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Tribuna:CONCESIÓN DEL PREMIO CERVANTES 1985
Tribuna
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Las resurrecciones de un escritor

No resulta cierto decir que el Premio Cervantes ha sido concedido a Gonzalo Torrente Ballester gracias a su calidad tan sólo; sería mejor decir que a ella se añadió su tenacidad, su pertinacia, su especial tozudez de escritor por encima de todo, que ha pasado por encima de todos los desiertos que se le han enfrentado. En un principio fue un estudiante gallego enfrentado con los mitos y con la cultura, y especialmente dubitativo frente a los problemas de su época.Javier Mariño, su primera novela, fue un ejemplo de esa duda, que le llevó, por una parte, a verificar la polémica intelectual de su tiempo, y al final a enfrentarse con una censura que le cambió el desenlace. Después se enfrentó al teatro, jugando con los mitos y la cultura de su tiempo; y allí surgieron obras como El viaje del joven Tobías, El casamiento engañoso, República Barataria y El retorno de Ulises, para decirlo de una vez. Allí se jugaba con los mitos culturales, con su envés, con ángeles y demonios, pero nadie parecía darse cuenta.

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Siempre fiel a sí mismo

Era también un joven profesor, catedrático de instituto de enseñanza media -lo fue hasta el final- que hacía crítica de teatro, y que de vez en vez publicaba novelas que nadie parecía entender, como El golpe de Estado de Guadalupe Limón -recientemente reeditada- o la más secreta de Ifigenia.

Daba igual: nadie parecía enterarse. Un espíritu gallego, enormemente culto, embebido en la cultura clásica, se despeñaba por los vericuetos de la España de Franco. Fue un anarquista inicial, falangista después -Jerarquía lo testimonia- y profesor y crítico desencantado y firmante de panfletos antifranquistas que lo llevaron a la emigración. Antes le dieron el premio de la Fundación March por el espléndido primer volumen de Los gozos y las sombras, uno de sus mejores libros, El señor llega. Fue una espléndida concesión a la literatura social de la época, enriquecida por su contenido intelectual y religioso, que pocos vieron en la época. Pero el triunfo le esquivó otra vez y los dos volúmenes siguientes de la trilogía -Donde da la vuelta el aire y La pascua triste- cayeron esta vez en el vacío. Don Juan, una extraordinaria recreación del mito, contestado y persistente (y dedicado a José Bergamín, que no está de acuerdo), cayó en el panorama español como el pétalo de una hoja sobre un lago aparentemente tranquilo. Era una obra maestra, pero ni lo rozó.

Pero Torrente estaba por entonces trabajando en Estados Unidos, recuperando el idioma, la cultura, lo español y el estructuralismo de la época, para terminar en una especie de epopeya gallega que se parodiaba a sí misma y al mundo, y que culminó en 1972 con la publicación de La saga lfuga de JB. El juego estaba jugado. Todos los críticos se pusieron de rodillas -pese al fracaso anterior de Off-side, inmerecido, como todos los suyos-, y bien venido era. Pero, pese a ese triunfo entre las elites, Torrente Ballester tenía que esperar todavía, tras un limitado regreso a Espada, la recuperación de su cátedra de enseñanza media y la supervivencia de una familia doblemente prolongada para tener acceso al triunfo final.

800.000 ejemplares

Llegó el triunfo, claro está, merced a la televisión por una vez. Los españoles de la época contemplamos estupefactos aquella serie televisiva, que luego resultó que seguía dando la vuelta al mundo, basada en la trilogía de Los gozos y las sombras. Aquí nos enteramos todos de los enormes contenidos filosóficos, eróticos, políticos, sociales y míticos de un escritor que funcionaba a duras penas a nuestro lado. Torrente Ballester pudo al final comprarse un piso y pagar los impuestos considerables de sus derechos de autor. Ya era hora. En aquel año vendió 800.000 ejemplares de sus obras, cosa que nunca dijo ninguno de los hits parades habituales de los libros mejor vendidos. Peor para ellos. Sólo Hacienda lo supo.

Después llegó el dorado descanso de la imaginación y de la literatura, y las sucesivas explosiones finales. Fragmentos de apocalipsis no repitió el triunfo anunciado, pero sí La isla de los jacintos cortados -premio Nacional de Literatura-, donde Torrente seguía burlándose a la vez de Júpiter y de Napoleón, y así sucesivamente, la variante policial y de espionaje que fue Quizá nos lleve el viento al infinito, y esa ópera reconcentrada y humorística de La rosa de los vientos, donde todo gira hasta el final. Pero, con perdón, nadie sabrá nada de Torrente si no lee uno de sus últimos libros más ejemplares y misteriosos y que menos éxito ha obtenido entre el público y las editoriales: por favor, hay que leer Dafne y ensueños, así entenderán de una vez a este escritor tan consciente como intelectual, tan seductor como elitista, tan español como cosmopolita, que es don Gonzalo Torrente Ballester, premio Cervantes 1985.

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