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FERIA DE SAN ISIDRO

La acorazada de picar cumple sus objetivos militares

Cobaleda / Curro Vázquez, J. A. Campuzano, ManiliCuatro toros de Manuel Sánchez Cobaleda, de impresionante trapío y desigual juego; 1º (sobrero) y 4º, de hermanos Santamaría, flojos y manejables. Curro Vázquez: media (ovación, salida a los medios); pinchazo hondo muy bajo, bajonazo (oreja). José Antonio Campuzano: media estocada caída y rueda de peones (algunas palmas); estocada corta trasera y baja (bronca). Manili: pinchazo y se tumba el toro (silencio); media estocada muy baja (silencio). Plaza de Las Ventas, 1 de junio. 23ª y última corrida de feria.

JOAQUIN VIDAL

La acorazada de picar que ejerce su dictadura en Las Ventas cumplió ayer sus últimos objetivos militares. La feria ha terminado.

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La consigna de ayer era destruir a los Cobaleda, que habían llegado armados- hasta los dientes, farrucos, con apabullante estampa y ganas de pelea. El primero que asomó por los chiqueros tenía una de las mejores plantas que se hayan visto en este ruedo últimamente. Negro, lucero, calcetero, girón, bragao y meano, alto de agujas, proporcionado, musculoso y serio, lucía un cornamenta acaramelada y armoniosamente vuelta que sus citaba admiración o espanto, según quien la mirara y desde dónde. La acorazada de picar bruñía sus misiles para dar buena cuenta del intruso, pero no hizo falta: el intruso llevaba una melopea de abrigo, un pet com un aragonés, que dicen por tierras del Cid, y volvió al corral para dormirla.

Todos los demás también sacaron un trapío digno, de mejor causa que morder el polvo a los pies de la acorazada. Pero la acorazada estaba allí, con toda la ambición destructora de que es capaz. Cobaleda que veían los acorazados -gente siniestra, tocada de castoreño-, Cobaleda que trituraban por los- bajos o por el listón hasta abrirlo en canal o convertirlo en el mapa de la Luna, sólo que inundado de rojos manantiales.

La sangre les manaba a los Cobaleda no hasta la pezuña como es clásico, sino hasta el meano, porque el puyazo barrenaba atrás. Y no daban -no podían dar- la imagen del toro encastado que revela bravura contra quien lo hirió en lo alto, sino de menstruado, depresivo y arrepentido de nacer, deseando morir. Después, a la retirada de la acorazada de picar, para avituallamiento y rearme, venían derechazos y el toro menstruado no sólo deseaba morir; es que se moría bien muerto, de paranoia.

Para mejor cumplir sus objetivos militares, la acorazada de picar contó con la colaboración de quintacolumnistas, que pertenecían a la infantería, y algunos eran generales en esta guerra contra los Cobaleda. Al quinto toro, un bravo ejemplar, hondo y aparatosamente cornalón, que romaneaba al caballo con inusual fijeza, lo destruyó la acorazada de picar con la colaboración del general Campuzano y sus huestes, que se lo servían en bandeja, poniéndolo a merced de los misiles bajo el bunker del peto.

Menstruado y todo lo demás, ese toro acabó medio ciego y medio lelo y el general Campuzano le afanaba derechazos y naturales con zafio estilo que, naturalmente, el público no toleró. El público no perdonaba la conspiración y, ya levantisco, recordaba -no sin ¡rala paliza de derechazos con que le había molido el general Campuzano en su otro toro.

A Manili, general prusiano, sele aplomaron los Cobaleda por efecto de la sangrienta refriega. A uno le porfió valiente y hasta le sacó algunos bonitos muletazos. Al otro, nada, porque se había dejado la vida en su brava pelea con la acorazada de picar, que le arrasó las entrañas. Dos veces se tumbó el toro antes de que Manili lo tumbara para siempre de un bajonazo.

Entre generales de infantería privan los de academia y el único de esta clase era ayer Curro Vázquez, cuya formación de elite destacaba entre chusqueros. Los torerísimos ayudados por bajo y otros apuntes que exhibió en su primero, un torazo probón, los convirtió en acabada obra al torear al cuarto, un inválido absoluto de inmarchitable nobleza. La faena de muleta que le instrumentó fue de altos vuelos, magníficamente construida, mejor ejecutada; hacía arte del natural y el redondo y lo solemnizaba en los pases de pecho, echándose por delante el toro y barriéndole los lomos de cabeza a rabo.

Inspirados adornos, de variado repertorio y estricta esencia torera, remataron la estupenda faena y el general de academia estaba en la gloria. Sin embargo, manejó la espada con villanería de mercenario y no es muy seguro que mereciera la oreja después de aquellos bajonazos que propinó.

La acorazada de picar descansa ahora, satisfecha y prepotente, cumplidos sus últimos objetivos militares. Concluía la corrida cuando de los altos de sol surgió un vozarrón, "¡Gol de Españaaa!", que iluminó los corazones y aligeró la sordidez ambiental.

Así que, inesperadamente, la feria iba a terminar en triunfo, gracias al gol de España -que rápidamente se apuntó Chopera, para el balance-, y con esa ilusión abandonaba la gente el coso. Luego el gol no valió, pero entonces no lo sabíamos, sacábamos pecho, éramos felices y comíamos perdices.

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