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Toros de tierra, fallas de fuego

La lengua de los valencianos distingue entre els bous y el bou, los toros y el toro. El plural se aplica al juego diurno y al conjunto de toros y vaquillas alquilados o adquiridos para los festejos. El singular delimita el toro de fuego, nocturno, ritual, comprado para el sacrificio público, ceremonia nacional muy nuestra e impresionantemente popular. Entre estos dos parámetros se desenvuelve una amplia, profunda y singular atracción por el toro -una auténtica taurolatría-, un rico muestrario de modalidades. Unos mágicos rituales, fascinantes hasta el punto que ya, tempranamente, Raimon Llull pudo encontrar un campesino que "més amava anar darrera los bous que esser rei".En el País Valenciano no es raro que haya fiestas que sean toros, a los que se pida bravura y trapío, vigor, juventud y virginidad para, a cambio, ofrecerles el protagonismo de un culto y una significación ancestrales. Los toros son Fiestas y marcan ritmos, espacios y tiempos festivos, que pueden iniciarse al grito popular de "bous!", y la respuesta de la autoridad de "si el poble vol bous, bous tindrá". En este sentido existen indicios de juegos de bou en corda el día de San José, en poblaciones valenciamas y lugares del Pirineo catalán. La celebra ción del santo padre putativo admitía el toro por ser un paréntesis en la Cuaresma, que rompía su crudo rigorismo, y porque la proximidad del equinoccio de primavera así lo pedía desde antiguo.

Los días fastos, las marcas sagradas del calendario y la llegada de buenas noticias han tenido como centro el toro. Ocurre en la Xátiva de 1492 al enterarse de la elección de su Rodriguet Borja como Alejandro VI, ocurre en la Roma de los Borja al arribar buenas nuevas valencianas, contando con la bendición papal y la participación cardenalicia de César Borja. ¡Ay, aquel Renacimiento civilizado y civilizador presidido por unos vitalistas y valencianos que pintaron en sus aposentos el egipcio toro Apis de la fuerza creadora y cuyo escudo campeaba un toro emblemático y totémico!

Luces de arte

Los toros son fiesta, como el fuego es el elemento más constante de nuestras fiestas, unido a llamas, a estallido y trueno, a luces de arte y color de artificio. Sin embargo, toros y fallas han sufrido persecuciones, intervenciones impropias, tentativas de manipulación y mistificaciones despersonaliz adoras. Los moralistas relacionaron el juego, taurino con acciones paganas. Pero, cuando el teólogo era valenciano, podía venializar el pecado mortal taurino, ya que, en palabras de March de Velasco (1658), "de este peligro parece que estarán libres en esta ciudad de Valencia, pues llegando los toros de Castilla, a ella, aunque sean muy bravos y feroces, en beviendo del agua del Turia y comiendo destas yervas se les pasa mucho su ferocidad". El juego del fuego no tenía tanta suerte, y en 1792 un elemento eclesiástico exigía su supresión dado que "la confusión y el bullicio ocasionan a ambos sexos el desenfreno cruel de las pasiones" y, por si fuera poco, "entretienen a la mayor parte del pueblo, con pérdida notable de jornales".

Pero nadie pudo neutralizar el rasgo primordial, el poderoso simbolismo de la muerte del toro y del fuego de la hoguera. El toro, encarnación solar y terrena; el fuego, vicario del sol en la tierra. Ambos, metáforas de dioses fecundantes y ofrendas propiciatorias de la fertilidad. Víctimas que acumulan iniquidades de la colectividad para purificarla y regenerarla, disponiéndola para el estallido de la primavera de la creación.

El encender fuego y el sacrificio del toro representaron amor, expresaron la penetración de lo húmedo por lo ígneo, origen y causa de la fecundidad. Muriendo hacen nacer vida. Mitologías de los fines que son principios. Mueren para resucitar, divinizados, como las flores caen ante la llegada del fruto.

Cenizas y sangre

La falla, buena o mala, se convertirá en cenizas, y de la faena, afortunada o nefasta, sólo quedará la sangre. El artista de la falla y el maestro de la lidia se resignan a este destino. Participantes y espectadores saben que ésta es la servidumbre y la grandeza: únicamente un puro y borroso recuerdo de un arte. No importa. Lo que importa es el rito. Quizá la sangre sobre la arena-tierra sea el único ingrediente inmortal de la corrida, y la ceniza sobre el asfalto-tierra, el único elemento incombustible de la falla. Y la vida vuelve a habitar entre los hombres y la fiesta vuelve a nacer.

Alfons Llorenç es escritor y periodista.

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