José Gutiérrez-Solana, el misterio y la violencia del arte
José Gutiérrez-Solana, el pintor que reflejó en su obra el interior de la España de su tiempo, nació en Madrid hace hoy un siglo. Murió el 24 de junio de 1945. La apasionante biografía del artista es tan coherente como su obra. De formación académica, aunque terminó los estudios sin excesivo interés, hombre que vivió su época con intensidad, Solana encarnó la crisis de identidad española en la época contemporánea. Cantabria, de donde provenía su familia, ha organizado varios actos culturales, que se desarrollan durante estos días en la región.
José Gutiérrez-Solana nació hace un siglo en la calle del Conde de Aranda número 9, de Madrid, era de estirpe cántabra, aunque su padre, José Tereso, indiano de familia montañesa, hubiera visto la luz en la localidad mexicana de Coliche. La madre, Manuela Josefa Gutiérrez- Solana y Monton de Abril, prima hermana de su marido, era natural de Arredondo, donde estaba la casa solariega familiar y donde pasó largas temporadas hasta su definitiva instalación en Madrid a partir de 1917.Aunque el medio familiar era económicamente holgado, la locura y la muerte ensombrecieron pronto el hogar de los Solana. Así, convivió desde su infancia con un tío materno, Florencio, mudo y trastornado, al que retrató y convirtió en protagonista de su única novela; con cinco años de edad, vio morir a su hermana María de las Glorias, y, con 12, quedó huérfano de padre; por último, su hermano Luis y su propia madre acabaron perdiendo también la razón.
La locura y la muerte marcaron de cerca su destino, pero les plantó cara, conversando con el as. Esta naturalidad con lo siniestro le dio un cariz excéntrico, que perdía, empero, al zambullirse en las negruras populares de una España irredenta. En 1900 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde llegó a terminar los estudios con más pena que gloria. Acompañado de su inseparable hermano Manuel, donde se sentía a gusto y destacaba era en las tertulias de los cafés y en los arrabales populares.
Identificado con el casticismo desgarrado de ciertos noventayochistas, resucitador de la veta brava goyesca, explorador entusiasta de los senderos sombríos de un país alucinado en la noche. del tiempo, Solana encarnó, con extremismo delirante, la crisis de identidad española en la época contemporánea.
Cinco años más joven que Picasso, eligió un sendero pictórico antimoderno, en las antípodas del espíritu cosmopolita de las vanguardias. Por otra parte, aunque el gusto fin de siglo trajo a nuestro país cierta moda artística de carácter realista y popular, que fue explotada de mil maneras -Regoyos, Nonell, Moreno Carbonero, Zuloaga, Romero de Torres- su expresionismo violento, su tenebrosidad y su gusto por lo patético y lo macabro, le pusieron al margen de lo socialmente aceptable. De esta manera, a pesar de ser jaleado por figuras tan. dispares como Ramón Gómez de la Serna o Eugenio D'Ors, Solana no encontró un verdadero reconocimiento en su país prácticamente hasta un poco antes de morir, el año 1945. En 1928 visitó París, donde también acabaría refugiado durante la guerra civil.
La vida y la obra de Solana son de una coherencia apabullante. Pintó y escribió lo que veía y no le interesaban más que los submundos de la España más de adentro. Se erigió en testigo de la vida a ras de suelo, que era la existencia que llevaba la mayor parte del pueblo en medio de situaciones miserables y atroces, no exentas a contraluz de la réplica digna de reacciones y gestos arrogantes y enloquecidos. Escarbando sin piedad en estas costras, lindaba casi con lo suprarreal, y no es extraño que conectara con el tremendismo morboso, altisonante y tétrico de ese romanticismo cruel y desesperado, a la sazón practicado en las tertulias de la Cripta de Pombo.
Contemplada su pintura desde la actualidad, se siente la tentación de encuadrar a Solana en el marco de cierto expresionismo europeo, particularmente cercano al que se practicó finisecularmente en la católica Bélgica, donde residió Regoyos y donde se produjeron las obras inquietantes y blasfematorias de un Félicien Rops y, sobre todo, de ese extraordinario pintor que fue James Ensor, quizá el modelo internacional más influyente en la obra de nuestro pintor.
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