Carmelo Bernaola, nostálgico y actual
Orquesta Sinfónica de Madrid
El III Festival de Otoño celebró su jornada más interesante en relación con la música española contemporánea, bastante cenicienta en un ciclo ambicioso, prolongado y costoso. En el Real, la Sinfónica de Madrid (que desde la muerte de su fundador lleva el subtitulo de Orquesta Arbós), bajo la dirección de Miguel Ángel Gómez-Martínez, estrenó Nostálgico, para piano y orquesta, de Carmelo Bernaola, nacido en Euskadi, recriado en Burgos, ciudadano del mundo y, de modo especial, de la glorieta de Bilbao madrileña.Anticipemos que la obra -protagonizada en la parte sobsta por Joaquín Soriano, buen pianista que, además, está de moda- obtuvo un éxito importante en su confrontación con un público normal, para nada especialmente seguidor de lo que todavía se denomina la vanguardia. Con lo que el encargo del festival arroja un saldo positivo en todos los órdenes, y Bernaola recogió largas ovaciones.
(Orquesta Arbós)
Como sucede más veces de las que se piensa, el título de esta reciente partitura de Bernaola nos da algunas claves para su comprensión. Por una parte, desde él se orilla el menor compromiso con la forma concierto; por otra se alude muy directamente a una intención expresiva y sentimental; por una tercera se recuerda un pasado que, en la madurez de Bernaola, supone estar de vuelta de muchas cosas (el sentido de regreso anima la misma raíz griega de la palabra nostalgia).
Director: Carmelo Bernaola. Solista: Joaquín Soriano, pianista. Obras de Albéniz, Bernaola, Ravel y Rimski-Korsakov. Teatro Real. Madrid, 24 de septiembre.
En fin, a título personal se me antoja (utilizo esta fórmula en homenaje a Carmelo, que tanto le gusta y divierte) que el compositor, desde su trabajo en Vitoria al frente de la Escuela de Música Jesús Guridi, recuerda con cierta pena y complacencia muchos jirones de su biografía, incluso en sus tramos difíciles: los mil trabajos en Madrid, entre café y charla en el Comercial; los ilusionados y luminosos días romanos; el frío reparador de Burgos, en la ciudad y en el pequeño pueblo de sus veranos, y la bendición del sirimiri bilbaíno sobre el rostro.
Verdaderamente sorprendente y superpersonal es Nostálgico: conecta con cierta actualidad que, una vez más, mira al romanticismo, pero lo hace sin ceder un ápice el lenguaje y el pensar de nuestro tiempo, que en el caso de Carmelo es verdaderamente su tiempo personal e intransferible.
En cuanto a la forma, estoy relativamente de acuerdo con lo que apunta Tomás Marco en su nota de programa en lo de la "voluntad de sonido auténticamente sinfónico", pues una de las muchas bellezas de Nostálgico es su continuo compromiso entre soluciones y sustancialidades de cámara y orquestales.
La flexibilidad del discurso, amoroso del sonido bello, otorga especial intensidad a los largos pasajes líricos y libera de los últimos restos formalistas los trozos más estructurales. Todo es claro, intenso e intimista en una obra cuyo estreno por Gómez Martínez (que parece no querer hacer uso de su tan elogiada memoria a la hora de lo contemporáneo), Joaquín Soriano y los sinfónicos madrileños nos dio una primera idea de Nostálgico como un inicial acercamiento que profundizaremos todos -intérpretes y público- en nuevas audiciones.
El programa se completó con dos fragmentos de Iberia, de Albéniz-Arbós; una lectura un poco gruesa de la Rapsodia española, de Ravel, y el ruso-españolismo de Rimski en el Capricho, a modo de pieza final de bravura. Así somos (Albéniz, Bemaola) y así nos ven (Ravel, Rimski-Korsakov).
Babelia
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