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FERIA DE SAN ISIDRO

Tenían un cortijo o dos

Los novilleros Rafael Camino y Sánchez Cubero van a tomar la alternativa dentro de unas semanas. Por qué, es argumento que pertenece al arcano de la tauromaquia de despacho, hoy en boga. Contemplada desde otro punto de vista la crucial cuestión, parece que no les hace falta, pues ambos tienen un cortijo, o dos, o quién sabe. Una playa privada y jamones colgados en la cabecera de la cama, para mejor despertar, también los deben tener.

Consecuentes con su fortuna, no necesitan ganarlo, y no se lo ganan. Ayer anduvieron por el ruedo de Las Ventas a dejar caer las horas; una manera de llenar el tiempo como otro cualquiera, hasta la cena. Si les sacaron toritos de dulce, terciaditos, apañaditos de hechuras para no asustar ni molestar, esa es cuenta de quien se molestó en llevarlos a la plaza. Si los toritos de dulce metían sus cabecitas en los engaños rogando que les dieran un pase -"por favor démelo bueno, maestro"-, esa es cuenta de quien se molestó en criarlos.

M

González / Camino, S. Cubero, CarmeloCuatro novillos de Manolo González y 2º y 6º de Sánchez-Dalp: terciados, dieron juego. Rafael Camino: dos pinchazos y descabello (silencio); pinchazo hondo, rueda de peones y descabello (silencio). Sánchez Cubero: estocada corta baja (silencio); metisaca bajo (palmas y pitos). Carmelo: pinchazo hondo bajo y estocada corta (vuelta con protestas); estocada (petición y vuelta). Plaza de Las Ventas, 20 de mayo. 11ª corrida de feria.

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Desganados, aburridos, deambulaban por el ruedo, mientras las gentes de sus cuadrillas les voceaban inútiles consejos. Las gentes de las cuadrillas torearán como sea, pero en vocear consejos son expertas. Desde los burladeros, donde sitúan su parlamento, se lo saben todo. Fuera, ya es otra cosa.

A Rafael Camino le daba lo mismo que le vocearan o que le mandaran recado por escrito, pues iba a lo suyo: estos derechacitos metiendo el pico, aquellos naturales metiéndolo también, una pausa, una reflexión, una prudencia. En su primer torito de dulce, Rafael Camino estuvo confuso. En su segundo, difuso, e hizo la suerte de la nana, al estilo mecedora. Infundía una confortadora inquietud literaria en la afición, que leía con avidez programas de mano, mientras los jubilados de la andanada se iban quedando traspuestos. Por el mismo precio del abono, jubilados y jubiladas durmieron a pierna suelta en Las Ventas, juntos -que no revueltos- y esta aventura dará que hablar.

La misma inapetencia sentía Sánchez Cubero para dar pases al segundo torito de dulce. En el quinto, un cárdeno claro de sangre encastada, algo debió ocurrir pues, de súbito, lo tanteó con enjundiosa técnica e instrumentó dos series en redondo de impecable factura. Obsérvese el matiz: cuando citaba con la mano izquierda en la cadera, el derechazo resultaba engarrotado, según denuncia de la afición sutil. Cuando citaba dejando el brazo izquierdo a su caída natural, a lo largo del cuerpo, el derechazo resultaba de una singular armonía.

De manera que, sin esperarlo nadie, Sánchez Cubero entraba en trance de torería; ya no tenía dos cortijos ni uno, y quería comprar los; jamones también, traigan puros, que no falte de nada. Pero había que contar con la gente de la cuadrilla. Y la gente de la cuadrilla -inevitable, omnipresente- le voceaba consejos surtidos desde la tribuna parlamentaria de su burladero. El de azabache: "¡De largo!"; el de verdegay: "¡En corto!"; el de nazareno: "¡Por alto!"; el de aurora boreal: "¡Por bajo!"; uno que venía de un recado: "¡La izquierda.!"...

Lo volvían loco. Y el toro se quedaba sin torear de largo, en corto, por alto, por bajo, con la izquierda y con la derecha. Tal como el acaso insufló torería en el espíritu del aspirante a cortijos, la evacuó el pluralismo parlamentario del burladero, y de nuevo tenía uno o dos.

Carmelo no debe tener ni parcela, pues bullía con garra para atraer la atención del personal. Los jubilados y las jubiladas despertaron sobresaltados con el alboroto que armó cuando se tiró de rodillas para iniciar la faena al sexto. Las gentes de la cuadrilla le vocearían lo que fuera, pero, en ese toro y en el otro, había tomado la determinación de ligar pases, y los ligaba; de arrimarse, y se arrimaba.

En cuanto a torear bueno y bien, ya era otro cantar. Al encastado novillo, cuya embestida se hacía delicia en el cite a distancia, le citaba cerca, hasta ahogarle. Y además se aliviaba con el pico de la muleta, desoyendo las ruidosas reconvenciones de la cátedra.

Quiere cortijos Carmelo, aunque debería saber que no se compran en medio de un barullo. Antes bien, se miran despacio, hay que llamar al notario, sentarse a firmar la escritura, ahí va el talón, vengan esos cinco. Lo mismo el toreo: despacio, despacio; la cátedra en función notarial, que vea cómo es, y que sea de ley. Este toreo da aquellos cortijos. Y hasta para suntuosos alcázares puede dar, si se le añade un soplo de arte.

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