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Tribuna
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El bumerán de Chernobil

Nos sorprendió una tragedia: un accidente en la central atomoeléctrica (CAE) de Chernobil. Una comisión gubernamental tiene el encargo de desentrañar las causas del mismo. Esta avería -que no es la primera en el mundo, sino la número 152 de las registradas en las CAE, pero, a juzgar por todo, bastante seria- obligará a los especialista! de todos los países a estudiar una y otra vez en detalle todos los aspectos imaginables sobre la seguridad- en los reactores nucleares.Pero los sucesos en Chernobil provocaron conmoción no sólo entre los expertos gubernamentales y especialistas en energía atómica. El accidente atrajo también la atención de la opinión pública mundial.

Tal fenómeno tiene causas naturales. No sólo en regiones aledañas dentro de la Unión Soviética, sino también en otros países se detectó un cierto aumento (aunque en dimensiones que no representan peligro para la salud ni la vida humana) de la radiactividad en nubes y precipitaciones. Se comprende que esto no podía dejar de provocar determinada alarma en cualquier persona normal, y entendemos que esto suceda.

En estos días, numerosas personas de otros países expresaron su sentimiento de condolencia, pues el accidente provocó víctimas. Hay heridos e irradiados. Hubo que evacuar miles de personas de las poblaciones adyacentes. No dudamos de la sinceridad de las muestras de condolencia hacia las víctimas, pues ¿qué otra cosa podría obligar a los médicos norteamericanos profesores- Robert Gale y Paul Tarasaki a emprender vuelo urgente hacia Moscú?

El mismo sentimiento impulsó a miles de británicos, norteamericanos, franceses, suizos, japoneses y alemanes a ofrecerse como donantes de médula ósea (su trasplante es indispensable en casos de grandes dosis de irradiación).

Pretexto contra la URSS

Los verdaderos amigos, según se sabe, se conocen en la desgracia. Lo mismo, por cierto, que los enemigos. El aparato de guerra psicológica creado por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN fue puesto en estado de emergencia. Hace tiempo que esperaban un pretexto para desatar una nueva campaña antisoviética. La repercusión que tuvieron las iniciativas soviéticas de paz en la opinión pública de Estados Unidos, Europa occidental y todo, el mundo provocó una gran alarma entre los dirigentes occidentales. Se trata de iniciativas como el cese unilateral de los ensayos nucleares por parte de la Unión Soviética, o el programa de liquidación de los armamentos nucleares para el año 2000, o la propuesta de crear un sistema universal de seguridad internacional. Todo aquello que, a los ojos de la opinión pública mundial, conforma la imagen de la URSS como un país que de modo honesto e inflexible defiende la causa de la paz, alarmó a los promotores de la carrera armamentista mucho más que los submarinos y misiles soviéticos.

Empezaron a buscar febrilmente un pretexto para abrir fuego sobre el creciente prestigio internacional de la Unión Soviética. La versión inventada es primitiva hasta el absurdo: si la Unión Soviética no informó de inmediato sobre las causas, magnitud y secuelas del accidente en la CAE de Chernobil, significa que no debemos confiar en ninguna de sus propuestas, ni siquiera entablar conversaciones, y menos aún concluir acuerdos. Se llegó a manipular de forma desvergonzada los sentimientos humanos más fuertes: el sentido de autoconservación, el temor por los hijos, el miedo ante la amenaza invisible.

Lamentablemente, tal campaña propagandística trajo sus resultados. Tuve oportunidad de convencer de ello en estas últimas semanas, al conversar con huéspedes extranjeros y respondiendo a las preguntas de los periodistas de otros países. Téngase en cuenta que no pongo en duda la sinceridad de las preguntas o de la preocupación que las dictaba. Es frecuente equivocarse con sinceridad. Aunque no menos frecuente es que al error hayan inducido las mentiras inventadas por alguien. ¿De dónde, por ejemplo, podría saber el habitante de una pequeña ciudad escocesa, preocupado por la salud de sus cuatro hijos, que su pregunta por qué el Gobierno soviético "no ha informado hasta el momento sobre las causas del accidente"- no tiene respuesta? Y no la tiene por la sencilla razón de que tampoco la tiene el Gobierno soviético (como no conoce todavía el Gobierno norteamericano las causas verdaderas del desastre del Challenger, a pesar de que ocurrió en enero).

