_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los secretos de Estado y las filtraciones.

Durante tres décadas, como periodista y director de periódico en esta ciudad rebozada en secretos que es Washington, presidentes y secretarios de Estado y de Defensa y directores de la Agencia Central de Inteligencia han pedido a mí y a mis compañeros periodistas y directores que no publicáramos ciertos artículos en nombre de la seguridad nacional.Algunos artículos no fueron publicados nunca. Otros siguen sin publicarse. Muchos más se publicaron. Y muchos más se publicarán.

Hace poco, Michael I. Burch, principal portavoz del Departamento de Defensa, dijo lo siguiente: "Es un hecho que el secretario de Defensa y algunos otros miembros de este Gobierno tienen la misión, encomendada por la ley, de mantener la seguridad nacional. Incurrirían en negligencia si no intentaran mantenerla. La protección de la información, por ley, nos corresponde a nosotros".

No tengo nada que oponer. Es tarea del Gobierno guardar los secretos. Y, tal como yo lo entiendo, es tarea de periodistas y directores averiguar esos secretos y decidir si deben revelarse al público o si deben mantenerse ocultos en los oscuros armarios del secreto.

Ahora bien, es precisamente tal opinión la que les crea problemas a los directores. Cuando era niño y me ponía contestón en casa, mi madre me preguntaba: "¿Quién se ha muerto que te ha dejado a ti de jefe?". Era la forma que ella tenía de hacer exactamente la misma pregunta a la que tienen que hacer frente constantemente los directores de Prensa en Estados Unidos: quién y qué nos da el derecho a decidir lo que es un secreto nacional; nadie nos ha elegido. Todos invocamos la primera enmienda y alos padres fundadores, el derecho del pueblo a estar infonnado y los tribunales que, a. lo largo de más de 200 años, han dado a esta nación la Prensa más libre del mundo y, no por casualidad, la sociedad más libre.

MILLONES DE SECRETOS

Lo primero que se aprende es que es imposible, no simplemente improbable, sino imposible, hacer el trabajo diario sin darse de bruces con algún secreto. Según un cálculo, este año se han archivado 20 millones de documentos federales, 20 millones. De éstos, 350.000 han sido clasificados como de alto secreto, designación que significa que, en caso de revelarse la información contenida en el documento, provocaría "daños excepcionalmente graves" a la seguridad de la nación. Según un artículo reciente, sólo el Departamento de Estado tiene 1.500.000 documentos secretos en sus cajas fuertes.

Es maravilloso cómo cualquiera de los cuatro millones de ciudadanos norteamericanos que tienen acceso a información clasificada pueden recordar lo que es secreto y lo que no.

Para resumir, si le quiere saber algo sobre el Gobierno hay que enterarse de los secretos (son muchísimos).

Un segundo aspecto relacionado con lo anterior que hay que tener en cuenta es que los periodistas y los directores no se inventan los secretos, sino que se los dicen. O, para emplear la jerga apropiada, se les filtran los secretos.

¿Qué razones podría tener nadie, incluyendo quizá un director de la Agencia Central de Inteligencia, para proporcionar a un periodista alguna información clasificada como secreta o violar la seguridad nacional? Pues bien, las razones no son nada extrañas. En muchos documentos se pone la etiqueta de secreto no para proteger un secreto auténtico, sino para evitar ciertas revelaciones auténticamente embarazosas, o para ocultar una extralimitación en los gastos, o un abuso de poder, o para impedir las críticas, o para evitar la inspección pública, o simplemente por costumbre.

¿Por qué se retira a algunos documentos la etiqueta de secreto, lo que se denomina filtración deliberada? Con frecuencia, para beneficiar a algún político o algún partido político. También, en muchos casos, para crear problemas a otro político. A veces, para enviar un mensaje al enemigo. En la mayoría de los casos, el verdadero motivo es colocar en una situación de desventaja a un enemigo interno. Y sólo en muy raras ocasiones se hace en beneficio de los ciudadanos.

A modo de ejemplo exquisito, he aquí el siguiente:

Era el año 1964. Lyndon Baines Johnson iba a celebrar una conferencia de prensa que iba a ser retransmitida a la nación por televisión. Quería decir al pueblo norteamericano algo que estuviera en los titulares de los periódicos a la mañana siguiente. Pidió a sus asesores que le dieran ese algo especial.

