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36º Festival Internacional de Berlín

Expectación ante un filme alemán basado en el trágico proceso Baader-Meinhof

Una inusitada expectación rodeó anoche la proyección, en el Zoo Palast de Berlín, de la película Stammheim, basada en las actas del proceso a cuatro dirigentes del grupo terrorista revolucionario Baader-Meinhof, que se desarrolló en el año 1975 en la cárcel de Staminheim. El recuerdo de estos días y de su trágico desenlace sigue siendo en la República Federal de Alemania una pesadilla colectiva de la que, al parecer, pocos alemanes hablan abiertamente.

Stammheim ha roto un tabú y de ahí la tensa expectación que lo rodea. Mañana volveremos sobre él, ya que su proyección se escapa de la hora de cierre de esta crónica, que termina con una mirada al homenaje a Fred Zinnemann, el delfín de los grandes cineastas vieneses de Hollywood.Una comedia francesa, Mi cuñado ha matado a mi hermana, dirigida por Jacques Rouffio, que quiere ser una trepidante parodia de película negra y que no consigue ser más que un soso chiste sin trepidación alguna, dio la nota ligera y algo tonta a una jornada tensa del festival.

El Zoo Palast berlinés, donde se realizan las proyecciones de la sección oficial, suele estar habitualmente vigilado por media docena de policías en rondas de rutina. Ayer, esa media docena se convirtió en media centena visible y quién sabe cuántos otros disfrazados de cinéfilos. Era la expresión numérica de un temor.

Se proyectaba la película alemana Stammheim. Este solo nombre enuncia aquí una especie de pesadilla colectiva: el recuerdo de los 192 días que duró el proceso a Andreas Baader, Ulrike Meinhof, Gudrun Erisslin y Jan-Carl Raspe, cuatro dirigentes del -feroz y activísimo a partir de 1970- grupo terrorista revolucionario Rote Arme Fraktion (RAF), conocido mundialmente como Grupo Baader-Meinhof, en la cárcel de Stammheim, cerca de la ciudad de Stuttgart.

El proceso de Stammheim comenzó el 21 de mayo de 1975. Holger Meins, capturado, como los otros miembros del grupo, en 1972, murió en circunstancias confusas poco antes del comienzo de las sesiones. Ulrike Meinhof murió -según la versión oficial se suicidó- el 8 de mayo de 1976 en Staminheim. Poco más de un año después, el 18 de octubre de 1977, Bauder, Erisslin y Raspe murieron en sus celdas de Staminheini también por suicidio, según la versión de las autoridades. Se contó que unas horas antes de su muerte la policía había abortado una tentativa de fuga, con apoyo desde el exterior de la cárcel por otros miembros no capturados del RAF.

Algo trágico, chirriante, turbio, nunca totalmente esclarecido, un rompecabezas amorfo como un mal sueño, se escapó de este tremendo suceso, que perturbó profundamente el descanso alemán, al hacerle entrever algunos sótanos vidriosos del confortable edificio de su democracia.

Han pasado más de ocho años y sobre los sucesos de Stammheim ha caído poco a poco en Alemania un ficticio olvido. Un escritor, Stefan Aust, comenzó a remover los enormes volúmenes de las actas del proceso y proporcionó a un cineasta, Reinhard Hauff, las palabras verídicas de innumerables incidentes dramáticos ocurridos durante las audiencias de Stammheim y, esperémoslo, algo de lo que hubo detrás de ellas. Este vasto material se comprimió para con su esencia componer un guión cinematográfico; pero, una vez acabado éste, Hauff encontró enormes dificultades para financiar el rodaje de la película.

El tabú se resistió a dejarse romper hasta que, el año pasado, Jürgen Flimm, director del teatro Thalia de Hamburgo, tomó finalmente la iniciativa de contribuir de manera decisiva al presupuesto de la película. Y ahora el filme está ahí, rodeado de curiosidad y de tensión, todavía, al igual que los sucesos que lo provocaron, en forma de incógnita. Mañana intentaremos buscar algunas respuestas en sus imágenes.

Mientras tanto, en la paz de la sala París, el festival berlinés proyecta ante él mismo y un puñado de incondicionales las películas de Fred Zinnemann -autor de De aquí a la eternidad, Hombres, Teresa, Solo ante el peligro- y heredero de una estirpe de cineastas vieneses afincados en Hollywood, a la que pertenecen Erich von Stroheim, Joseph von Sterberg, Billy Wilder, Fritz Lang y Otto Preminger, es decir, el Cine, así, con mayúscula. Zinnemann es sólo un pequeño delfín para una casta de leviatanes, de grandes monstruos de este arte. La aportación de los austriacos al cine norteamericano es numéricamente escasa, pero sus alturas son de vértigo. Zinnemann es el tramo final sensato de un camino trazado por energúmenos de la inventiva cinematográfica.

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