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Las causas internas del rechazo danés

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RICARDO MORENO, La decisión del Parlamento danés del pasado martes amenaza con convertirse en una crisis de política interna, cuyas proyecciones son dificiles de prever. El viaje relámpago del ministro danés de Asuntos Exteriores, Ulle Ellemann-Jensen, a las capitales de varios países miembros de la Comunidad Europea (CE), España entre ellos, ha sido, según muchos observadores, una maniobra del Gobierno de cara al referéndum. Así, podrá presentarse ante el electorado con, al menos, la apariencia de que ha agotado todos los esfuerzos para modificar los puntos del paquete de reformas que encuentran más oposición. Esto puede darle una cierta rentabilidad política, al menos entre los indecisos.

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Sin desconocer la existencia de fuerzas consecuentemente contrarias a la entrada de Dinamarca en la Comunidad -como lo han sido también respecto a la OTAN- 14 años después de consumada, cada vez parece más claro que ha sido un juego de política interna el que ha determinado la situación actual. Hasta dónde los protagonistas de este juego controlarán su desarrollo y no les sucederá lo que al aprendiz de brujo es lo que está por verse.

Los sectores más radicalizados de la socialdemocracia y los otros dos partidos de la izquierda opositora, el Popular Socialista y los Socialistas de Izquierda, juegan a provocar la caída del Gobierno y la consiguiente convocatoria de elecciones anticipadas. Les resulta difícil admitir que, tras una votación parlamentaria adversa en un problema importante, el Gobierno no haya presentado su dimisión. Esa irritación se amplía ahora a sectores más moderados, cuando el primer ministro, Poul Schlüter, anuncia que no está dispuesto a renunciar, cualquiera que sea el resultado del referéndum. Por otra parte, esa irritación no es de ahora. En ocasiones anteriores el Gobierno ha sido derrotado en el Parlamento en cuestiones vitales de seguridad y en relación con su pertenencia a la OTAN, sin que tampoco haya seguido el camino de la renuncia.

Hay además otro aspecto en el juego gubernamental, y es el de que su campaña para el referéndum se orientará, a pesar de lo que se diga oficialmente, a presentar las cosas no como un plebiscito sobre el caso concreto del paquete de reformas, sino como una opción entre la permanencia o no de Dinamarca en CE.

Para el Gobierno, independientemente del resultado del referéndum, las posibilidades de que su actual posición de debilidad se acentúe son bastante reales, ya que puede perder por el apoyo, hasta ahora limitado a algunos aspectos de su gestión, del Partido Social Liberal.

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En el campo de la oposición, y especialmente de la socialdemocracia, los problemas no son menores. El Partido Socialdemócrata está muy lejos de tener una postura unánime en el tema de las relaciones con la Comunidad, lo que explica sus ambigüedades y cambios de posiciones. La necesidad de un relevo en la dirección del partido parece haber aumentado con el debilitamiento de su líder tradicional, Anker Jargensen. Hay varios candidatos para la sucesión, y no es un secreto que la puja interna se hará cada vez más encarnizada a medida que se acerque el momento de las decisiones. En tales circunstancias, una eventual caída del Gobierno y triunfo de la socialulemocracia no encontrarán al partido en las mejores condiciones para formar un Gobierno estable.

Todo el asunto aparece bastante confuso, y lo único que se vislumbra es que el fraccionamiento, que ha sido característica dominante del cuadro político danés en los últimos años, se agudizará, con perspectivas nada prometedoras.

Hace 14 años, la cuestión del ingreso de Dinamarca en la CE provocó las mayores controversias y movilizaciones de la historia reciente del país. Por entonces, Dinamarca era todavía un país privilegiado en el concierto mundial por su nivel de bienestar. Ello generó en muchos daneses la convicción de vivir en una isla al abrigo de contingencias adversas y desgracias ajenas y, pese a que la realidad ha mostrado lo contrario, les resulta difícil asumirla.

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