta, una zaragozana que trabaja con la compañía, los miembros del grupo preparan por turnos las comidas cuando ensayan en La Cartouchèrie, su local en París.

Para Ariane Mnouchkine, "aunque parte del público no entienda las palabras, entiende otras cosas".

George Bigot, premio de la crítica francesa al mejor actor por su Sihanuk, piensa que 10 horas de actuación es "un gran viaje, es llegar verdaderamente lejos en el arte del teatro".

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