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FERIA DE SAN ISIDRO

Peligrosa mansada

JOAQUIN VIDAL, Los toros de Sepúlveda, sobre mansos -de una mansedumbre arrebatadora- salieron peligrosos. De estos hubo cuatro, y uno de ellos cogió a Esplá como para matarlo. Los dos restantes eran tan mansos como sus hermanos, pero se dejaban torear y los aprovechó el Niño de la Capea. Curro Vázquez y Esplá, en cambio, tuvieron que pechar con lo duro, la incertidumbre de la cornada, y además la incomprensión de algunos espectadores, que si no ven derechazos muchos, lo atribuyen a perversidad de¡ torero.

A juicio de la afición los toros salieron mansos, estilo buey. A juicio de los propios toros, en cambío, salieron bravos. "Nos arrancamos de largo, mire", berreaban los toros y, en efecto, lo dernostrabani galopando encampanados, con muchos pies. Qué alegría de toros. La afición les discutía la bravura, pero porque es una afición urbana, desconocedora de la vida en el campo. La afición, porque un día fue al monte a comerse una tortilla con patatas, ya se cree en disposición de dictar conferencias sobre el reino animal.

Sepúlveda / Curro Vázquez, Niño de la Capea, Luis Francisco Esplá

Toros de Sepúlveda, con trapío, mansos, descastados y difíciles, salvo 2º y 5º. Curro Vázquez: estocada corta baja (algunas palmas); media atravesadísima (silencio). Niño de la Capea: pinchazo y estocada corta caída (aplausos y saludos); estocada al encuentro (oreja). Luis Francis co Esplá: dos pinchazos y estocada corta desprendida (palmas); cuatro pinchazos, otro saliendo volteado -primer aviso-, pinchazo hondo atravesado, y segundo aviso (aplausos). Esplá pasó a la enfermería donde se le apreció probable fractura de una costilla. El banderillero Pirri se lesionó al saltar al callejón y sufre conmoción cerebral de pronóstico reservado. Plaza de Las Ventas, 28 de rnayo. 191 corrida de feria.

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La psicología del toro, en cambio, requiere sofisticadas investigaciones. Partiendo del aserto de que el toro es bravo cuando se arranca de largo, es irrelevante que lo haga en el sentido que señalan las tauromaquias (escritas por humanos) o en el contrario, si le da ese gusto. Hasta que los toros de lídia no escriban su propia tauromaquia y pueda confrontarse con la de los humanos, la discusión entre aficionados y toros siempre será bizantina.

Los toros de Sepúlveda tenían corpachones aparatosos -no tanto el quinto, cabezas de impresionante arboladura -no el quinto, tampoco-, bronquedad -el quinto ninguna- Los toros de Sepúlveda, excepto el quinto (y un poco el segundo también), eran unos camorristas de cuidado, desde el punto de vista de las tauromaquias escritas por los humanos. Y consecuentes con esta catadura, ponían en peligro la vida de los toreros. El primero de ellos se arrancaba con enorme codicia en dirección contraria a la acorazada de picar -que también tenía sus intenciones: descuartizar toros-, y la presidencia lo condenó a banderillas negras. Para el toro fue injusto, pues no tiene por qué conocer las normas, según las cuales ha de embestir precisamente a la acorazada de picar. En cambio el presidente sí debe conocerlas -ésta e una de las diferencias entre ambos- y por tanto debería sabe que hay banderillas negras cuando el toro ha renunciado tres veces . tomar las varas, no una docena, talcomo ocurrió.

Corrida bronca

El resultado fue que el manso (o bravo al revés), capoteado y perseguido por las cuadrillas hasta vol. verlo loco, se convirtió en fiera avisada, que perseguía con saña a los banderilleros y tiraba tarascadas a Curro Vázquez cada vez que le citaba en el sentido contrario a su querencia. El espadazo que le cobró Curro Vázquez, bien cobrado estaba. Toda la corrida fue así de brava al revés, y bronca, salvo aquellos ejemplares que correspondieron al Nido de la Capea.

El primero de ellos tenía temperamento aborregado y el diestro pudo sacarle algunos pases decorosos. El otro, hasta llegó a sentirse noble en la querencia toril, adonde con buen sentido lidiador le llevó el Niño de la Capea, y allí hubo faena. No toda limpia, artística y masisá -que diría el maestro Pepe Luis- pero sí entusiasta, con irreprimible determinación de conseguir pases largos y templados. Los dio así el Niño de la Capea, en su mayoría -otros quedaban cortos y zarapastrosos-, y dedicó una tanda a ligar pases de pecho, en medio de enorme algarabía y contento del público, pues es moda que causa furor. Culminó la faena el NiÑo de la Capea matando al encuentro, y se ganó la oreja, que el gentío solicitaba con verdadero entusiasmo.

La bravura al revés de los tres restantes toros incluía coceos, mugidos, bronquedades, incalificables agresiones. Curro Vázquez aliñó al cuarto, después de intentarle derechazos inútilmente. Esplá se pasé por la faja las vueltas astas del tercero; un toro hondo serísimo en su fosquedad y arboladura, que además no tenía fijeza. También banderilleó Esplá, con poco lucimiento en los dos primeros pares de cada tercio -que cuarteaba astutamente a cabeza pasada-, y en cambio arriesgaba la vida en los terceros, reuníéndolos pegado a tablas, mientras el toro le arreaba de firme allí.

Su última faena fue contra viento y marea; exactamente así fue. El ventarrón flameaba la muleta, el toro pegaba oleadas tirando derrotes, y el torero pretendía sacar, pases en tan adversas circunstancias. Entró a matar como pudo, y al quinto embite salió volteado de forma espeluznante.

Se incorporó maltrecho y ya se lo llevaban a la enfermería cuando se deshizo de las asistencias; y desoyendo los consejos de las cuadrillas, zafándose de Curro Vázquez, que intentaba retirarle pues estaba visiblemente conmocionado, entró a matar otra vez y abatió al toro. Esplá lo cuenta de milagro. Mientras caía la noche y se cernían polvorientos remolinos de tormenta sobre el coso, la gente escapaba de allí horrorizada. Los Sepúlveda, bravos al revés o mansos por derecho, habían sido un trago amargo y nadie querría verlos ya nunca por siempre jamás.

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