Cartas amorosas
He venido siguiendo con atención los escarceos entre Savater y Sádaba en las páginas de su periódico. Y aunque la filosofia sea para quien la trabaja, no entiendo cómo se puede hablar casi crípticamente (como hubo de hacer Beccaria Ipara inducir la reforma penal y peinitenciari del siglo XVIII), del modo que ambos filósofos lo hacen, acerca de un. problema en el que no parecen vislumbrar siquieira la posible raíz neofascista del irnismo y abordándolo incluso con cierta poesía, sin tener en cuenta :su dimensión deflenómeno sociológico de carácter étnico, económico, etcétera, no muy diferente al de kurdos, critreos, irlandeses, corsos, incluso palestinos; y desde cuya perspectiva, yo creo -dado el alto desarrollo de su pensamiento abstracto- lo hubieran debido discernir.Pero S. y S. hablan del Euskadi de hoy corno el que perora sobre decoración del hogar en un parte de guerra. Y así como las religiones están para resolver -aunque sea a su manera- los problemas que una filosofia auténtica debe limitarse a plantear (no debe afirmar, sino interrogarse y, a lo sumo, conjeturar), resulta una disonancia para el logos hacer filosofia de la política, de las guerras y guerrillas, del terrorismo, de los atavismos colectivos que, supuestamente, persiguen a cualquier precio el autogobierno. Todo lo que ha de decir un filósofo que se precie acerca de la políticia es que pertenece a Eros, y sobre lo demás, que a Tánatos.
Un elevado pensador tiene solamente una forma de tratar en serio la cuestión de Euskadi: atronando a las conciencias (si es que los medios de comunicación se lo permiten) reclamando el imperio de la paz y de la razón; pero de la razón del individuo, no la de las; instintivas miras de los colectivos enfrentados. Porque desde esta óptica ya se sabe que esa otra razón -que no es filosófica, sino política- está siempre de parte del más fuerte y del que triunfa. Basta con observar cómo se juzgan los hechos de la historia.
Que S. y S. se carteen amorosamente y en público en. torno a este asunto, con tanta sutileza, susurrando y entre dientes, es un ejercicio de volatinería que a pocos debe interesar y palabrería de la que algún día quizá se habrán de avergonzar-
escritor y abogado. .
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