Nuevo Gobierno en Varsovia
LOS CAMBIOS que acaban de producirse en Polonia tienden a dar una sensación de retorno a la normalidad, como si la etapa abierta con las grandes huelgas del verano de 1980 y la legalidad del sindicato Solidaridad, impuesta por dichas huelgas, se hubiese cerrado. Sin embargo, numerosos hechos desmienten que Polonia haya vuelto a la normalidad según el sentido que tal palabra tiene en los países del Éste, cuyos regímenes socialistas se basan, con escasas variantes, en el modelo soviético. En las elecciones de octubre pasado, el porcentaje de participación fue de un anormal 78%, según los datos oficiales. Lech Walesa ha dado cifras inferiores, pero, en cualquier caso, la diferencia es sustancial con el acostumbrado 99% de los países del bloque soviético.El nuevo jefe de Gobierno, Zbigniew Messner, es un profesor de economía muy próximo al general Jaruzelski, y tanto su designación como la composición misma del nuevo Gobierno indican una preocupación prioritaria por los problemas económicos. Una preocupación justificada si se tiene en cuenta que fueron los errores de este tipo, unidos a la política social desafortunada, los que provocaron, en diversas ocasiones, explosiones de descontento popular. La última, en 1980, tan fuerte como para sacudir al edificio político.
Cuando Jartizelski, en diciembre de 198 1, proclamó el estado de sitio y disolvió Solidaridad, lo justificó por la necesidad de corregir una situación económica desastrosa. Su fracaso, sin embargo, es hoy patente. La escasez de productos sigue siendo dramática para la inmensa mayoría de las familias y la inflación continúa muy alta. Poner un economista de jefe de Gobierno es un acto que subraya la importancia de esa cartera y facilita a la vez que Jaruzelski pueda, ante un futuro por demás incierto, eludir una responsabilidad directa en asuntos de economía.
En el terreno político, tres de los principales protagonistas del período 1980-1985 han sido eliminados o desplazados: el antiguo ministro de Exteriores, Olszowski, representante de la línea dura, ortodoxa; Rakowski, el dialogante por excelencia, puente durante cierto tiempo entre el poder y los sectores Intelectuales ligados a Solidaridad, y Barcikowski, el conciliador que firmó con Leth Walesa los famosos acuerdos de Gdansk. Estas destituciones confirman el deseo de Jaruzelski de acentuar el centrismo de su política para intentar, sobre todo, cierta reconstrucción del partido comunista, a la que sin duda se va a dedicar de cara a un congreso previsto para mediados de 1986, tras el del Partido Comunista de la Unión Soviética. No se puede olvidar que, en Polonia, el partido comunista apenas existe actualmente, y si ahora se intenta darle un puesto en el sistema estatal, tendrá que ser desde el poder y como instrumento de poder. Buscar funcionarios capaces de desempeñar determinadas funciones en el Estado y en posesión de unos ideales que ho y no representan nada para la población de Polonia es una tarea ardua.
En ese marco hay que apreciar el hecho de que el general Jaruzelski pase a desempeñar la presidencia del Consejo de Estado, lo que equivale a la jefatura del Estado. Este paso significa más un retorno a la estructura tradicional del poder en la historia polaca que una imitación del ejemplo de otros países del Pacto de Varsovia. En Polonia se da un rasgo diferencial importantísimo: es el único país en el que un militar, un general, es a la vez secretario general del partido y, por tanto, figura máxima del poder. El papel del Ejército -como fuerza y como factor de prestigio entre la población- ha sido decisivo en toda la lucha por derrotar a Solidaridad, y así sigue con los últimos cambios. Estamos ante una normalización que conserva al Ejército como espina dorsal del poder.
Polonia, pues, reúne todavía una serie de características que están muy alejadas del sistema normal en los países del Este. Como elementos más permanentes cabe destacar el papel de la Iglesia y la propiedad privada en la agricultura. A la vez, Solidaridad, si bien ya no es un sindicato de masas, sigue teniendo cierta presencia en las fábricas y encarna una experiencia cuya influencia no se ha borrado. El mismo Lech Walesa está libre y realiza declaraciones contra la política del Gobierno. Existe además una extensa vida cultural al margen de los cauces oficiales, y en ella se difunden ideas que rompen con la estrecha ortodoxia oficial. Finalmente, la dicotomía entre la sociedad y el Estado, autoritario pero débil, y con un partido casi inexistente, determinan una situación muy original. Los sectores más inteligentes de la oposición insisten en la necesidad de un diálogo con el poder que evite males mayores y prepare soluciones que pongan fin a la represión y a la inestabilidad. Con su aparente normalización, Jaruzelski rechaza ahora ese diálogo. Pero, a la larga, será incapaz de controlar una realidad que por su propia dinámica escapa a los dictados del poder.
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