La democracia indivisible
La democracia en América Latina vive un momento que convoca la esperanza y el optimismo. Nunca en la historia de la región habían existido tantos regímenes producto de la elección popular. Se vive una circunstancia propicia para reflexionar sobre las posibilidades y los riesgos de consolidación de la idea democrática en un continente que ha oscilado entre ciclos de luz y de sombras.En nuestros países, el regreso a la democracia siempre fue la resultante de acuerdos y entendimientos entre fuerzas civiles y militares, enfrentadas a los designios de los dictadores. La vuelta a la legalidad fue un proceso marcado decisivamente por esfuerzos políticos y partidistas.
En el caso de la democratización reciente de los países del Cono Sur se está dando un desarrollo particularmente significativo y trascendente: el retorno a las libertades democráticas es el fruto de un vasto entramado de fuerzas nacionales contra el militarismo tradicional. Se puede decir que las fuerzas antidemocráticas han sufrido una derrota en toda la línea.
La absurda guerra de las Malvinas -como dice el refrán, "no hay mal que por bien no venga"- sirvió para conformar una suerte de nueva conciencia latinoamericanista y para que se percibiera, en su real dimensión, el contenido nefasto de las políticas y prácticas del militarismo reaccionario.
La democratización de Argentina, Uruguay y Brasil ofrece enseñanzas válidas y dignas de una consideración más detenida y exhaustiva.
El argumento según el cual la suerte del militarismo argentino (sometido a un juicio de implicaciones históricas insospechables) ha funcionado como un mecanismo de atornillamiento o estabilización del régimen dictatorial chileno del general Augusto Pinochet, carece de consistencia.
Estimo que, más bien, el ejemplo argentino, y en cierta medida lo ocurrido en Uruguay y Brasil, tiende a debilitar y aislar al Gobierno del general Pinochet y habrá de operar como un eficaz "efecto-demostración" para los jóvenes militares sobre las consecuencias de una adhesión incondicional a sistemas espurios y represivos.
Sería un error, sin embargo, adoptar una postura de ingenuo optimismo sobre el futuro de la democracia latinoamericana. Los gérmenes de la anti-historia no han desaparecido. Las fuerzas de la anti-democracia permanecen al acecho. En una medida esencial, los Gobiernos democráticos están obligados a aprender las lecciones del pasado.
A mi juicio, tres factores representan una amenaza contra el afianzamiento de la democracia latinoamericana. La tendencia a convertir una sana visión nacionalista en una aberrante práctica chauvinista; la presencia creciente de un pragmatismo devastador en los partidos políticos en el poder y, por último, la falta de comprensión de un hecho demasiado evidente para los estudiosos de la historia: la democracia en América Latina es indivisible; nuestros destinos como pueblos están, necesariamente, ligados a un propósito colectivo e integrador.
Ahora, como en los tiempos de la independencia, tiene vigencia el agónico llamado de Simón Bolívar a la unidad. La unidad por sobre todas las cosas.
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