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Libros de apocalipsis y rezo en la Biblioteca Nacional

Tres exposiciones excepcionales se suman en una sin precedentes durante el verano

"No temas ... tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que viste, y lo que es, y lo que ha de ser después de esto...". Así dice el apóstol Juan, que recibió el encargo de escribir el Apocalipsis (Apoc. I, 10-19), y el asunto ilustra uno de los beatos que se exponen en la Biblioteca Nacional hasta septiembre. Junto con la muestra Los reyes bibliófilos, a la excepcional reunión de los beatos se ha unido la de Tesoros de España. Diez siglos de libros españoles, expuesta en Nueva York en otoño. Pasará tiempo antes de que se pueda volver a ver algo parecido a la suma de estas tres exposiciones.

Poco se sabe de Beato de Liébana, un monje de la segunda mitad del siglo VIII (se discute incluso si fue monje), milenarista convencido que creía saber del fin del mundo para el año 800. Era casi natural, pues, que escribiera un Comentario al Apocalipsis que le ha dado fama mundial, no por su contenido, plúmbeo según el especialista Luis Vázquez de Parga, sino por las ilustraciones que inspiró. Figuran en 25 copias de un original perdido, y verlas reunidas impulsó a más de uno a hacer el viaje a Europalia, en Bélgica. Ahora están casi todos en Madrid.La apreciación de los Beatos no se agota en la estética, y eso que algunas de estas profecías de colores obsesionan la memoria. Como La bestia de las siete cabezas, ilustración digna del texto del que nace: "Y vi surgir una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas, y sobre sus cuernos diez diademas, y sobre sus cabezas un nombre de blasfemia".

Como el Apocalipsis que ilustran, los Beatos han inspirado numerosas cavilaciones sobre sus símbolos y significados, y como en el Apocalipsis, predomina el enigma. Abundan los signos de alfa y omega, por ejemplo, y su sugerencia de infinito; hay laberintos que esconden el nombre del noble que encargó la ilustración, no el del artesano; y hay un mapamundi en el que la tierra es isla y en un extremo viven los hombres de un solo pie. Están los cuatro jinetes, claro, que para el Beato no eran sinónimo de devastación; el que monta el caballo blanco representa la voz de Dios. Están también los cuatro ángeles que frenaban los vientos.

Libros de reyes

Los mejores libros que han tenido los reyes de España han sido, quizá, libros de oraciones; libros de horas se les llama. Así parece desprenderse de la colección Los reyes bibliófilos, también expuesta en Europalia y ahora en la Nacional, en la que destacan como joyas los libros de oración que los reyes encargaban, o los que les obsequiaban los cortesanos.Destacan los libros de horas de la casa de Austria, y en especial el Libro de horas de Carlos V, una de las joyas de los fondos de la Biblioteca Nacional, que habitualmente se guarda en cámara acorazada. Para el español de nuestros días, son curiosos tal vez, además de su belleza, los breviarios y misales de Isabel la Católica, rebosantes de yugos y flechas y otros símbolos luego utilizados por el franquismo.

De evidente grandeza es la cartografía preparada por el flamenco Christian Sgrooten para Felipe II. Varios mapas sobre los últimos rincones de un imperio donde, según el tópico, "no se ponía el sol"; especialistas han dicho que los mapas son de una gran exactitud.

Lo más espectacular es probablemente el álbum de 87 grandes dibujos para posterior xilografía que da cuenta de La entrada triunfal de Máximiliano I, y de los que sólo hay dos colecciones de originales; la otra está en Viena.

Muchos y variados tesoros

Como todo tesoro de verdad, el que se agrupa en la muestra Tesoros de España. Diez siglos de libros españoles es variado y contradictorio, pese a los esfuerzos de los organizadores por agrupar las maravillas bajo epígrafes abstractos como Dios, el mundo, los descubrimientos y los viajes, el otro, y así.En el capítulo del Mundo sobresale el libro de astronomía de Petrus Apianus Astronomicum Caesareum, "uno de los impresos más deslumbrantes del siglo XVI", según un experto. Entre las muchas riquezas del libro figuran unos discos pivotantes que llevan graduaciones, y que reproducen las complicadas evoluciones de los planetas según las hipótesis de Ptolomeo, y que pueden ser utilizados sin tablas planetarias. Carlos V, admirador de los instrumentos de astrología, pagó al astrólogo con piezas de oro y le nombró a él y a sus hermanos caballeros del imperio.

También científico es el legendario Pedacio Dioscórides, que hace temblar de emoción a los bibliófilos cuando le oyen nombrar. El Dioscórides fue un texto de enorme importancia sobre las propiedades curativas de las plantas, y el ejemplar que emociona es la primera traducción del libro al español desde el latín, hecha por el renacentista Antonio de Nebrija en 1518. De éste, el "primero que abrió tienda de la lengua latina en España", se expone su obra histórica Introductiones latinae.

Cualquier enumeración que no sea la exhaustiva del catálogo deja margen a la sorpresa del visitante: El Diario de Colón copiado por fray Bartolomé de las Casas (el original se perdió); la Relación de Michoacán, las historias orales de los indios de Michoacán recogidas por un fraile franciscano del que apenas se sabe; el códice alemán de Thomas de Cantimpre, del que fueron robadas unas láminas, luego recuperadas, en la biblioteca de la universidad de Granada; el Libre dels feyts del rey En Jacme, memorias de Jaime I El Conquistador que inician la serie de obras maestras de la historiografía medieval catalana; varias de las mejores ediciones de El Quijote; el Libro de Pacheco, una suerte de Quién es quién gráfico de la España del Siglo de Oro, realizado por el maestro de Velázquez en Sevilla; y el Manuscrito Chacón, la recopilación más fiel que se conoce de las obras de Góngora.

Además, varios manuscritos contemporáneos, como el de Poeta en Nueva York, de García Lorca: "La aurora en Nueva York tiene / como recién salidas de un naufragio de sangre".

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