El veneno de la cobra
Sylvester Stallone pasará, a la historia como uno de los emblemas antropomórficos más característicos de la América conservadora de Reagan, como resurrección del mito del héroe nionolítico y sin fisuras moldeado en la barra fija del gimnasio, como el Superman sin capa ni uniforme ceñido que al desprenderse de las adherencias mitológicas del héroe del planeta Krypton ganará mayor credibilidad pública.Tenía que llegar, y llegó por fin -con guión del propio Stallone- el Rambo transportado de la selva de Vietnam a la jungla metropolitana para lanzar su apología de las policías paralelas, de la burla de las garantías legales de cualquier sospechoso o detenido, del tiro en la nuca en cualquier esquina, del escamoteo del poder judicial. En realidad, itodo esto no es demasia ido nuevo, pues lo habíamos visto hacer antes a muchos cow boys de la América preindustrial, pero en esta ocasión las connotaciones demagógicas son demasiado evidentes y su sintonía con las consignas políticas de la Administración de Reagan -Estados Unidos como gendarme indiscutido del mundo- demasiado obvias.
Hay otras cosas que me interesan más en ese Cobra dirigido con tanta torpeza por George P. Cosmatos como la que lució en su anterior Rambo. Me interesa que el héroe, llamado Marion Cobretti, sea de origen italiano, como un espejo de su guionista-actor. El cine de Hollywood nos ha ofrecido una extensa galería de personajes italianos formada por gánsteres y proletarios. Uno de los más memorables en esta última década fue el Tony Manero (John Travolta) de Fiebre del sábado noche, la película que inauguró con gran éxito en 1977 el ciclo del disco-filme para recuperar a la audiencia adolescente que se había fugado de los cines en dirección a las discotecas. Tony Manero era un personaje doblemente humillado, como trabajador no cualificado y como italiano, pero se redimía imaginariamente cada sábado por la noche triunfando como número uno en la pista de la discoteca, lo que le permitía gozar de un harén de entusiastas admiradoras. Ahora podemos imaginarnos sin esfuerzo que Tony Manero ha ascendido, 10 años después, de empleado de almacén a inspector de policía en los servicios especiales, traskadado, además desde su sórdido suburbio neoyorquino a la luminosa California. El estigma de su italianidad proletaria ha sido redimido en la conversión simbólica de Cobretti en Cobra, que es un nombre exótico y temible, de fuertes connotaciones fálicas.
Sexualidad ambigua
Pero aún hay más. Cobra se llama Marion, que es un nombre de sexualidad ambigua en la cultura anglosajona, pues se aplica a hombres y mujeres, como se señala en la película. Una mirada freudiana sobre el tema nos revela que este estigma sexual pudo estar en el origen de un humillante trauma infantil que se resolvió en la sobrecompensación psíquica que representan el gimnasio y el oficio de matarife con placa legal. Porque, atención, la espectacular masa muscular de Cobra, semental en potencia (stallion significa en inglés semental), manifiesta su fijación oral con su cerilla entre los labios, pero no ejercita su sexualidad (¿narcisismo?) hasta que es persuasivamente requerido por la heroína, una Brigitte Nielsen que es un modelo ejemplar de mujer anglosajona pura, rubia y de ojos claros, es decir, redentora de italianos descarriados con superávit de virilidad desempleada (y,, además, Brigitte Nielsen es la esposa de Stallone en la vida real, mi querido doctor Freud).
Lugar del corazón
Así nos explicamos que el superávit de sexualidad no utilizada por Cobra (como ocurre con tantos italianos reprimidos por la autocensura de su religión católica) debía tener un canal para manifestarse en forma de violencia compulsiva, en forma de descargas de agresividad convenientemente canalizadas para luchar contra la delincuencia que corroe la civilización norteamericana. Los viejos, galanes de Hollywood de los treinta nos querían persuadir de que todo hombre honrado llevaba el corazón a la izquierda, pero la cartera (mejor repleta) a la derecha. Ahora, Stallone, con un giro aríatómico espectacular, nos intenta demostrar que el lugar del corazón está en realidad entre las piernas.
Babelia
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