Se le sugirió que revelase uno de los secretos más celosamente guardados por los militares: la existencia de un sucesor al avión espía U-2. Se le dijo a Johnson que la revista Aviation Week tenía toda la información y que iba a revelarla rompiendo la seguridad.

Johnson apareció en la televisión y anunció públicamente por primera vez la existencia del predecesor del SR-71, entonces conocido como A- 11. Logró los titulares que quería a la mañana siguiente. Aviation Week recibió disculpas de las fuerzas aéreas y del vicesecretario de Defensa, Arthur Sylvester. Aviatión Week no había tenido la menor intención de publicar lo que sabía sobre el A-11. Por el contrario, actuando de buena fe, estaba. guardando el secreto.

Esta historia tiene una nota a pie de página maravillosa. Williams Hawkins, actualmente jubilado y por entonces vicepresidente de la sección de aviones de la Lockheed donde se construyeron el U-2 y el A-11, le dijo, al Wall Streel Journal el pasado mes de septiembre que Johnson reveló el secreto del SR-71 en televisión porque "decidió que quería apuntarse el mérito de su creación".

UN ARMA IMPOSIBLE

Más recientemente, los periodistas han estado intentando obtener los resultados de las pruebas de rendimiento de DIVAD, el arma de la División de Defensa Aérea en la que el Pentágono empleó más de 1.800 millones de dólares antes de cancelar las investigaciones debido a que su rendimiento era horriblemente pobre. ¿Qué podía haber de secreto en los resultados de un arma que no vamos a fabricar? ¿O es que los informes pueden revelar que debería haberse abandonado el proyecto mucho antes de haber despilfarrado 1.800 millones de dólares?

O aparece el bombardero Stealth. ¿Está compitiendo con el B-1 para granjearse los corazones, las mentes y las carteras del Congreso, o son los Deavers? Sin embargo, los dirigentes del Pentágono se niegan a decirle a la Prensa, a los ciudadanos o incluso al Congreso cuánto va a costar el programa Stealth. Los cálculos varían sustancialmente. Todos ellos alcanzan miles de millones de dólares. A mí me parece obvio que el pueblo tiene derecho a saber cuánto va a costarle. Pero puede que este razonamiento sea demasiado simplista.

En Washington se aprende también que muchos secretos clasificados como tales son del dominio público, pero los guardianes del secreto lo ignoran.

Mi amigo y antiguo compañero George Wilson cuenta una historia maravillosa de un día durante el debate sobre los documentos del Pentágono en el que él y varios abogados de The Washington Post llegaron al despacho del juez David Bazelon para celebrar una reunión in camera. Se hallaba también presente un ayudante del almirante Noel Gaylor, por entonces director de la Agencia de Seguridad Nacional. Llevaba consigo un maletín con cerradura doble. El mensajero le dijo a Bazelon que el Gobierno no quería revelar lo que estaba a punto de revelar. Dijo que el juez se iba a enterar de un secreto cuya publicación, si se le permitía publicarlo a The Washington Post, pondría en peligro vidas de norteamericanos en Vietnam y sería contraria a los intereses de Estados Unidos.

El juez le miró y dijo: "Ábralo". El hombre abrió la doble cerradura y sacó un gran sobre marrón. Bazelon lo abrió y sacó un sobre blanco. Abrió ese sobre y sacó otro sobre blanco más pequeño, sellado con lacre y con una cinta roja. El juez rompió el sello y rompió el sobre. En su interior había un mensaje interceptado a un transmisor norvietnamita instalado en una isla frente a la costa de Vietnam. Era la transcripción literal de un mensaje a sus fuerzas armadas. Ese mensaje formaba parte de los documentos del Pentágono, y el almirante argumentaba que si se publicaba, su resultado sería la eliminación de una valiosa fuente de recogida de información de inteligencia.

