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Fernán-Gómez y la aventura del comediante

Cada dos días, en los 85 años de este siglo, un español ha publicado una obra de teatro que ha ido a parar a la biblioteca de la Fundación March, que ahora publica su catálogo. Teniendo en cuenta que la fundación no posee todas las obras editadas, ni todos los manuscritos, y que muchas obras estrenadas no fueron nunca editadas, es fácil duplicar o triplicar el número; y sólo la imaginación puede suponer cuántas han sido las que han muerto en los cajones de sus escritores.Aún hoy se producen en una ciudad como Madrid unos 200 acontecimientos de teatro reseñables al año, aunque haya variado mucho su razón de ser: ahora se trata, sobre todo, de refundiciones, montajes nuevos de obras anteriores, espectáculos... El autor, como personaje muy característico de la sociedad literaria española, ha disminuido su actividad, a menos que aceptemos como autoría a oficios paralelos.

La Fundación March relata este siglo XX del teatro con una exposición de algunos documentos de los que tiene en su archivo y con un ciclo de conferencias. El jueves habló Fernando Fernán-Gómez, presentado por Andrés Amorós -no sólo alma, sino también manos de esta advocación teatral de la fundación-, sobre la condición del actor.

Habría que decir que interpretó su conferencia, o que representó el papel de conferenciante como un gran actor. El tema que desarrolló nace de una antigua preocupación, presente en muchos de sus escritos y muy especialmente en su novela Viaje a ninguna parte: la misteriosa razón de que los comediantes hayan sido perseguidos, odiados, despreciados o marginados en todos los tiempos y en todas las sociedades. Buscando las posibles razones, llegó a la idea de que podía ser por el hecho mismo de la representación, de la desconfianza que puede inspirar a la sociedad una persona capaz de ser otras.

Si hubiera algún deseo de contradecir la tesis de Fernán-Gómez, él mismo podría ser un ejemplo: cómico, es una de las personas más queridas, respetadas y unánimemente aceptadas como magistrales por nuestra sociedad, como sucede con otros compañeros suyos. Un freudiano podría decir que precisamente el desafío que le ha planteado su condición es lo que puede haberle llevado a la conquista de esa posición social y un sociólogo, que hay otras muchas profesiones, oficios u ocupaciones muy mal tratados en España. Pero si se libera uno del espíritu de contradicción, la lectura de Fernán-Gómez aparece como una acumulación de verdades, a veces deformadas para que el ejemplo tenga condición de humor, como un homenaje a una profesión que ha sufrido martirio y que a muchos nos es entrañable, y como una pieza literaria excelente.

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