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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un general en la bañera

Hasta ahora el cine español sólo había abordado el presentar directamente la figura de Franco en dos ocasiones: en Raza y en el documental hagiográfico Franco, ese hombre.Dragon Rapide tiene a Franco y a Carmen Polo como protagonistas, a punto de convertirse en cabezas visibles de un nuevo Estado. La acción se sitúa 15 días antes de la sublevación del 18 de julio y continúa hasta el momento en que Franco se decide a abandonar Canarias, a bordo del avión que da título al filme, para ir a Marruecos y, una vez allí, ponerse al frente del Ejército de África.

Son los días previos a un golpe de Estado que, para triunfar, necesitó de tres años de guerra civil. Y Francisco y Carmen no son aún dos personas intocables, con una imagen pública que oculta cualquier imagen privada. El general y su esposa son, en Dragon Rapide, un matrimonio convencional, bastante sórdido, con sus temores y ambiciones; preocupada ella por saber si Francisco se ha asegurado el mando de la conspiración o por exigirles a los sastres que tallen los uniformes del marido de manera que disimulen que es un poco culón; a él le obsesiona la seguridad, no quiere que el fracaso se salde con un exilio miserable, compartiendo el destino de algunos generales zaristas que él conoció y que tenían que ganarse la vida como taxistas en París. Franco, camuflado de civil, sin pronunciarse nunca abiertamente, despreciando la muerte de los demás, no subirá al De Havilland DH-89 Dragon Rapide hasta que le confirmen que Juan March ha puesto a su disposición una bien alimentada cuenta corriente londinense.

Dragon Rapide

Director: Jaime Camino. Intérpretes: Juan Diego, Vicky Peña, Manuel de Blas, Miguel Molina, Pedro Díaz del Corral, Santiago Ramos, José Luis Pellicena, Laura García Lorca, Jarque, Arnau Vilardebó. Guión: Jaime Camino y Román Gubern. Asesor histórico: Ian Gibson. Fotografía: Joan Amorós. Música: Xavier Montsalvatge. Española, 1986. Estreno en Madrid: cines Callao y Carlos III.

El avión como símbolo

La peripecia del avión desde que sale de un aeródromo inglés hasta que llega a Las Palmas es larga, salpicada de escalas, y tiene, como función dramática básica, la de servir como símbolo de una catástrofe que se avecina, pájaro de la muerte que planea sobre la Península.En el otro lado de la balanza encontramos a la orquesta de Pau Casals, contrapunto republicano que desmiente en parte los delirios verbales de los generales implicados en la conspiración, siempre dados a una grandilocuencia vacía, que incluye continuas referencias a la bandera, la patria, el caos y el orden.

Camino y Gubern, al margen de esa contraposición de símbolos que van interrumpiendo o salpicando la crónica de los pasos dados por los Mola, Yagüe, Cabanellas, Sanjurjo o Franco, se han procurado una voz propia a través de dos periodistas, Miguel Molina y Rafael Alonso, que en un caso va hilvanando una serie de datos sueltos que permiten relacionar a Calvo Sotelo con los militares, a éstos con los falangistas o con los tradicionalistas, mientras que en el otro aporta la reflexión explícita de lo que va a suponer la aventura de los salvapatrias.

El resto del filme es la ya mencionada crónica histórica, contada con cierta precariedad de medios -las escenas de masas siempre transcurren en off-, con un estilo que se quiere objetivo, con una planificación austera y cortante, casi podría decirse que un poco cuartelera, si el adjetivo no connotase un descuido que no afecta ni al encuadre ni a la luz, recorrido todo el filme por un humor subterráneo que surge de ese presentar el poder en situaciones prosaicas y en medio de una cronología estricta y de una gran voluntad de claridad expositiva.

Las mejores bazas de Dragon Rapide están en la labor de los intérpretes, especialmente de Juan Diego y Vicky Peña. Él trabaja su personaje quizá más preocupado por no despegarse la iconología existente, jugando al borde de la parodia con la imagen de los sellos de Correos o con fotografías de la campaña marroquí, mientras que ella se siente más libre, menos preocupada por el detalle, porque le basta con unas encías poderosas y un collar de perlas para darle credibilidad física a un personaje al que ya se la insufla desde lo que es el trabajo estricto de la actriz.

Quizá los únicos reproches que cabe hacerle a Dragon Rapide sean los que remiten al excesivo convencionalismo de la fórmula de crónica, con algunos diálogos más preocupados por vehicular información que por las necesidades de la ficción -por ejemplo, los comentarios de Rafael Alonso a la muerte de Calvo Sotelo, recordando que también el teniente Castillo fue asesinado-, o la redundancia y anquilosamiento que a veces se deriva del prurito de querer identificar todas las localizaciones y a todos y cada uno de los personajes.

Pero ésas son quejas que no afectan tanto a Dragon Rapide como al conjunto de películas que responden a ese tipo de planteamientos y que no impiden que, de entre todas, Dragon Rapide, sea de las mejores, como cabía esperar de la trayectoria de Camino.

Esta vez ha tenido que meterse en el dormitorio del futuro dictador, descubrirle en la bañera mientras lanza una proclama o dudando si afeitarse o no el bigote; pero esta intromisión ha valido la pena porque permite conocer mejor qué pensaba y cómo era un hombre que nos gobernó durante 40 años, pensando resolver los problemas de alimentación del país a base de bocadillos de carne de delfín o que creía solventar la disminución de las reservas de oro simplemente callando la cuestión.

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