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Tribuna
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Franco, artífice de la transición

Así como suena. Al paso que vamos -y a pesar de los esfuerzos de los historiadores más serios por evitarlo- me temo que para algunos esa va a ser pronto, si no lo es ya, la definitiva conclusión acerca de lo ocurrido en este país en estos últimos decenios: Franco y, a su través, los tecnócratas franquistas, serían los verdaderos artífices de la transición a la actual democracia.Veamos cómo: hubo un hombre, no sé si unos hombres (en plural), que, llamados -parece- por Dios al buen camino, se concitaron un día -allá por los años cincuenta- en torno a la ya por entonces nada original idea de una gran operación para salvar otra vez, una vez más, a España. Se presentaba, pues, en el fondo, como una obra de Dios, pero tras la cruzada bélica, con el caudillo triunfalmente reinante, reconocido sin ningún pudor por el capital internacional, ya no se trataba, no podía tratarse por innecesaria, de una operación exclusivamente religiosa o espiritual. Ahora, presupuesto lo anterior, reasegurado lo fundamental, todo era cuestión de eficacia, de modernidad, de asuntos terrenales para "encarnarse en el mundo" probando con obras y para bien de España que ellos eran los mejores.

Y eran, en verdad, mucho más osados y tal vez más expertos (en administración y economía) que sus contemporáneos hipotéticos competidores, los católicos de la santa casa (más juristas y doctrinales); pero sobre todo eran, desde luego, mucho más capaces y presentables que los jerarcas falangistas de la anterior intoxicación ideológica totalitaria, pasados ya a la reserva con discreción por el propio general desde el final nusmo de la II Guerra Mundial. Los tiempos eran propicios: desIpués de esa absolutización política e ideológica se nos predicaba así en nombre de la técnica la necesidad de una vacuidad ideológica; después de la imposición por la fuerza de una única ideología se nos imponia, por vías algo más suasorias, es cierto, la ideología del fin de las ideologías. Todo ello, por supuesto, con el general siempre arriba, como sumo garante del inmutado orden.

La operación tecnocrática (intocables e intocados los grandes principios) abarcaba, como se sabe, dos amplios frentes: el económico y el político. El primero se materializaría desde 1959 en el desarrollismo neocapitalista, hecho posible por la fuerte expansión que se había venido produciendo desde años atrás en el mundo occidental; el segundo buscaba prolongar, perpetuar, más allá de la vida del dictador, el régimen por él creado, definido como reino desde 1947, y en función de lo cual se concretaría y personalizaría en 1969 la sucesión monárquica dejándolo así todo "atado y bien atado".

Todo se hizo, en efecto, según aquellos altos designios: los tecnócratas convencieron al almirante don Luis Carrero Blanco y éste a su vez convenció al general don Francisco Franco. En lo más alto los valores religiosos,

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Franco, artífice de la transición

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con la expresa adhesión incondicional al régimen de los nuevos asesores, nada se oponía a la total aprobación del proyecto. Al general -dentro de su simplista "concepción del mundo"- nunca le habían importado demasiado las concretas ideologías, falangistas, democristianas o, ahora, tecnocráticas, que se disputaban sus favores: lo suyo era el orden tradicional, la disciplina castrense y después, unido a todo ello, la religión. Si por añadidura se le proporcionaba ahora desarrollo económico, una más refinada legitimación y un futuro -además cautelosamente lejano- para su régimen, entonces todo resultaba perfecto: la operación fue, así, plenamente avalada.

Sería injusto y sería un error negar ninguno de los importantes cambios que en la sociedad española de los años sesenta produjo la política desarrollista. Demos a los tecnócratas lo que es de los tecnócratas, aunque ello incluya también aspectos muy negativos que en modo alguno deben olvidarse, entre otras cosas porque los arrastramos hasta hoy mismo: así, los graves fallos estructurales de aquel desarrollo que ahora (reconversión, etcétera) ha habido que empezar a corregir a fondo, el alto coste humano y social por la forma en que aquél se realizó (emigración interior y exterior en inhumanas condiciones, fácil enriquecimiento de especuladores sin escrúpulos, etcétera), la mentalidad consumista, la destrucción ecológica, el derroche, el despilfarro o la gran corrupción, con hábitos que todavía hoy cuesta mucho trabajo erradicar. Pero, todo sumado, es verdad que objetivamente y a pesar de la explícita voluntad en contra de los garantes de la operación, el desarrollo económico favoreció la posibilidad de una futura democratización en nuestro país.

