La baraja nacional
De niño, en los últimos 40, todavía alcancé a ver -ferias y fiestas de San Mateo, corridas de toros, Valladolid- el haiga azul de Manolete. Mi primo Luis, al que quiero como un hermano, nos salió jurista, radiofonista y torero. Hasta, toreó en la Escuela Taurina de Valladolid, plaza de toros de aquella ciudad, asesorado por Luis Miguel Dominguín. Ha sido la tarde taurina más conmocionante de mi vida. Nunca había tenido uno, ni he vuelto a tener, un primo vestido de luces. Mi primo Luis estaba, precisamente, en la línea perfilera y sobria de Manolete, a quien él sí que había visto dar manioletinas.Todas las semanas nos metía en casa la revista El Ruedo. De El Ruedo, yo recuerdo, mayormente, los artículos de Alfredo Marqueríe, que era lo más literario que traía aquel papel de toros y toreros. Manolete tenía en Córdoba un paisano de pubertad con el que se reunía en silencio, cuando iba a reposar/repostar a su ciudad. Se tornaban unos vinos:
-Qué bien se está hablando poco, Manué.
-Mejor sin hablar ná.
Pero el haiga azul de Manolete, sobre el que mi primo hiciera un artículo, se quedó vacío en Linares. Un solo coche que era, de pronto, todo un cementerio de automóviles. Hemingway, en sus apasionados escritos sobre Antonio Ordóñez, trata de minimizar a Manolete con calumnias verdaderas. Hemingway no vio jamás al mayor torero de derechas de todos los tiempos. A Luis Miguel y a mí nos puso Tico Medina un bombín de honor, la misma noche, en la discoteca del Meliá, por mano de la Polaca.
Hay que perderse en la minucia. La minucia son los amados y eficaces detalles de Nabokov (que odiaba los toros y la música). He estado en Valcargado, Jerez, en la finca de Antonio Ordóñez, un poco enamorado de la esposa, la hermana de Luis Miguel, y de la niña pequeña, Belén, que me llevaba a dar de comer a los toros bravos, de la mano, y los toros bravos eran unas dulces bestias con cuernos, en lugar de aras, unos ángeles de arrobas y peligro que sólo querían, como mi gato, que se les rascase entre los ojos y se les pusiese cerca la comida, que yo llevaba en un caldero. El toro es el modelo directo del ángel. La niña Carmen Ordóñez me fascinaba menos, y hoy, ya mayores las dos, compruebo que el lirismo sigue viviendo en Belén. Hace poco nos desencontramos en la sala Windsor. Me lo decía Antonio Ordóñez:
-Ernesto y Orson Welles eran tan iguales para nosotros que uno parecía reencarnación del otro.
El Cordobés, felices sesenta, tenía una casa por Doctor Esquerdo, y más de una vez me invitó a sus fiestas de tortilla y guitarra, donde todos bebían mucho vino, mientras yo bebía leche. Palomito Linares me llevó a su finca cercana de Madrid, con placita incluida, de la mano de José Manuel Carril. Carril y Palomito se disputaban durante horas, amistosamente, un encendedor de oro. La fiesta es un rito surrealista donde varios hombres/naipe (Valverde) sacrifican tres ángeles corniveletos, corniangélicos. El toro es bravo porque se le torea, y no a la inversa. Por los altos de General Ricardos, plaza de los Carabanclieles, me encontré con El Platanito, que era la caricatura de la caricatura, o sea de El Cordobés.
El Platanito vivía del airey comía de los bocadillos que le hacían las criadas del barrio, todas enamoradas de él. El Platanito, estaba, ya digo, en caricatuira del caricaturesco Cordobés, pero cruzado de Belmondo y de Belmonte. Uno ha vivido una baraja nacional de toreros, pero uno encuentra más humano al toro.
Babelia
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