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Cuando el toro tiene casta

Buendía / Robles, Ortega CanoCinco toros de Joaquín Buendía, terciados, flojos, manejables, los dos primeros con casta; cuarto de La Quinta, con trapío, inválido y noble. Julio Robles: pinchazo hondo, rueda de peones, media, otra rueda de peones y dos descabellos (silencio), estocada baja (vuelta con protestas); media estocada tendida (palmas). Ortega Cano: estocada. desprendida oreja y estocada corta ladeada (oreja protestadísima); pinchazo y bajonazo (silencio).

Plaza de Las Ventas, 12 de septiembre. Segunda corrida de la feria de otoño.

El público protestó la escasa presencia de los dos primeros toros y la escasa fuerza de casi todos. Presencia y flojedad eran evidentes, aunque en lo que se refiere al tamaño del toro hay mucho que discutir y todo un tratado por editar. Lo de Buendía es según salió: de reducida caja.

Cierto que hemos visto otros Buendía más grandes; que aquél primero, tipo ratón, cortito y degolladete. Pero Las Ventas no tiene otra opción que transigir con este tipo de toro o renunciar a anunciarlo. Sin embargo sería una lástima procribir los Buendía, pues esta ganadería posee la más pura casta, y la casta -principalmente si pura en sus esencias primigenias- es el valor supremo del toro de lidia.

Si por alguna razón, leyes de por medio, hubiera. que reducir la potencia aparente, inmanente o transparente del toro, quitándole peso, o tamaño, incluso pitones, la lidia, y por tanto la fiesta, se resentiría poco, siempre que la casta se conservara íntegra.

Pudo apreciarse ayer en los dos primeros Buendía, que embestían con la seria codicia que caracteriza a los de su raza. Cortito y degolladete el primer ratón, Julio Robles se fiaba poco del tamaño, pues le preocupaba más su agresividad, y no pudo sentir el toreo, sino que recurrió al oficio que tiene para estos casos un torero experimentado, cuando no le alientan demasiadas ganas de pelea. Robles daba ayer la sensación de atorado. Al tercero, que se distraía, intentó encelarlo, sin demasiada brillantez. Al quinto que, agotado, se quedaba corto, lo muleteó de trámite.

En el segundo, un encastado Buendía de excepcional nobleza, Ortega Cano se embraguetó, instrumentó con hondura redondos y naturales, limpiamente ligados con el de pecho, que subrayaban oles profundos; los que la afición reserva para las grandes solemnidades. Allí hizo su mejor toreo. Sólo que la calidad del toro era mayor, y a veces sorprendía al torero a distancias inadecuadas para su pronta embestida. Concluía la faena Ortega Cano con ayudados por alto, y aún se le arrancaba el Buendía largo y alegre.

Dos nobles toros más tuvo ayer el diestro cartagenero y les hizo faenas aseadas; nada más., Ortega Cano propende últimamente -por ejemplo, en esos dos toros- a ahogar las embestidas, a subrayar los tiempos de cada pase a lo largo de un muleteo reiterativo e interminable, que él mismo se jalea: ¡oé!, ronco grito de autosatisfacción que le sale del bronquio. Si de tal tendencia hace hábito, puede acabar en la, mediocridad y en el amaneramiento este torero que tiene demostradas sus importantes cualidades.

La verónica que ejecutó ayer adolecía del mismo rebuscamiento artístico, y además echaba el paso atrás. Julio Robles también lo echaba. Sin embargo dibujó un finísimo quite por chicuelinas, juntas las zapatillas y erguida la planta. Robles, lo mismo. El toreo de capa de ambos diestros no produjo que voltearan campanas pero existía al menos, en alguno de los primeros tercios, y constituyó una agradable novedad en estos áridos tiempos taurinos donde el capote parece que está de adorno.

El presidente no devolvió ningún toro inválido al corral y regaló orejas. Muy dadivoso estaba con la empresa y sus toreros. En cambio autorizó por su cuenta y en contra del reglamento que los caballos llevaran manguitos, reforzando la injusta, excesiva y prepotente acorazada de picar. Mientras salgan a los ruedos, semejantes ingenios, no habrá toro de casta que valga, ni fiesta que aguante.

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