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Claude Simon considera que la novela tradicional, tal como se hacia en el siglo XIX, está "bien muerta"

El rey de Suecia entrega al escritor francés el Nobel de Literatura

El escritor francés Claude Simon, como es habitual en los laureados con el Premio Nobel de Literatura, compareció con un día de antelación a la recepción de su premio, que le fue entregado ayer por el rey de Suecia, Carlos Gustavo, en la Academia sueca, para pronunciar un discurso de agradecimiento por la distinción otorgada. El agradecimiento fue un pretexto para hablar de sí mismo y de la literatura en general. Simon, considerado como un renovador de la novela, afirmó antes de la ceremonia que reunió ayer a los premiados con el Nobel que la novela tradicional, la que floreció en el siglo XIX, está "bien muerta".

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Claude Simon aludió a los sentimientos que puede experimentar un laureado con el Premio Nobel. Al respecto citó un párrafo de una carta recibida de otro laureado Nobel en la que expresaba: "En el fondo de sí mismo todo sabio [en este caso un escritor] desea ser reconocido". "Si yo intento analizar los múltiples componentes de esta satisfacción", dijo Simon, "diría que se mezcla en ella un cierto orgullo que más allá de mi persona se proyecta sobre el país en el que para bien y para mal [Francia] existe una cierta vida del espíritu que hace de él un lugar donde sobreviven, indiferentes a la inercia y a veces a la hostilidad de los diversos poderes, algunos de los valores más amenazados en la actualidad".Tras referirse a la significación de Suecia y demás naciones escandinavas, pequeñas por su número de habitantes, dijo, pero centro de cultura, tradiciones, civilización, leyes y de un apetito de saber, como una suerte de islote ejemplar, dijo que no era por casualidad que las primeras traducciones en sueco, danés y noruego de su última novela, Las geórgicas, habían aparecido allí y otra traducción se había encontrado en una librería, perdida en medio de bosques y lagos, en idioma finlandés. Mientras tanto, agregó, "ante la noticia del último Premio Nobel de Literatura, The New York Times interrogaba en vano a los críticos sobre ese autor prácticamente desconocido y los medios de mi país corrían febriles a la búsqueda de informaciones sobre éste y la Prensa de gran difusión, a falta de análisis críticos de mis obras, publicaba las novelas más fantásticas sobre mis actividades de escritor y mi vida".

"No soy lo bastante presuntuoso", agregó, "como para ignorar que en los dominios de la literatura y el arte toda elección es controvertida y en cierta medida arbitraria, y soy el primero en pensar que aquí, en el mundo y en Francia, muchos escritores por los que siento el mayor respeto pudieron haber sido elegidos".

Mezquindad

Agregó el premio Nobel de Literatura que si traía a colación estas cosas -un semanario francés de gran tirada planteó la cuestión de si el KGB soviético no se habría infiltrado en la Academia sueca- no lo hacía por mezquindad de espíritu, sino porque las cuestiones habían sido formulados en términos tales que ilustran sobre la oposición que en el dominio del arte y la literatura enfrenta a las fuerzas conservadoras y a aquellas que no quiso llamar progresistas por considerar que la palabra en arte carece de sentido, pero que trabajan por el cambio y la movilidad, según su criterio.Se refirió luego a las críticas que se le han formulado respecto a que es un escritor difícil, confuso y a insinuaciones políticas peores, y consideró más interesante referirse a otros juicios formulados respecto a su obra, que por su naturaleza y vocabulario ha sido calificada como un trabajo laborioso y artificial. Recordó la definición de Marx en el primer capítulo de El capital. "Un valor de uso o un artículo cualquiera no tiene un valor cualquiera, en tanto que el trabajo humano está materializado en él". "Aunque yo no sea filósofo ni sociólogo, me parece inquietante comprobar", dijo Simon, "que en el curso del siglo XIX, paralelamente con el desarrollo del maquinismo y una feroz industrialización, se asiste al mismo tiempo a una cierta mala conciencia, a la devaluación de la noción del trabajo, ese trabajo de transformación tan mal remunerado. El escritor es entonces desposeído del beneficio de sus esfuerzos en provecho de aquello que algunos han llamado inspiración, que hace de él simple intermediario, un portavoz de no se sabe qué potencias sobrenaturales".

Salud de la novela

A la pregunta que un crítico se formulaba sobre si la adjudicación del Nobel a Simon era una confirmación de que la novela está definitivamente muerta, el escritor dijo que si por novela se entiende el modelo literario que floreció en el curso del siglo XIX, está, efectivamente, bien muerta."Lo que me parece más interesante", señaló, "es comprobar que si a comienzo de nuestro siglo esos dos gigantes que fueron Proust y Joyce abrieron otros caminos, ellos no han hecho más que sancionar una lenta evolución en el curso de la cual la novela llamada realista se ha dado muerte lentamente a sí misma. Y citó a Proust cuando escribía: "Encontrar la belleza allí donde jamás creí encontrarla, en las cosas más usuales, en la vida profunda de la naturaleza muerta".

Hablando de sí mismo, el autor de La ruta de Flandes dijo: "Yo soy ahora un hombre viejo, y como muchos habitantes de nuestra vieja Europa, la primera parte de mi vida ha sido bastante agitada: he sido testigo de una revolución, he hecho la guerra en condiciones particularmente penosas (pertenecí a uno de esos regimientos cuyos estados mayores sacrificaban fríamante a la avanzada), he sido hecho prisionero, he conocido el hambre, el trabajo físico hasta el agotamiento, me he fugado, he estado al borde de la muerte natural y violenta, he confraternizado con la gente más diversa, curas e incendiarios de iglesias, apacibles burgueses y anarquistas, filósofos y analfabetos, he conocido el mundo, y sin embargo, a los 72 años, no he podido todavía descubrir ningún sentido a todo ello si no es lo que creo que dijo Shakespeare: 'Si el mundo significa alguna cosa, es que no significa nada, salvo que es".

Claude Simon definió la tarea de escribir como un viaje de exploración a un país desconocido, en el cual el viajero va y vuelve sobre sus pasos, examina mapas y termina por último en el punto de partida, aunque enriquecido de haber avizorado algunos caminos, tendido algunos puentes y logrado quizá volver a conocer poco o mucho de sí mismo.

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