El triple acierto de dos premios
La concesión de los Premios Nacionales de Artes Plásticas de este año [fallados el pasado jueves] ha supuesto un acierto triple. En primer lugar, por la reducción del número de los premios, que no deben caer nunca en una especie de pedrea; en segundo, por el valiente paso que ha dado el jurado de esta elección al atreverse a galardonar a un artista que aún no ha cumplido los 40 años; y en tercero, pero no en último, naturalmente, por la indiscutible categoría de los agraciados con el premio, Juan Barjola y Guillermo Pérez Villalta, entre los que hay casi 30 años de diferencia, lo cual, al margen de esta importante salvedad -la que separa una obra sedimentada de otra que se halla en curso de afianzamiento-, no significa que no hayan sido cada uno personalidades cimeras de sus respectivas generaciones.Respecto a Juan Barjola (Torre de San Miguel Sesmero, Badajoz, 1919), no se me ocurre mejor elogio moral que aplicarle esas cualidades con que R. Kipling definió la entereza humana: haber sido capaz de reaccionar igual ante el éxito y la adversidad, tratando al triunfo y a la derrota como a dos impostores. Creo que lo ha logrado por la firmeza de su vocación pictórica, que le encierra en sí mismo, al resguardo de apetencias mezquinas. Nunca, por ejemplo, le he visto caer en la envidia, ni el resentimiento, y ¡cuán difícil es mantenerse así en una profesión en la que las dudas y los agravios comparativos amenazan continuamente, perseguidores implacables de quienes lo apuestan todo en primera persona!
Generoso y discreto siempre, tanto en las pasadas décadas de los sesenta y los setenta, cuando era considerado como uno de los máximos representantes de la figuración española, como en la presente, en la que quizá esté pintando mejor que nunca, Juan Barjola es, sin duda, uno de los mejores artistas contemporáneos de nuestro país. El acuerdo de cesión de su obra a Asturias ha sido el último acto donde se subraya el talante moral de este hombre sencillo.
Imaginativo y versátil
Pérez Villalta (Tarifa, 1948) tiene tras de sí, a pesar de su juventud una trayectoria artística de casi 20 años, al principio compatlbilizada con sus inclinaciones por la arquitectura, no por malogradas desde un punto de vista académico menos profundas y operativas que las pictóricas que le han hecho famoso.
Afincado en Madrid desde la niñez, G. Pérez Vilialta pronto se destacó como uno de los valores más firmes de esa joven corriente figurativa que protagonizó uno de los pocos momentos interesantes de la pintura de nuestro país en la pasada década. Imaginativo y versátil, pero sin renunciar jamás a su riquísimo y complejo universo personal, se halla hoy en un momento dulce de justo reconocimiento social para su obra, quizá una de las más buscadas en nuestro mercado.
La brillante exposición individual, que realizó hace un par de años en las salas de la Biblioteca Nacional con éxito clamoroso, y el montaje que ha llevado a cabo en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas con motivo de Europalia, son dos contundentes manifestaciones de su talento pujante. ¿Por qué o a qué esperar para reconocérselo?
