Un espectáculo a la medida
La niña vino de Burgos acompañada por la mamá vigilante: quería ser artista. Pasó por el representante arruinado, las academias, el carné del sindicato, el papelito en el cine y el folclor, hasta que entró en la revista con Celia (todo esto debería estar pasando hacia la década de los cincuenta). Un día llegó la sustitución, y otro, el éxito, y la niña ya, fue artista... Concha Velasco dice que no es su vida, pero que podía haberlo sido. Evidentemente, no es la vida de nadie, sino unos apuntes más o menos humorísticos de Arteche y Montesinos, hechos como siempre en este género para pespuntear la construcción de un musical. Lentejuelas, sombreros de copa, piernas de mujer, boys, escaleras, luces: los tópicos no vienen por falta de otra imaginación, sino porque el espectáculo está hecho en forma de homenaje al género y también a Concha Velasco.Hay algo híbrido y es una mezcla del estilo del musical americano -con influencia notable de A chorus line- con los géneros peculiares españoles, con la revistilla madrileña de la que llegan algunos buenos números (y la vedette declara expresamente que hay un homenaje a Madrid), y no es una mezcla reprobable. Apela a la nostalgia, al recuerdo y a una cierta visión irónica, y aprovecha una riqueza musical popular de Quiroga, Moraleda, Alonso, Luna, los viejos maestros, con los injertos de Algueró.
Mamá, quiero ser artista
De Arteche y Montesinos. Música de Algueró, Alonso, Moraleda, Luna, Quiroga y otros. Intérpretes: Concha Velasco, Francisco Valladares, Margot Cottens, José Cerro, Juan Carlos Martínez, Alberto Denis. Escenografía de Emilio Burgós. Figurines de José Ramón de Aguirre. Coreografía de Giorgio Aresu. Dirección musical de Augusto Algueró. Dirección: Ángel F. Montesinos. Estreno, teatro Calderón. Madrid, 4 de febrero.
Pedestal para Concha Velasco, se sube a él con su garbo, con su ligereza. No es muy frecuente este tipo de actriz que puede hacer con toda emoción un personaje como santa Teresa en la televisión o dar el dramatismo contenido y sin salida de Buenas noches, madre en el teatro; probablemente debe esta plasticidad a esa imposible escuela española cuyo trazado queda en el libreto de este espectáculo; y a su capacidad personal de absorción y aprendizaje. Y al misterio de la comunicación, que posee. Además de una capacidad de trabajo envidiable.
En este espectáculo de tres horas, a pesar de la ayuda del sonido pregrabado y del micrófono, su actividad es incesante, sin que perjudique su lozanía. A su éxito personal hay que sumar el que claramente obtuvo Valladares, sobre todo en el juego de la parodia y la comicidad.
El espectáculo ganaría con una duración menor. Se ve que la honestidad de la producción consiste en recompensar al público con la cantidad, pero esto a veces es contraproducente; a pesar del ritmo que la dirección de Montesinos le comunica, de forma que no haya huecos o vacíos excesivos, hay un momento en que vence el peso, sobre todo en la segunda parte.
El invento es caro y arriesgado desde el punto de vista comercial. No hay riesgo, en cambio, desde el artístico. Tiene las dimensiones del objeto hecho a la medida de la artista y de su público, las llamadas a lo sentimental y lo cómico" y las colaboraciones necesarias. Hay una buena coreografía de Aresu para un cuerpo de baile bien elegido y dúctil, una experiencia de actores como José Cerro y Margot Cottens, una comicidad apreciable en Juan Carlos Martín y bastante notable en Alberto Denis; la habilidad y la sensibilidad del escenógrafo Emilio Burgos y una considerable aportación del equipo técnico.
El público del estreno fue muy sensible a todo ello y ovacionó con entusiasmo; Concha Velasco pronunció unas palabras de agradecimiento, y Montesinos, otras. Su trabajo ha funcionado en el sentido que querían.
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