Los países de la Commonwealth optan por distanciarse de Londres para conservar su 'credibilidad'
La minicumbre de la Commonwealth sobre Suráfica terminó en la madrugada de ayer con el insólito espectáculo de un Reino Unido abandonado por los países de su propia estirpe, al negarse su primera ministra, Margaret Thatcher, a suscribir el paquete de sanciones contra Suráfrica propuesto por el resto de los participantes. Como dijo el jefe de Gobierno australiano, Bob Hawke, "si se trata de elegir entre unidad y credibilidad, optaremos por esta última".
Sin embargo, la ruptura final fue evitada a última hora con la publicación de un comunicado conjunto de nueve páginas y 17 puntos de los que el Reino Unido suscribió 16. Los puntos 11 y 12 del comunicado describen las medidas aprobadas por los seis países y las particulares propuestas por el Reino Unido, respectivamente. El comunicado, después de renovar "el firme compromiso de todos hacia la Commonwealth", reitera "el objetivo común, que no es otro que conseguir el desmantelamiento del apartheid y el establecimiento de un Gobierno representativo y no racial en Suráfrica".La minicumbre, que ha durado un día menos de lo previsto, ante el convencimiento de que Thatcher no cambiaría de opinión, fue convocada en la reunión plenaria de la Comirionwealth, celebrada en Nassau (Bahamas) el, pasado octubre para estudiar el informe presentado por el "grupo de personas eminentes" que visitó el África meridional por encargo de la organización. La primera sesión de la reunión fue dedicada, a escuchar las conclusiones del informe, presentadas por los copresidentes del grupo; el ex primer ministro australiano, Malcolm Fraser, y el ex presidente de Nigeria, general Olesegun Obasanjo. También informó de su fracasado viaje al sur de África el secretario del Foreign Office, sir Geoffrey Howe.
El lunes, tras la sesión de la mañana, se vio claro que la primera ministra sólo estaba dispuesta a hacer unas concesiones insignificantes en el tema de las sanciones, tres, para ser exactos, y la tercera "sin gran entusiasmo", como manifestó uno de sus más cercanos colaboradores. Eran éstas suspensión de nuevas inversiones en Suráfrica cuando nadie o muy poca gente en el Reino Unido está dispuesto a invertir. Suspensión de la promoción del turismo hacia Suráfrica, pero sin cerrar la oficina de turismo surafricana en Londres, y si la CE así lo acuerda en su reunión de septiembre, una terminación de las importaciones de carbón, hierro y acero surafricanos. Una cuarta medida, la prohibición de las importaciones de krugger rands, la moneda de oro surafricana, que puede ser también decidida por la CE, ya está en vigor en este país desde la cumbre de Nassau.
Evidentemente, el hecho de que Thatcher aceptase el principio de las sanciones, un término hasta ahora que ni siquiera entraba en su vocabulario, y anunciase que no se opondría a las medidas que pudiese aceptar la Comunidad Económica Europea, suponía un cambio de actitud por parte de Thatcher. Pero la raMa de olivo tendida al resto de los países de la organización, algunos de los cuales sufren en su carne los zarpazos surafricanos, era demasiado delgada para ser aceptada.
Después de una serie de entrevistas tête-á-tête celebradas el lunes por la tarde, en las que Hawke y su colega canadiense, Brian Mulroney, hicieron de apagafuegos entre los dos bandos.
Fue sir Lynden Pindling, primer ministro de Bahamas y presidente de la reunión, por considerarse ésta un mero apéndice de la cumbre de Nassau, el encargado de comunicar el desacuerdo a una Prensa nacional e internacional entre cuyos miembros el cansancio y la falta de sueño eran visibles. Pindling se limitó a leer el comunicado. A continuación, el secretario general de la organización, sir Shridath Ramphal, muy en su papel, elogió "el liderazgo moral" de la Commonwealth y manifestó que el comunicadio "ponía fin a la política de no sanciones".
Los seis suscribían las ocho rnedidas aprobadas en Nassau, entre las que destacan la suspensión del tráfico aéreo con Suráfrica y la prohibición de importar productos agrícolas. Y no pareciéndoles suficientes, añadían tres más: la suspensión de créditos bancarios privados u oficiales a Suráfrica; la ruptura de relaciones consulares y el cese de las importaciones de uranio, carbón, hierro y acero.
A este respecto, hay que señalar que de los seis países -Australia, Baharnas, Canadá, India, Zambila y Zimbabue-, sólo estos dos últimos vuelan hacia y desde Suráfrica. En comparación, British Airways vuela a Johanesburgo, Durban y Ciudad del Cabo, y sus beneficios en las rutas surafricanas ascienden a unos 200 millones de pesetas semanales.
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