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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Arde París?

EL INTENSO acoso terrorista a que se encuentra sometida la capital francesa, donde el pavor ciudadano afecta prácticamente a toda la población, desborda su consideración como un episodio más de esta clase de plaga que padece el mundo occidental. A lo largo de los últimos 20 años buena parte de los países europeos ha sufrido el asalto del terror. Entre cientos de víctimas, han muerto ya primeros ministros -como Olof Palme- y otros -como Margaret Thatcher- se salvaron milagrosamente. En estas dos décadas, el Reino Unido, con el IRA; Italia, con las Brigadas Rojas; Alemania Occidental, con Baader Meinhoff, y España, con ETA, han vivido una sucesión de asesinatos individuales y colectivos, secuestros y explosiones indiscriminadas que han sacudido la convivencia ciudadana. La nueva explosión en Montparnasse, ayer tarde, con el resultado de cinco muertos y más de 60 heridos, si tiene el inmediato significado de una matanza, multiplica su sentido por la proximidad con que se suma a las sucesivas matanzas de los días anteriores: en la oficina de correos del Ayuntamiento de París (8 de septiembre: 1 muerto y 18 heridos), en el distrito de la Défense (12 de septiembre: 41) heridos), en los Campos Elíseos (14 de septiembre: 1 muerto y dos heridos), en la Prefectura de Policía (15 de septiembre: 1 muerto y 51 heridos).Que el fenómeno terrorista posee una dimensión internacional y que, por ello, requiere tratamientos trasnacionales no es una cuestión que se enuncie ahora por primera vez. Las declaraciones para hacer eficaz una lucha conjunta contra el terrorismo han proliferado en los últimos años y la reunión prevista para el próximo 25 de septiembre en Londres entre los 12 ministros de Interior de la CE, a fin de coordinar sus acciones, no es la primera de este género. El llamado grupo de Trevi -formado por ministros-, el de Viena -formado por directores de la policía- o el de Berna -integrado por especialistas de varios países- se han hecho famosos no sólo por su voluntad de llegar a acuerdos sino por el fracaso de sus encuentros. La descoordinación entre los Estados sigue siendo tan grande como la que se registra entre los distintos cuerpos de policía en cada país, cada uno celoso de sus métodos e informaciones y receloso de los demás.

Es, pues, tan difícil ocultar la gravedad de la situación como prever a qué nuevo escenario puede conducir la amenaza. Si los acontecimientos de estos días se observan con una dimensión microhistórica el problema tiene los perfiles de una acción a cargo de unas decenas de individuos que, imbuidos de los presupuestos de la Yihad Islámica, presionan para lograr la liberación de Ibrahim Atidala, famoso terrorista encarcelado en Francia, así como de otros dos encarcelados, el iraní Anis Naccache y el armenio Garbidjian, acusados a su vez de producir muertes en sendos atentados en suelo francés.

Existe, sin embargo, la oportunidad de juzgar este desaforado ataque contra París con una perspectiva de mayor escala. Hasta el momento las democracias occidentales han demostrado escasa eficacia para controlar esta amenaza del terror. Las medidas represivas no parecen gozar de eficacia plena para erradicar esta lacra y sin embargo ponen en peligro los valores emblemáticos del sistema de libertad este, probablemente, es el dilema que se cierne sobre las sociedades avanzadas y cuyas soluciones no parecen ni sencillas, ni que se puedan apoyar simplemente en las tradicionales recetas de cercenar la libertad de los ciudadanos o ampliar sin control los poderes de los Gobiernos.

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