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Achúcarro ve el piano como una droga

El concertista español ha actuado en 27 años con 200 directores diferentes

Joaquín Achúcarro, nacido en Bilbao hace 53 años, considera el piano como una droga, un instrumento con el que se llega a establecer una relación amor-odio y en el que el intérprete es el vencedor si aplica la máxima de Andrés Segovia: un 5% de inspiración y un 95% de transpiración. El trabajo es la única arma que utiliza este pianista que desde hace 27 años actúa sobre todo en auditorios y salas de conciertos británicos y norteamericanos y que la semana pasada interpretó en el teatro Real el Concierto número 3 para piano y orquesta, de Beetboven, con la Orquesta de Radiotelevisión Española.

Achúcarro estuvo en el teatro Real el pasado mayo, aunque en septiembre hizo un viaje relámpago para actuar dentro de la Semana Cultural de Torrelodones (Madrid), porque a este pianista, que no se siente divo, no le importa hacer un hueco entre los grandes festivales para actuar en la iglesia de una población de 3.500 habitantes.Vizcaya, Asturias, Canarias y Madrid son los últimos lugares en donde Achúcarro se ha encontrado con el público español, en medio de sus actuaciones en el Reino Unido, en Estados Unidos, en Bruselas y en Holanda, Panamá e Italia. La experiencia le permite afirmar que "el anglosajón asiste a un concierto con mucho respeto, pero no es ese olé íntimo que se siente al actuar ante un público latino".

Este concertista, dirigido a lo largo de su vida profesional por cerca de 200 directores diferentes, algunos de la talla de Abbado, Boult y Metha, reconoce que en algún punto de España -se niega a decir el pecador- tuvo bola negra durante 10 años. Estudiante de piano desde niño -"entonces a disgusto, porque entre tanto mis compañeros jugaban"-, ha terminado considerando el piano una droga y comparando su profesión con la de los atletas. "Nosotros, como ellos, nos preparamos mucho tiempo para ese momento en que salimos al escenario. Necesitamos un entrenamiento y tener a punto nuestro sistema muscular y nervioso".

Achúcarro, que presume de haber hecho a nado varias veces, en su juventud, la travesía de Arriluce, de dos kilómetros y medio de longitud, en Guecho (Bilbao) -"hasta que cada año quedaba más abajo en la clasificación"-, afirma que vive en Londres desde hace nueve años por cuestiones de trabajo. "Si elegí Londres fue porque ha desplazado a París como centro de la música, aunque los parisienses no se hayan enterado".

Esta permanencia en la ciudad británica es equilibrada con periódicos viajes a Bilbao. "No en vano me nutrí de sirimiri, de nieblas y de barros". Y además no se sabe hasta qué punto es importante volver a comer unas alubias con chorizo, un bacalao o un gazpacho". Allí, en una bicicleta de 1929 comprada por su tío, hace algo de deporte y se prepara para sus Juegos Olímpicos particulares: conciertos en los festivales que se celebrarán en 1986 en Londres, Cheltenham y Dallas, sin contar con una gira por Gran Bretaña y su participación en dos cursos académicos en Italia.

Achúcarro, que este año aceptó el ofrecimiento de dirigir desde el piano la orquesta británica de Bournemouth, se muestra honrado cuando se le califica de romántico, aunque inmediatamente se pregunta qué es el romanticismo. "El barroco, el romanticismo, son nombres que la crítica ha ido inventando. Un movimiento forma parte del siguiente al igual que un descubrimiento está prediciendo el siguiente. De todas fomas, creo que si uno es pianista, uno es romántico", manifiesta esté bilbaíno, para quien el mejor intérprete del siglo es Rubinstein.

La referencia a sus actuaciones provoca lo que Achúcarro denornina terror-miedo, "un sentimiento que se siente unos minutos, un día, una semana o unos meses antes de un concierto". Una sensación que reconoce sentir ante cualquier concierto importante, a pesar de que por primera vez en la conversación olvida su modestia para decir: "Creo que estoy mejorando. Lo noto en la manera de aplaudir del público".

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