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Klaus Mann, un intelectual antinazi

The turningpoint (El punto de inflexión o La crisis), recientemente publicado en Estados Unidos y en Francia, es la autobiografía de un joven e inteligente novelista y dramaturgo, políticamente comprometido, que en 1933 pasó a ser un emigrado antinazi, posteriormente sirvió en el Ejército estadounidense durante la II Guerra Mundial, y se suicidó en 1949. Disfrutó de las ventajas superficiales de la profesión y sufrió la pesada carga psicológica de ser hijo de Thomas Mann, la figura literaria más importante de Alemania desde la trágica muerte de Friedrich Nietzsche. Esas ventajas incluían el acceso a editores ansiosos de éxitos y á las importantes figuras políticas e intelectuales de toda Europa y de toda América. Su desventaja fue no haber llegado nunca a estar seguro de su propio talento ni de su propia opinión, oscurecido como siempre lo estuvo por un padre afectuoso, pero ligeramente distante, que también era un gran escritor. The turning point, escrito en inglés, tuvo una buena acogida en el Reino Unido y EE UU en 1942. La edición alemana de 1952 fue pospuesta durante varios años por la amenaza de un boicoteo por parte de los editores y ante la insistencia personal de Gustaf Gründgens, importante director teatral alemán y ex cuñado del autor. El resucitado interés por Klaus Mann data del éxito internacional de la película Mephisto (Mefistófeles), basada en una novela de 1936 en la que Mann retrata como un antiguo simpatizante de los comunistas que se compromete con los nazis para conseguir un medro personal, cualquiera que sea el sacrificio de principios. y personas que se le demande, a un Gründgens tenuemente disimulado en la ficción.Los más bellos pasajes de la autobiografía tratan de la vida familiar y las amistades personales de los Mann, padres e hijos. Pero en este año de la entrada de España en el Mercado Común, del 509 aniversario de la guerra civil y de las fantásticas batallas de la propaganda relacionada con el referéridurn, sobre la OTAN, he elegido ocuparme sólo de los pasajes relacionados con el pensamiento y las acciones de Klaus Mann como antinazi y, más genéricamente, como antifascista. En los años 1930 1932, y durante los primeros meses de la dictadura nazi, en 1933, Mann subestimaba consistente mente la inteligencia de Hitler y la resonancia de sus vengativas emociones con las emociones de millones de alemanes. Él y sus amigos imitaban la voz y los gestos de Hitler, y se decían a sí mismos que ese régimen no podía durar. Siempre conocieron cuán perversas eran sus intenciones, y nunca, como muchos de los intelectuales alemanes de más edad, fueron seducidos por el aura de juventud y energía que rodeaba el movimiento. Pero nunca parecieron darse cuenta de que la mayoría de los poderosos dirigentes bancarios y del mundo de los negocios colaboraba con el nuevo régimen, que los uniformes, y los desfiles, y la oratoria atraían a muchos de sus compatriotas, y que Hitler ganaba lentamente el consentimiento pasivo de numerosos antiguos parados que ahora tenían trabajo, si bien en una recuperación económica basada en la construcción de carreteras, en el rearme y en el reclutamiento militar.

Parece también haber subestimado grandemente la fuerza del patriotismo. En Estados Unidos recibió la hospitalidad de personas que admiraban tanto su obra literaria como la de su padre. En sus numerosos discursos y artículos publicados en revistas elogiaba el new deal, al presidente Franklin Roosevelt y la eventual participación de su nuevo país en la guerra de coalición contra las potencias fascistas y en defensa de la democracia política. Todo esto preparó el terreno para un juicio favorable sobre The turning point. El libro también critica severamente el antisemitismo alemán y la falta de conciencia cívica. Sin embargo, después de 1945, Mann recibió la sorpresa de que muy pocos críticos alemanes fueron benévolos hacia su libro. Y, en realidad, mientras que yo creo que el suicidio de un hombre joven está más motivado por factores emocionales íntimos que por un desencanto político, está claro que Mann se vio profundamente herido por el hecho de que la Alemania de la posguerra no pudiera ser su patria. Parte del precio de su consistente trayectoria como antifascista fue la alienación de gentes que o tenían una mala conciencia debida a su propia colaboración con un régimen vil o se resentían de que Mann no hubiera compartido los sufrimientos de Alemania, sin tener en cuenta que esos sufrimientos fueran merecidos.

Pero si Mann subestimó los motivos económicos y patrióti

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cos, fue brillante en su descripción de lo que Hanna Arendt llamó más tarde "la trivialidad de la maldad". El héroe de Mephisto y varias de las personas a las que brevemente se hace referencia en The turning point, se deslizan, en cómodas etapas, desde las simpatías hacia los marxistas y la solidaridad ética hasta la sumisión apolítica; sacrifican todos los principios inconvenientes y a la mayoría de las personas, salvando sus conciencias mediante algún gesto ocasional en favor de un viejo amigo o un antiguo amor.

Como antifascista, Klaus Mann tuvo que enfrentarse con el problema de la colaboración con la dictadura soviética y con los partidos comunistas claramente dominados por los intereses de la política exterior de la URSS. En el verano de 1934, dos años antes del comienzo de los juicios de purga de Moscú, se sintió aterrado ante la atmósfera de nacionalismo, militarismo y timidez política de la URSS. En 1937, uno de sus héroes culturales, André Gide, visitó la Unión Soviética como huésped del Gobierno, y luego, a su vuelta a Francia, escribió muy críticamente sobre el régimen. El joven Mann se excusó por él en los círculos comunistas, pero el propio Gide le dijo: "Yo sólo he descrito, de forma tan precisa como es posible, lo que he visto en Rusia. Parece que o tenemos que mentir, o si no, que contar con el escándalo que provoca la verdad".

Respecto a España, en el verano de 1938, Mann escribió que el apoyo soviético no era suficiente para salvar la República Española, pero que servía de instrumento para desacreditar el Gobierno de Negrín. Reflexionando sobre la condena de los principales viejos bolcheviques como trotskistas o saboteadores, escribió que, "como la mayoría de los intelectuales liberales, yo había confiado y creído en la posibilidad de un frente unido contra el fascismo. Al mismo tiempo, era plenamente consciente de las deficiencias y perversiones inherentes al Estado soviético, y, más particularmente, a las tácticas del Komintern". Pero, en su opinión, ninguna "persona inteligente, honrada", podía unirse a los aco sadores de rojos, porque la pro paganda antisoviética constituía la característica universal de to os los movimientos que intentaban activamente acabar con la democracia con el pretexto de una cruzada anticomunista; y porque, en los años 1933-1938, la Unión Soviética fue la única po tenía importante que pidió la re sistencia a Hitler en lugar del apaciguamiento que había sacri ficado Austria, Checoslovaquia y la España Republicana a los dic tadores fascistas.

Sus reflexiones políticas terminaron a mediados de 1942 con un pensamiento que todavía hoy resultará apropiado para los europeos: "Queda mucho por decir en relación con las perspectivas de una más íntima colaboración entre los grupos de izquierdas no ortodoxos y los cristianos progresistas. Hay que señalar lo peligrosamente que ha sido obstaculizado el desarrollo de una nueva filosofia humanista por el obtuso materialismo del evangelio marxista y por los regresivos puntos de vista morales y sociales a los que todavía se aferra el clero en demasiados casos. Ambos obstáculos tienen que ser superados para crear una nueva pauta de comportamiento ético y para revítalizar la visión que tienen los hombres de su propia dignidad potencial".

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