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LA LIDIA / ALBACETE

Dámaso volvió a triunfar

Dámaso González fue ayer el único triunfador de la corrida de Albacete y aún quedó insatisfecho. Su balance final en esta feria -ocho faenas, algunas malogradas con la espada, y siete orejas- le sabía a poco, según él entiende que debe ser la profesionalidad de un torero.Y todo, porque el cuarto toro reculó en tablas y se dedicó a tirar hachazos al diestro albacetense, por más que éste se jugó el pellejo con un valor escalofriante. Antes, Dámaso había toreado con cierto gusto por verónicas y chicuelinas en el platillo, cosa rara en él.

El que abrió plaza tuvo que tragarse una labor clásica en este torero, que lo pasó por sus características armas taurinas: poder, mando, temple, ligazón y alardes temerarios, hasta asustar de nuevo al toro y al público.

Osborne / González, Niño de la Capea, Robles

Cuatro toros de José Luis Osborne; 1º y 2º, de Diego Puerta: nobles y flojos, Dámaso González: oreja; ovación. Niño de la Capea: pitos; vuelta. Julio Robles: pitos; silencio. Plaza de Albacete, 15 de septiembre. Séptima corrida de feria.

Otros que hicieron honor al apodo del torero que les lleva, se supone, de subalternos, fueron los peones del Niño de la Capea, que convirtieron los segundos tercios en una alocada sucesión de capotazos y carreras sin sentido.

No es de extrañar, pues su jefe se dedicó, con el segundo, a correr entre muletazo y muletazo, a tirar líneas, a dudarle y a dejar la muleta en los pitones del toro, con lo que acentuó el pequeño cabeceo inicial de éste, que acabó descompuesto.

En el burraco y distraído quinto, el salmantino al menos intentó torear. Y a fe que lo consiguió, bien que a su manera: nuevas carreritas, zapatillazos en el hocico del pobre animal, pases eléctricos y dando la vuelta al ruedo detrás del toro para torearle donde éste se paraba.

Aunque a veces logró estirarse y sacar algún muletazo con clase: un pase cambiado por la espalda y una serie de redondos bien embarcados, pero desligados. En cualquier caso, fue una faena por debajo de la calidad y nobleza del toro.

Julio Robles no pasó de discreto y en ningún momento cruzó la línea del riesgo y la decisión. Al bizco tercero le propinó varios mantazos y una tanda de naturales hasta que sufrió un desarme y abrevió.

El último se partió el cuerno derecho y Robles lo toreó por ese lado, de salón, con lo que la gente decidió abandonar la plaza en busca de mayor emoción y espectáculo en el paseo ferial.

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