Táctica del 'gran palo'
LA SESIÓN del Consejo Atlántico que se ha reunido en Halifax estaba en gran parte condicionada por los desacuerdos que, en los últimos meses, se han manifestado entre EE UU y los europeos miembros de la alianza; se había dicho que sería la reunión de la reconciliación; y para facilitarla, el secretario general había preparado unos debates más flexibles, menos obsesionados por el comunicado final. De poco ha servido innovar en el método. El desacuerdo ha surgido sobre una cuestión trascendental: el tratado SALT II para la limitación y control de los armamentos nucleares estratégicos.Dos días antes de abrirse la sesión de Halifax, el presidente Reagan hizo una declaración anunciando que EE UU aumentaría determinados armamentos (concretamente, los bombarderos B-52 dotados de misiles de crucero) sin atenerse a los límites fijados en SALT II; esos límites serán transgredidos en el próximo otoño. No carece de significado el hecho de que los ministros de los 15 países aliados de EE UU se enteraran por la Prensa; y solamente dos días después recibieron una explicación oficial del secretario de Estado Shultz.
Pero el problema de fondo es que el tratado SALT II, junto con el ABM, es el principal freno que impide una carrera incontrolada de las armas nucleares; incluso si ha sufrido violaciones, ha sido efectivo; su carencia estriba en que no sirve para reducir, sino para evitar aumentos de las armas afectadas. Abandonar SALT II es un cambio estratégico esencial; es cierto que el candidato Reagan hizo campaña contra la ratificación de dicho tratado, que había sido firmado por Carter y Breznev; pero el presidente Reagan, y entonces la presión europea se hizo sentir, aceptó someterse a sus estipulaciones sin ratificación formal; en diciembre de 1985, fecha de su caducidad, la URSS y EE UU acordaron que su vigencia de hecho se mantuviese.
La Prensa americana sospecha que la dirección civil del Pentágono, que representa una tendencia dentro de la Administración contraria al control de armamentos, por considerarlo una amenaza para la seguridad de EE UU, "acaba de ganar un round extraordinariamente importante". La filosofía que está en la base de esta actitud ha sido expuesta ampliamente en un artículo de Caspar Weinberger en la revista Foreign Affairs, titulado 'La estrategia de defensa de EE UU'; su tesis central es que hace falta lograr la superioridad en los terrenos en que ello sea posible para obligar a la URSS a negociar en las condiciones de EE UU. Weinberger concluye su artículo recordando la frase de Theodore Roosevelt aconsejando a sus compatriotas "hablar con dulzura y llevar en la mano un gran palo". ¿Qué papel podría corresponder a Europa en una estrategia semejante?
El desacuerdo de Halifax viene a añadirse a una serie de casos en que EE UU ha adoptado medidas unilaterales para imponer luego, con más o menos forcejeo, a los europeos que las aprueben o asuman a posteriori; así ocurrió con el bombardeo de Libia y más recientemente con la fabricación de nuevas armas químicas. Pero lo ocurrido con el SALT II reviste mayor gravedad. No es aceptable el argumento de que se trata de decisiones que no son de la Alianza, sino exclusivamente de EE UU. ¿Qué sentido puede tener, por ejemplo, la frase del comunica do conjunto aprobado en Halifax deseando resultados positivos en las futuras negociaciones con la URSS, cuando es evidente que están ya totalmente condiciona das por la decisión de Reagan de abandonar SALT II? La opinión pública europea, que desea se potencien al máximo todas las posibilidades de avanzar hacia el desarme, no entendería una actitud de aceptación pasiva por parte de sus Gobiernos ante esta inclinación de la política de EE UU a la táctica del gran palo.
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