Francia si ha cambiado
Francia sí ha cambiado. Y esto se debe, tal como deja en claro el calendario, a que los socialistas han permanecido cinco años en el poder. No ha cambiado Francia en el sentido que lo deseaba la coalición comunista-socialista que en mayo de 1981 cantaba La Internacional en la plaza de la Bastilla y que se hizo con las riendas del poder para "romper con el capitalismo". Lo que en Francia se ha roto en este quinquenio es el arcaísmo y el subdesarrollo político de un país que era el primero en esta especialidad en el mundo occidental, al margen de los pueblos que han sufrido dictaduras.
El paso de los socialistas por el poder parece que ha abierto los ojos a todo el país. Hasta hace dos días, como quien dice, era inconcebible en Francia un diálogo televisivo entre dos diputados, de derecha e izquierda, respectivamente, dándose la mano, sonriendo alegremente, tuteándose y comulgando los dos con el esfuerzo necesario y complementario de todos para que Francia viva. Esto ocurrió ayer mismo. Eran los dos diputados más jóvenes de la nueva Asamblea Nacional. Ni siquiera llegan a los 30 años.En un quinquenio de Gobierno socialista, el presidente de la República, François Mitterrand, que despreciaba los números, ha aprendido economía, lo que, abusando un poco, podría decirse que equivale a abandonar al teórico Jean Paul Sartre para engancharse al pragmatismo de su condiscípulo y amigo de juventud Raymond Aron.
Hoy es imposible en Francia que Jacques Chirac, líder de la Asamblea para la República (RPR), afirme de la manera más solemne, como hizo tras la victoria de los socialistas en 1981: Francia se dirige a pasos agigantados hacia "una inflación del 20% y el estrangulamiento de su economía"; en el mismo momento, Mitterrand prometía a los franceses, desde su sillón presidencial recién estrenado, "un millón de puestos de trabajo para los jóvenes". Y ello, gracias al voluntarismo político, añadía.
Como es sabido, la inflación es hoy en Francia, debido fundamentalmente a la gestión socialista, del 4%, y el número de parados ha aumentado, en los cinco años de gestión del PS, en un millón de personas, de las que el 40% son jóvenes.
La vida francesa, dominada por el cultivo a lo bestia de las diferencias en la derecha y la izquierda tras los cinco años de purga socialista en el poder, ha purgado también a la derecha, a todo el personal político y a la gran mayoría del país. Todos parecen ungidos por una modestia y sentido común nuevos de la cosa pública. Incluso les empieza a parecer bien que las mayorías o minorías parlamentarias no sean abrumadoras para que la alternancia se prodigue en detrimento de "las dictaduras democráticas en que pueden convertirse los países cuando sólo un grupo político controla el poder durante largos períodos de tiempo".
Sin revancha
El mismo día de la víspera de las elecciones, el primer secretario del Partido Socialista francés, Lionel Jospin, cenaba con su mujer y sus hijos en el restaurante más dandy del barrio Latino de París, dominado esa noche por los otros. Pero, como si nada; todos se abrazaban, o poco menos. En sus declaraciones y debates durante la noche electoral, los responsables socialistas y conservadores liberales no encontraban bastantes fórmulas amorosas para que "el país siga adelante". La derecha francesa, por boca de todos sus responsables, prometió cien veces que de ninguna manera "se practicará el espíritu de revancha".
La declaración de François Mitterrand anteanoche, en los tres canales de la televisión estatal, fue como un mensaje de amor a sus conciudadanos: "Queridos compatriotas: más allá de las divergencias que son absolutamente naturales y que se manifiestan en cada consulta electoral, lo que nos une es lo más poderoso: es el amor por nuestra patria".
Los socialistas se han ido del poder, si no cantando, sí en los términos más amistosos y sin ninguna muestra de mal gusto. Quizá este cambio de tono respecto al pasado se debe a que ahora saben que pueden volver el día menos pensado a los ministerios que han dejado vacantes. Esto es lo que aquí se llama la desdramatización de la vida pública, en general, y en particular, de la alternancia.
La cohabitación entre un presidente de la República de izquierda y una Asamblea Nacional de derecha no será fácil y a nadie se le oculta la realidad. Pero existe una aparente buena voluntad de convertir esa coexistencia en hechos. A su vez, el país -o una gran mayoría de sus habitantes, al menos- no perdonaría a quien provoque crisis internas en beneficio de intereses políticos personales o partidistas sospechosos.
La cohabitación podrá durar los dos años que faltan para que se celebre la elección presidencial o puede estallar en cuestión de meses, como algunos vaticinan. Pero, incluso en este último caso, la sangre no llegará al río.
Sólo dos notas discordantes en este nuevo clima político: la extrema derecha, que aún clama por "la muerte del socialismo", y los comunistas, seguros de que lo ocurrido estos días "es malo para Francia". Entre ambos grupos, sin embargo, suman el 20% del electorado y apenas 70 escaños, y esto gracias a la nueva ley electoral proporcional, introducida por los socialistas y que ha acabado con 28 años de sistema mayoritario, toda la vida de la V República.
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