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Ciencia, ¿para quién?

María Ángeles Durán

Los contenidos ideológicos que la Universidad transmite en la actualidad siguen sesgados por las semillas que plantaron Hesiodo, Aristóteles, Agustín, Tomas y tantos otros que les siguieron en la construcción de un conocimiento sexista y excluyente respecto a la mujer, señala la autora de este artículo, que afirma que las nuevas generaciones de mujeres no pueden aceptar las antiguas definiciones de objetivos prioritarios en la Universidad sin renunciar a parte de su identidad.La historia de la participación de las mujeres en la creación de lo que hoy llamamos ciencia es, antes que nada, la historia de su prolongada ausencia. Apenas hubo mujeres entre los filósofos griegos, los juristas romanos, los teólogos cristianos o los médicos y matemáticos musulmanes medievales. Tampoco había mujeres entre los grandes artistas del Renacimiento o entre los navegantes y descubridores de la edad moderna, ni se incorporaron a la aventura del nacimiento de las ciencias naturales, de la economía o la física contemporánea.

¿Por qué esta ausencia?

La tarea de recuperar la historia de las aportaciones directas de las mujeres a la creación de la ciencia es labor meritoria, pero desproporcionada para el esfuerzo que cuesta atestiguar sus esporádicas y aisladas contribuciones. Más directa y rápida, y muy eficaz para deshacerse de sacralizaciones y respetos excesivos, es la relectura de los grandes del pensamiento occidental, sus conclusiones acerca de la capacidad y destino. de las mujeres.

Sexista

Desde Hesiodo, Aristóteles, san Agustín, santo Tomás de Aquino, Maquiavelo, Bacon, Kant, hasta Hegel, Schopenhauer o Nietzsche, la mayoría de los padres fundadores contribuyeron a asentar una ideología sexista sobre bases supuestamente científicas, o en cualquier caso intelectualmente válidas, que hoy producen hilaridad y hieren la sensibilidad social de sus lectores.

Las universidades y centros de, investigación han sido los núcleos básicos de transmisión del conocimiento en el último milenio, y la ideología ha formado, parte inseparable del conjunto de saberes acumulados y transmitidos. '

En las universidades españolas, entre el siglo XIII y el siglo XIX, la mujer estuvo legalmente excluida tanto del aprendizaje como del magisterio, con muy, raras excepciones.

Cuando a mediados del siglo pasado Concepción Arenal decidió seguir los cursos de la universidad de Madrid, tuvo que recurrir al disfraz para burlar la prohibición de entrada a las mujeres, y su osadía le costó luego la expulsión y el escándalo.

Corta memoria histórica

Hasta la década de los sesenta -¡qué corta memoria histórica son 20 años!- todavía estuvo prohibido el acceso de las mujeres a algunos tipos de enseñanza (por ejemplo, ingeniería) y de ejercicio profesional (por ejemplo judicatura), y aún tienen muchos años de vida activa por delante -larga y feliz se la deseamos- las tres primeras mujeres españolas que lograron romper la barrera multicentenaria del acceso normal a la cátedra.

Aparentemente, la vieja Universidad ha renovado su añosa estructura, las últimas barreras legales han caído y las mujeres invaden en aguda marea las aulas, los pasillos y los laboratorios.

Es cierto que las mujeres ya son -somos- mayoría entre quienes pagan sus cuotas de inscripción o matrícula y entre quienes contribuyen al mantenimiento de la gran maquinaria productora de ideas y de certificados docentes: son -somos- mayoría entre las bibliotecarias, documentalistas, secretarias, telefonistas y personal de limpieza de los centros universitarios e investigadores.

Esperanza de renovación ¿Pero de verdad han dejado de ser discriminadoras y sexistas las universidades y centros de investigación españoles? ¿Han traído alguna esperanza de renovación las recientes reformas legales en materia de universidades y de investigación?

A diferencia de la Universidad a la que se enfrentó Concepción Arenal, esta Universidad de ahora nos abre sus puertas para que entremos. Pero la apertura termina poco después. Los contenidos que la Universidad transmite siguen sesgados por las semillas que plantaron Hesiodo, Aristóteles, Agustín, Tomás y tantos otros que les siguieron en la construcción de un conocimiento sexista y excluyente, y entre las miles de cátedras universitarias no se ha creado una sola destinada a contrarrestar este sesgo.

Contenido ideológico

El contenido ideológico es más fácil de ver en las ciencias humanas que en las naturales, pero es más profundo en sus resultados.

En historia -a pesar de un florecimiento espectacular en la última década-, la mujer sigue siendo una protagonista desconocida.

¿Y quién quita o concede a los historiadores la legitimidad social de definir sus protagonistas?

En economía, que es el conocimiento instrumental al que dedica mayores. esfuerzos públicos y privados en este momento la sociedad española, sigue aceptándose sin cuestionarlo un supuesto so ciopolítico a todas luces insostenible: que el papel económico de la mayoría de la población adulta -las amas de casa- - es irrelevante para la comprensión y planifica ción de la economía de nuestro país.

A pesar de la aceptación generalizada del principio de que el pensamiento y la conciencia reflejan las relaciones sociales básicas de la sociedad, no hay líneas sistemáticas de investigación sobre las bases socioeconómicas de las relaciones entre hombres y mujeres y de la adscripción -ya denunciada por Platón- de las mujeres a la producción doméstica.

En las ciencias jurídicas, la investigación y la docencia siguen orientadas a la letra de la ley, cuando a la mayoría de la población lo que realmente le afecta son las condiciones sociales de su aplicación.

En las ciencias médicas apenas se recoge y toma en cuenta el dato básico de que la inmensa mayoría de los cuidados a enfermos, así como la decisión de requerir ayuda al sistema sanitario institucional, recae sobre las amas de casa.

En sociología la disponibilidad de datos sobre la vida extradoméstica refuerza la investigación en este área en detrimento de las demás, y de este modo un largo etcétera recae sobre el resto de las ciencias humanas y sociales.

De modo indirecto, por su exclusión de los centros decisorios de poder, las mujeres no participan en las grandes y costosas opciones relativas al conocimiento que se plantea en la vida política, tales como inversión en investigación espacial o en mejora de las condiciones cotidianas de existencia, investigación sobre armamento o sobre atención a disminuidos y marginales.

La ciencia que queremos

La masiva incorporación de las mujeres al sistema educativo y de producción de ciencia es un indicio de que se ha llegado a un umbral histórico.

Las nuevas generaciones de mujeres no pueden aceptar las antiguas definiciones de objetivos prioritarios en la investigación, la tradicional composición de los currículos universitarios sin renunciar a parte de su identidad.

Para los próximos años es de esperar una extensión y consolidación de los núcleos embrionarios críticos, de estudios de la ' mujer que están surgiendo desde hace una década en todas las universidades españolas, lateralmente a sus estructuras formales.

Se dan en éstos las dos condiciones necesarias para la expansión de cualquier movimiento intelectual: él profundo rechazo al sistema de conocimientos convencionales y la simultánea confianza en el uso de la razón como instrumento para la reconstrucción del mundo.

Participar en este movimiento intelectual es mucho más que una decisión académica: significa contribuir a un proyecto colectivo, a una aventura, y saldar la deuda de una exclusión que ha durado 20 siglos.

María Ángeles Durán es catedrática de Sociología.

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