Los abogados de The Washington Post lo leyeron y se quedaron impresionados. Se lo pasaron a Wilson, el admirado corresponsal del periódico en el Pentágono. A Wilson le pareció conocido el mensaje. En ese mismo momento tuvo la impresión de haberlo leído antes en una sesión abierta del Comité de Relaciones Exteriores del Senado que estaba investigando los orígenes de la guerra de Vietnam. Se encontraba en el archivo público y además, por una curiosa circunstancia, Wilson llevaba en ese momento la copia de esa sesión. Les pasé la página con la cita a los abogados y luego a Bazelon. Eso decidió la cuestión a favor de The Washington Post.

George había acudido a la reunión en

Los secretos de estado y las filtraciones

taxi. El presidente de la junta de directores de The Washington Post le llevó a su oficina en una limousine.Más recientemente, el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, se lanzó sobre el cuello de The Washington Post por haber revelado el hecho de que en un vuelo secreto del transbordador espacial se pondría en órbita un satélite espía. Llegó a acusar a los directores del periódico de traición. Poco menos de un mes después, el director de información pública de las fuerzas aéreas dijo que el artículo de The Washington Post contenía poca o ninguna información que no estuviera en los archivos públicos.

Entre paréntesis, mi cita favorita sobre el terna de las filtraciones la soltó en esta época el senador por Utah. Jake Gam, que estaba tan enfadado con The Washington Post que farfulló: "!Si hubiera habido tal irresponsabilidad de: filtraciones y de quienes las publicaron, vio hubiéramos ganado la II Guerra Mundial".

ROBO Y ESPIONAJE

Lo que Weinberger y Gam prefirieron no tener en cuenta, o quizá es que no lo sepan, es que los rnejores secretos jamás aparecen en publicaciones norteamericanas. Por el contrario, salen tranquilamente por la puerta delantera cuando seres humanos, varios empleados en el Departamento de Defénsa y en la Agencia Central de Inteligencia, los roban y se los entregan al enemigo, generalmente por dinero o por razones ideológicas. Esto es lo que sucedió durante la II Guerra Mundial cuando los agentes soviéticos de espionaje se infiltraron en el proyecto de creación de la bomba atórrúca, el proyecto Manhattan. Y esto es lo que, al parecer, sucede con cada vez más frecuencia en la actualidad cuando el FBI anuricia un arresto tras otro de personas quevenden o intentan vender los secretos más delicados de la nación.

Y que yo sepa, jamás ningún director de periódico o ningún periodista han sido juzgados por espionaje.

Y ahora llegarnos al engaño.

Lo más preocupante del engaño, tanto cuavido se practica en nuestro país como fuera de él, es que nos quita la posibilidad de saber lo que es verdaderamente cierto. Extrae la médula del hueso de la credibilidad. Tal como me dijo un periodista amigo, "cuando crees que sabes algo, tienes que preguntarte si es eso lo que quieren que sepas".

Ahora bien, sé muy bien que el presidente Reagan ha firmado un decreto prohibiendo a la Agencia Central de Inteligencia practicar el engaño con la Prensa de Estados Unidos y el pueblo norteamericano. A pesar de todo, mi formación periodística está enraizada en el pasado, cuando la Agencia vio actuaba limpiamente y engañaba a la Prensa y al pueblo.

Por ejemplo, recuerdo cuando los soviéticos derribaron a Gary Francis Powers y su avión espía U-2. La CIA se inventó una historia de tapadera e hizo que el pobre Walt Bonney, el popular oficial de prensa de la emplumada Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio, engañara a los pueblos norteamericano y soviético. Powers, como recordarán, fue derribado poco antes de que el presidente Eisenhower hubiera de reunirse con Nikita Jruschov en una prometedora reunión cumbre. La CIA, utilizando a una NASA reacia, le dijo al mundo que el U-2 era un avión meteorológico de la NASA descarriado que estaba realizando investigaciones a gran altura. Lo que no sabían la CIA, la NASA ni Eisenhower era que Jruschov tenía a Gary Powers con vida y habla. Estados Unidos y su presidente fueron cogidos en una mentira pública. No fue sólo algo humillante para el presidente Eisenhower, sino que jamás sabremos qué podía haber sucedido; se suspendió la cumbre.

