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Billy Wilder, un chico de 80 años

Billy Wilder acaba de cumplir 80 años. Y cuando uno creía que por esa edad iba a encontrarse ante un hombre vencido por los achaques, inconexo o triste, el viejo Wilder muestra una vitalidad asombrosa, un humor que no desluce el que ha repartido a lo largo de sus 26 películas y una tenacidad por mantener sus ideas que agota al más perseverante enemigo. El encuentro fue demorado por él con coqueteo juvenil. Pero tuvo lugar al fin en su despacho de United Artists, donde ahora trabaja como lector de guiones. "Un oficio duro", dice, "el 90% de los que leo son horrorosos; el 10% restante, simplemente malos".Coloco un magnetófono en su mesa: "No, no grabe. Odio las conversaciones con testigos". Ríe mientras te observa, como si esa sonrisa constante fuera un truco para disimular su vigilancia. Y hablamos ("en inglés, por favor; mi francés ya no encuentra les mots justes"), sorprendiendo con el detalle biográfico de que sólo hablaba alemán y francés cuando llegó a Estados Unidos en 1933 y que en dos años se ganaba la vida escribiendo guiones en inglés para, entre otros, el muy sutil Ernst Lubitsch: "Había que espabilar".

Se muestra nostálgico de aquellos años: "Los estudios, ahora, son sólo lugares donde se alquila un espacio, se rueda una película y de donde luego se tiene que ir uno"; pero antes, con Lubitsch, era todo fascinante y con la propia mecánica de los estudios: "Me acuerdo de cuando contrataron a Raymond Chandler para Double indemnity (Perdición); se presentó muy seguro de sí exigiendo al menos una semana para escribir el guión y un sueldo de 1.000 dólares Nos tuvimos que reír: el contrato era para 12 semanas a 2.000 dólares cada una. Eran así las cosas".

Sobre esos años abundo. El motivo de nuestra cita, creo que frustrado, era invitarle al próximo fes tival de cine de San Sebastián. Un ciclo retrospectivo, Los chicos de la foto, le rendirá homenaje junto a los nueve directores que le acom panaron en el histórico almuerzo ofrecido por George Cukor al recién oscarizado Buñuel: Wise, Mulligan, Mamoulian, Wyler, Stevens, Ford y Hitchcock. Lo recuerda bien, pero disiente de deta lles narrados por Jean-Claude Carriére: "Yo no dirigí aquella foto como él dice, pero sí admiré mucho a Buñuel. Logró el éxito con películas menores y sin doblegarse a los productores". Y pregunta: "¿Hay otros directores españoles tan interesantes?". Le cito varios nombres: "¿Berlanga? ¿Es nuevo?". Pasa con frecuencia en Estados Unidos: casi sólo se conocen a sí mismos. Pero no deja de recordar su ya lejano viaje por la Península, lleno de anécdotas y de asombros. Hasta el Sur se movió Wilder hace ya años, cuando aún no se sentía cansado.

No parece un hombre reacio a hablar. Prácticamente no te deja meter baza, lleno como está de vitalidad y de ganas de sentirse acompañado. Sin que se pueda apreciar el hilo lógico de su charla, quizá por mi mal inglés, sorprende contando de pronto aquella anécdota de Victor Mature empeñado en entrar en un restaurante prohibido a los artistas de Hollywood. Agrupó algunas críticas de periódicos y se dirigió al portero: "¿Ve? Aquí dicen que no soy actor. De modo que puedo pasar".

Anécdotas e imágenes que bullen en los 80 años de Billy Wilder, el autor del cine norteamericano, el maestro del cinismo capaz aún de sorprender con sus viejas películas (El crepúsculo de los dioses, Con faldas y a lo loco, El apartamento, Bésame, estúpido). Sus últimas obras, no obstante, desinteresaron al público americano. La vida privada de Sherlock Holmes, ¿Qué pasó entre mi padre y tu madre? y Fedora, con ser excelentes comedias, parecen haberle cerrado las puertas de la industria. Su ultimísima Buddy malgastó la débil esperanza que quedaba. Ahora, lector de guiones, te recibe en su despacho impersonal, pero sabiéndose admirado por todos, especialmente los europeos.

Por eso, al despedirte, saca del cajón fotos ya dedicadas que reparte con generosidad, como una estrella. Y sonríe malicioso con un "el año que viene". Ojalá ruede: para entonces.

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