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Tribuna:ESCULTOR DEL HOMBRE
Tribuna
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La causa universal del valor

Vengo de ver, por última vez, a Pablo Serrano, a quien he dejado vuelto ya bella, noble, serena escultura de sí mismo, rodeado de amigos silenciosos, todavía no demasiados, todavía contenidos en recinto de grave luto sin bullicio. Vine de su casa a la mía para escribir estas líneas, pero allí quedó la hermosa cabeza, que él esculpió, no de mí, sino de quien yo habría querido ser, y cuyo doble, como voz de la conciencia ético-estética, estaba aquí esperándome y está siempre conmigo.El itinerario de la amistad

Y como ocurre, según se dice, en los instantes inmediatamente anteriores al de morir, yo también recorrí, en un momento, el itinerario de nuestra amistad, desde aquellos tiempos de Carola y José María Moreno Galván, del matrimonio Millares, de Carmen y Ricardo Aguilera, y de tantos amigos más, en la época de la resistencia frente al franquismo; las reuniones en su estudio; la proyección, a la vez reservada y concurrida, de Viridiana; la peregrinación poético-política a Baeza, tras la imagen de Antonio Machado; mi estancia, durante la Semana Santa de 1965, en su casa de Gandía, escoltado yo, como todo un ministro, por un coche de la policía; las visitas ulteriores a la cercana ermita del común y querido amigo Alfonso Roig; nuestros encuentros en Nueva York, la siempre nueva fiesta de sus exposiciones y las de Juana Francés...

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Pablo Serrano ingresa en el recuerdo

La última vez que vi con vida a Pablo fue hace exactamente dos semanas, con ocasión de la inauguración de la exposición de Juana en el Centro Cultural Nicolás Salmerón, de Chamartín. Ese día ambos habríamos tenido que formar parte del jurado que otorgaba los premios de la Asociación Pro Derechos Humanos y ambos dejamos de hacerlo, sumando nuestros votos a la mayoría, para acompañar a Juana.

Cenamos luego juntos con los pintores Pepe Caballero, Salvador Victoria, Pepe Noja, sus respectivas mujeres, el equipo de arte de la Junta Municipal de Chamartín, con su concejala, antigua alumna mía, al frente, y la nieta de Pablo con su madre. Fue una muy grata velada.

Durante ella, otra vez volvimos a hablar de su largo pleito. En otras ocasiones, por ejemplo, recuerdo, una vez en casa de otro común y querido amigo, Rodrigo Uría, yo había achacado a testarudez aragonesa tan prolongada querella.

La causa del valor

Pero la noche a la que me refiero, la del 12 de este mes de noviembre, comprendí que no era así; comprendí que la causa por la que él luchaba era la causa universal del valor, que no puede nunca ser de exclusiva propiedad e ius abutendi, de la obra de arte.

Como apoyo de esta reivindicación nos pidió que asistiéramos a la vista judicial de la cual la Prensa ha dado cuenta. Yo apunté el nombre Pablo en mi agenda para el día 20, pero luego, en medio de múltiples quehaceres, fui incapaz de caer en la cuenta de qué significaba ese nombre inscrito para aquel día, cuando en realidad era la última cita que él me dio, y a la que falté.

No le volví a ver con vida nunca más. Le he visto en su ataúd; le veo en las obras suyas que poseo, en mi cabeza, a la que ya no me quedará tiempo para acabar por parecerme; le veo en otras dos obritas suyas que tengo, el boceto de estatua a san Juan de Ávila, fundido en su cruz, y la miniatura de la estatua, meditabunda, del doctor Marañón. Y le sigo viendo marcharse, infatigable, a París, a Moscú, a Lisboa, a Nueva York, a Santo Domingo -adonde iba a trasladarse justo en estos días, para participar en un acontecimiento artístico-, a la Gloria -nombre, Gloria, el de su hermana, religiosa-, a la inmortalidad, a su último viaje... Que en él descanse de su lucha por el arte.

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