Creo que el engaño, tanto si es el caso del U-2 como el de bahía de Cochinos, o los bombardeos secretos de Camboya, o el Watergate, en los que, entre otras cosas, la trama del engaño fue reforzada por cabellos- de una peluca roja, siempre coloca a Estados Unidos en una situación de desventaja. Y lo que desconozco, me preocupa. Me preocupa porque me siento desconcertado de contar con una agencia con bastantes recursos económicos, poderosa y agresiva, que es tan secreta. Ahora bien, sé que algo bueno tiene que surgir de nuestras operaciones de recogida de información y quizá de nuestras operaciones de inteligencia encubiertas. Pero no tengo la menor idea de qué es lo que tengo que evaluar ni dónde ni cómo; todo es secreto, y la CIA sólo habla sobre lo que ella quiere.

De acuerdo con, mi experiencia, la Agencia Central de Inteligencia rara vez dice a la Prensa lo que ésta quiere saber, lo que realmente quiere saber. Y sólo de muy mala gana le dice al Congreso parte de lo que éste quiere saber. El Senado de Estados Unidos, por ejemplo, está aún resentido por el minado de los puertos nicaragüenses, ya que no se le informó de ello al Comité de Inteligencia del Senado. E igualmente, el Congreso se sintió molesto por la publicación de un manual financiado por la CIA en el que se sugiere la realización de asesinatos políticos en Nicaragua, cuando existe una orden del presidente prohibiendo la participación de la CIA en actividades de este tipo.

A veces esto tiene toda la apariencia de ser un engaño.

Tales prácticas son contrarias a la idea de democracia y de un comportamiento correcto de muchos directores de Prensa. Además engendran la sospecha de que, en lugar de proteger nuestras libertades y nuestra forma de vida, una agencia superpoderosa y supersecreta, que puede burlar con éxito el control del Congreso y de la Prensa, acaba protegiéndose a sí misma.

¿Pienso yo que los directores deberían publicar todo lo que averiguan? Por supuesto que no. ¿Pienso que los directores deberían rechazar todos los argumentos que les presente un representante del Gobierno responsable para no publicar cierta información? De ninguna manera. ¿Creo que todos los representantes del Gobierno piensan únicamente en el interés de los ciudadanos? Por supuesto que no. ¿Creo todo lo que el Gobierno me dice? De ninguna, manera.

Sobre todo cuando la mayor parte de las filtraciones que se producen en Washington son filtraciones deliberadas de representantes del Gobierno para apoyar la postura del Gobierno y constituyen la forma más común de violación de la seguridad.

El COMBATE PERIODÍSTICO

Todo eso me parece que es razón de más por la que los periódicos mayores deben actuar con firmeza contra los secretos. Tienen la capacidad económica, los recursos y la posibilidad de recurrir a abogados caros, y la capacidad humana para hacer frente a una burocracia excesivamente celosa de sí misma y excesivamente secreta. Pero cuando las mayores empresas periodísticas se acobardan o se vuelven perezosas, a los periódicos más pequeños y con menos medios económicos les resulta mucho más difícil realizar la misión de oponerse a los secretos de los Gobiernos locales.

A veces, los periódicos se equivocan al publicar alguna información que les han pedido que no publiquen. Pero, a veces, también se equivocan al dejar de publicarlas.

Pues si ciertas acciones de la Agencia Central de Inteligencia y del Departamento de Defensa no pueden someterse al escrutinio del Congreso, en primer lugar, o al escrutinio de los ciudadanos, finalmente, eso significa que este país no debería llevar a cabo tales acciones.

Basta ya de homilías. Espero que la Prensa de este país acuda siempre con la cara descubierta y sin armas a la batalla de la información, y que publique las noticias, y la verdad contra aquellos que le nieguen la información, le escondan las noticias y distorsionen la verdad.

Tal como declaró el juez del Distrito Federal Murrey Gurfein durante el caso de los documentos del Pentágono, "también hay seguridad en los valores de nuestras instituciones libres: una Prensa crítica, una Prensa obstinada, una Prensa omnipresente, es la que tienen que soportar quienes estén en el poder, con el fin de preservar los valores aún mayores de la libertad de expresión y del derecho de los ciudadanos a estar informados...".

A lo que yo digo: amén, amén, amén.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_