No supone amenaza

Alguien, además, se encargó de convencer a este escocés de que su preocupación por la salud de los hijos se debe a que Moscú no informó sobre el nivel de la radiación. Aunque para las autoridades soviéticas es mucho más difícil que para las británicas medir este nivel en la región de Glasgow o Edimburgo. Por cierto, esas mismas personas de buena voluntad olvidaron decir que el nivel de radiación en Escocia no constituye ninguna amenaza para la salud humana.

Otro ejemplo. ¿Acaso puede recordar el holandés, el alemán occidental o el francés que lean sus diarios decorosos (es decir, diarios burgueses y, por lo general, hostiles a la URSS) que las autoridades de EE UU necesitaron casi dos meses para preparar el informe sobre el accidente en su CAE de Three Mile Island y presentarlo a la OIEA, mientras ellos mismos, Estados Unidos y sus aliados empezaron a exigirle este informe a la URSS literalmente al día siguiente del acontecimiento? Al periodista japonés que me acosó a preguntas y se quejaba de la lluvia radiactiva sobre Tokio, ni siquiera se le ocurrió que Chernobil queda mucho más lejos de Tokio que Nevada, donde Estados Unidos realiza explosiones nucleares (con frecuente emisión de sustancias radiactivas) y que los polígonos franceses (en anaisla del Pacífico) para ensayos de armas nucleares.

Expliqué detalladamente a mis interlocutores el estado real de las cosas. En particular, aclaré que al ocurrir el accidente nuestra primera preocupación fue la de prestar auxilio urgente a las decenas de afectados, evacuar miles de habitantes y localizar los focos de radiactividad. Pienso que una vez apaciguadas las pasiones atizadas por los antisoviéticos se nos perdonará este pecado, aunque -en mi opinión personal- no hubo tal pecado. No consistió en menospreciar el valor de la opinión pública, sino en subestimar lo enérgico y coordinado de las acciones por parte de la propaganda antisoviética. Realmente era dificil de imaginarse que hasta una desgracia, un infortunio, podrían ser tan desvergonzadamente aprovechados para manejos propagandísticos.

Una decepción

Mas a los organizadores de esa campaña les espera una amarga decepción. Han tratado de presentar un accidente serio, pero, a pesar de todo, de importancia local, como una especie de desastre nuclear universal. De ese modo obligan a la gente a pensar en el desastre nuclear como tal, con lo que se reducen a cero en una semana los esfuerzos que durante largos años emprendieron para acostumbrar a los pueblos a resignarse a la amenaza nuclear, "aprender a vivir con la bomba atómica". Así que su empresa se convertiría en un bumerán propagandístico.

Está claro que sobre el accidente de Chernobil será presentada una información detallada al extremo, la cual, en rigor, ya ha comenzado a llegar. Además, directamente a las manos del doctor Hans Blix, director general de la Organización Internacional de Energía Atómica, invitado a la URSS. Y la gente empezará a reflexionar. Pensarán en que durante dos semanas el mundo vivió en el temor de las emisiones radiactivas, provocadas incluso no por una explosión nuclear -no hubo tal explosión-, sino por un accidente en una CAE. Mientras, los arsenales acumulan más de 50.000 ojivas nucleares. Y volverán a recordar el hecho de que Estados Unidos y sus aliados -continúan los ensayos nucleares, con todas las emisiones concomitantes de sustancias radiactivas. Es posible que ahora, después del choque provocado por la propaganda, la opinión pública en Occidente valore de otra manera la legitimidad de la estrategia de la OTAN, que aún sigue considerando la posibilidad de ser los primeros en usar armas atómicas.

Este accidente, mínimo por sus magnitudes si se le compara con las consecuencias que traería una guerra nuclear y la carrera de los armamentos nucleares, ofrece una prueba palpable sobre tan indiscutible hecho de nuestra época: el hombre hizo despertar a la vida y creó fuerzas tales que frente a ellas se encontraría totalmente impotente si las mismas se a licaran con fines destructores. Ésa es una de las lecciones de Chernobil, y debe servir para convencer a la gente de hasta qué grado es irracional y absurda tan sólo la propia idea sobre una guerra nuclear.

El accidente de Chernobil no es sólo nuestra desgracia. Este infortunado accidente demuestra que en la época nuclear incluso lo que sucede en el uso pacífico de la energía atómica afecta a los intereses de todos. Ni que decir de una guerra nuclear, cuya amenaza es, con mucha mayor razón, una desgracia e infortunio para todos los pueblos.

Georgi Arbatov es académico, director del Instituto de Estados Unidos y Canadá, de la Academia de Ciencias de la URSS.

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