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Crítica:28ª SEMANA INTERNACIONAL DE CINE DE BARCELONA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Delvaux y Fellini, dos maneras de reivindicar el cine de autor

La Semana de Cine ha comenzado con algunas bajas de última hora, la más importarte de las cuales es Monna Lisa, la película de Neil Jordan con que su protagonista, Bob Hoskins, ganó el premio al mejor intérprete masculino en el último festival de Cannes. Es sólo una ausencia más, que viene a sumarse a las ya conocidas de Piratas, de Polariski, y Hannah and her sisters, de Woody Allen, retiradas por las distribuidoras españolas.A pesar de este inconveniente, y de otros que se derivan de eternos problemas de infraestructura que aplazan siempre para el año siguiente la transformación de la Semana en un autéritico festival, la inauguración de esta edición no ha podido ser más afortunada. Delvaux y Fellini son los dos grandes protagonistas de la primera jornadacon Babel Ópera y Ginger e Fred. La primera es, en palabras del cineasta belga, "una comedia musical para la que hemos contratado a Mozart. Además, hemos dispuesto de los decorados de la Ópera. Si no hubiéramos tenido esto, nos haría falta Cinecittá y un presupuesto felliniano para poder rodar Babel ópera". Pero, ¿de qué trata la película? "En un cierto sentido es una metáfora sobre Bélgica, sobre una nación en la que coexisten distintos idiomas, en la que viven miles de funcionarios de toda Europa, un lugar de paso de fronteras borrosas, entre naciones y culturas más poderosas, pero es también una reflexión sobre la necesidad de ser sincero y no hacer trampas en el trabajo o en el amor".

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Producida por la Lotería Nacional Belga, Babel ópera es un excelente testimonio de la sinceridad, inteligencia y sensibilidad de uno de los grandes cineastas europeos, capaz de renunciar a los trucos de su maestría para plantearse -ya lo hizo en su magnífica entrevista con Woody Allen- un encargo como una buena ocasión.para interrogarse e interrogar a sus colegas y seguidores. Con ironía, suavidad, elegancia y melancolía, Delvaux habla del derecho a la palabra, de un derecho del que uno no puede servirse impunemente.

Partiendo de premisas radicalmente distintas, Fellini llega a las mismas conclusiones. En Ginger e Fred, además de toda la nostalgia sobre un mundo desaparecido, hay un fenomenal estudio impresionista sobre lo que es y representa la televisión como vehículo de trivialización. La película no está planteada contra o,sobre la pequeña, pantalla, sino dentro de ella. La acción transcurre siempre dentro de un mundo televisivo, lo cual no significa -como a veces el propio Fellini ha querido dar a entender- que estemos ante una crónica objetiva. Basta con los decorados y el vestuario, los más horrorosos nunca fabricados por el cineasta, para darse cuenta de que su pretendilda no beligerancia es una falsedad. En Ginger e Fred todo es feo, una especie de pesadilla circense en la que las lentejuelas han sido sustituídas por los rayos láser, la inocencia popular por una voluntad de embrutecer. La socialización del censumo de espectáculo se ha hecho partiendo de lo más bajo, de ese gigantesco pie de cerdo que pende del techo de una estación ferroviaria, de ese minuto de fama universal que Warliol pronosticaba para todos los habitantes del planeta.

Ginger e Fred es el desarrollo de un fragmento del episodio fel,liniano de Historias extra ordin a rias. Aquí los héroes son una pareja de antiguos bailarines, hoy achacosos, que lograron su popularidad imitando a Astaire y la Rogers. Su presencia es reclamada no por su.s méritos o esfuerzo artístico, sino porque se les puede utilizar para ilustrar una época, destino consustancial a todo el espectáculo televisivo, en el que todos debemos plegarnos a las necesidades de un discurso idiota, servir de soporte y cómplice de algo que nos es ajeno y se nos impone: la palabra impune.

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