No olvidar la historia

Decir más, 0 insinuar más (como hoy poco a poco se está intentando hacer) significa -en mi opinión- desvirtuar e incluso falsear profundamente las cosas. Sólo un materialista vulgar, muy vulgar, podría decir que el desarrollo económico produjo por sí mismo y sin más la democracia política, mecánicamente y como fruto maduro. Pero se, está diciendo, con olvido absoluto de todas las luchas de la oposición, y no sólo por historiadores economicistas, que no controlan suficientemente sus justas críticas al "historicismo idealista", o por comentaristas despistados o precipitados, incluso demócratas con la mejor intención y sin advertir en ello el mayor y no querido elogio al dictador. Dicha interpretación, de increíble pero real suplantación, está siendo hábilmente impulsada, sobre todo, desde esos dos mencionados frentes, por los fautores tecnocráticos de la franquista operación y sus seguidores de hoy, deseosos de ligitimarse a toda costa en la actual transición. Yo no criticaría de ningún modo tal propósito; al contrario, me parece perfecto si es de verdad sincera esa voluntad de integración en la democracia. Pero lo que sí puede -creo- pedirse es que controlen su "fervor, democrático" los conversos recién llegados; que no se inventen ahora antiguos, inexisteníes, títulos nobiliarios democráticos; que quienes estuvieron habituados a controlar totalmente la dictadura no pretendan controlar también ahora totalmente la democracia presentándose para empezar como padres y artífices de ella.

Se trata sencillamente de que no se falsee la historia, de que no se reescriba ahora orwellianamente el pasado. Bien está que, con el pacto constitucional, los políticos hayan renunciado a utilizar aquél como arma arrejadiza, origen muchas veces de estériles e insuperables enfrentamientos; pero ello no debe, no puede significar para la ciencia histórica el silencio, el olvido o la falsificación de lo realmente ocurrido. Estoy seguro de que no es eso lo que los políticos pretendían, pero el consenso, la interesada y fácil trivialización o el propio pudor de los protagonistas de la oposición pueden muy bien acabar produciendo aquellas negativas con seeuencias.

Recuérdese cómo el desarrollo económico terminó -a principios de los sesenta- y vino la gran despresión sin que se hubiese dado paso alguno hacia una democracia que, desde luego, ni Carrero, ni Franco, ni los tecnócratas tuvierón nunca la menor intención de traer. Al contrario, lo que se produjo en los años finales del régimen fue un aumento de la represión, un fuerte endurecimiento de la situación: permanentes estados de excepción, decretos-leyes "antiterroristas" (y puedo justificar con papeles por qué lo escribo con comillas), ejecuciones finales que nos conducían a una verdadera vorágine: las "cancillerías internacionales" volvían a odiarnos de nuevo como en los mejores años cuarenta.

Hubo desde dentro del régimen sectores aperturistas, por supuesto, y de ahí salieron reformistas muy dignos, los que colaboraron después con la oposición en la "ruptura pactada" y e n el acuerdo constitucional; pero sus impulsores no fueron precisamente los mencionados tecnócratas. Y si recordamos el otro pilar de la gran operación (el de 1969), la verdad es que la monarquía a instaurar con la legitimidad del 18 de julio en nada se parecía a la monarquía parlamentaria legitimada democráticamente en la actual Constitución.

La oposición democrática

En ese esquema dual -economicista por un lado, personalista por otro- de la gran tecnocrática operación todo estaba diseñado y justificado según leyes provídenciales de la historia, factor clave de cierre y de identificación final de tan ideológica concepción. En ella, las luchas de la resistencia y de la oposición democrática contra el franquismo -en muchos, heroica, en otros, los más, de simple pero necesaria supervivencia racional y ética, cuestión de dignidad- no se verían hoy, desde esa oportunista perspectiva, sino como inútiles estorbos, impacientes e insensatos obstáculos objetivos o esas sabias leyes de la historia (económica y divina, identificadas ambas en esa "nueva" espiritualidad de la moral del éxito, del triunfador). Pero hubo un tiempo, no se olvide, que por aquéllos, y por el dictador, se calificaban como delitos y como errores imperdonables esas justas demandas de libertad y de democracia, y que por ello muchos españoles lo pagaron con grandes sufrimientos, con persecuciones y humillaciones sin fin.

No fue fácil la transición a la democracia ni todos los españoles estaban, en el plano de las representaciones mentales, instalados en lo mitológico, como acveces -hasta con buena fe pero sin conocimiento adecuado de causa- se ha podido escribir. Las luchas de la clase obrera durante esos cuarenta años, de los estudiantes, intelectuales, de algunos sectores profesionales de las clases medias, fuerzas políticas, gentes muy dispares pero con dignidad, que se enfrentaron a la dictadura -cada cual en la medida de sus fuerzas y de sus ánimos- no pueden ni deben ser hoy olvidadas, miniWizadas o postergadas a la hora e explicar cómo fue posible recuperar la memoria histórica y reconstruir la democracia en este país.

Comprendo que para una concepción elitista y mecanicista de la historia todas esas luchas sólo sean consideradas -abusando de Hegel- como "materia de la astucia de la razón universal"; pero esa "materia", o sea, ese espíritu", esa voluntad, esa ética, fue, a mi juicio, y sin menospreciar a nadie, el verdadero motor e impulsor del cambio hacia la transición y hacia la democracia. Y, en mi opinión, y a pesar de todo, deben seguir siéndolo en el futuro.

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