Alrededor de la maestría
Su trabajo en After hours, aquí traducido con un subnormal Jo, qué noche, le ha valido a su director, Martin Scorsese, el premio a la mejor dirección en el pasado festival de Cannes. No hace falta haber visto los trabajos de sus competidores en este premio para aventurar que éste es completamente merecido.La razón es la extraña dificultad que ofrece a su realizador un filme de las características de After hours. La película es una total locura que, pese a serlo, está totalmente controlada desde la puesta en escena, desde el juego básico de los actores, desde la insólita cadencia que la dirección imprime a este filme. La perfección que en la película alcanzan estas facetas esenciales es tan indiscutible que no hay ningún riesgo en decir de ella que es una obra magistral o, cuando menos magistralmente dirigida.
Jo, qué noche
Director: Martin Scorsese. Guión: Joseph Minion. Fotografía: Michael BaIlhaus. Música: Howard Shore. Producción: Arny Robinson, Griffin Dunne, Robert Colesberry. Norteamericana, 1986. Intérpretes: Griffin Dunne, Rosanna Arquette, Verna Bloom, Thomas Chong, Linda Fiorentino, Teri Garr, John Heard, Cheek Marin, Chatherine O'Hara, Dick Miller, Will Patton. Estreno en Madrid: cine Alphaville, versión original subtitulada.
Es difícil, por no decir imposible, contar esta singular película. Los sucesos ocurren del tal forma que resultan inexpresables despegados de las imágenes sobre las que discurren, pues son sucesos cinematográficos puros, intraducibles a palabras. Hoy, cuando el cine padece una infección de mala literatura, esto es todo un glorioso rescate. Martin Scorsese ha mostrado en otras ocasiones que sabe qué es la pureza -en las antípodas del purismo- en el cine y, una vez más, lo demuestra.
Para entendernos, podría decirse, con toda inexactitud, que, After hours es una especie incatalogable de comedia negra. De esto tómese como único término seguro el de incatalogable. Aun siguiendo esquemas conocidos, Scorsese los vulnera; aun siguiendo una estructura del relato que sin duda tiene antecedentes, Scorsese parece inventarlos en su película. Nada hay nuevo en ella y, no obstante, todo en After hours se resiste a ser comparado con sus orígenes, como si no los tuviera. En este sentido, en el de su contundente originalidad, es también este filme un coqueteo con la maestría.
Martin Scorsese vertebra su película sobre imágenes de gran poder, algunas de ellas incluso con sabor mágico, de esas que, a la manera de Alfred Hitchcock, se prenden tenazmente en la retina y a lo largo de todo el filme golpean como una obsesión en la memoria del espectador, viéndose éste obligado a interpretar todo cuanto ve a través de ellas. Un billete de 20 dólares que vuela o unas llaves que caen a una acera son dos, entre otras, de esas imágenes magnéticas sobre las que gravita misteriosamente la inteligibilidad de un galimatías resuelto por Scorsese con desarmante humor y con no menos desarmante precisión. Una combinación así no puede tener otro nombre que el de talento.
Esta deliciosa y emocionante pesadilla narrada en forma de comedia es indicio de que, por debajo de la hoguera que está convirtiendo al cine norteamericano prácticamente en tierra quemada, los brotes de su genio y las huellas de su poderosa tradición sobreviven.
El espectador escapa de esta lección de cine tenso y relajado, regocijado y con una punta de horror en su regocijo. El dominio de Scorsese de la cuerda floja es abrumador y su capacidad para jugar con la ambivalencia de los tipos y los comportamientos es poco menos que insuperable. Su filme divierte, conmueve, crispa, intriga, relaja, aprisiona, libera, reconcilia con el cine.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.