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Tribuna:A PROPÓSITO DE LA VISITA A ESPAÑA DEL PRESIDENTE DE EL SALVADOR
Tribuna
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Duarte sigue beneficiándose de la duda

Hace un año, una parte de la opinión progresista y liberal de Europa dio al presidente Duarte el beneficio de la duda en cuanto a su capacidad para solucionar los graves problemas que afligen a la sociedad salvadoreña. Había duda, porque todo el mundo sabía que el proceso electoral por el que Duarte llegó a presidente está oscurecido por la abstención masiva de la población, ya que votaron menos del 50%, y por el hecho de que no hubiera partidos de izquierda entre las opciones sometidas a votación. Duda también porque nadie ignoraba que los verdaderos árbitros, para no decir dueños, de los destinos políticos en El Salvador son los militares, que, más o menos en el proscenio, han dirigido el país por varias décadas en servicio de la oligarquía agroexportadora, que es una de las más típicas de toda América Latina.Al cabo de más de un año de indisputada presidencia, pocos son los resultados que Duarte puede ofrecer a sus amigos y a quienes, sin considerarse sus amigos, apoyaron, aunque sólo fuera por omisión, su gestión al frente de El Salvador.

No sólo continúa la guerra civil, el primer problema de los salvadoreños, sino que se han roto, después de dos sesiones prometedoras, las conversaciones con la oposición política y armada. Ruptura que la oposición atribuye al presidente Duarte, sin que éste haya podido refutar convincentemente la acusación. Se ha detenido completamente el proceso de reformas sociales y, lo que más debe alarmar a los europeos que le apoyan, ni han cesado los crímenes y desapariciones políticas ni se han dado los pasos necesarios para llevar a los tribunales a los responsables de crímenes notorios, aunque algunas de las víctimas fueran norteamericanas.

Pacto civil-militar

En El Salvador, como recientemente en el Perú de Belaúnde, según se está descubriendo ahora, ha habido un pacto entre civiles y militares, por el que éstos permiten al gobierno que se impongan en los sectores civiles -en cuanto las fuerzas econórnicas se lo permitan, por supuesto- con tal que se les dé mano libre en el combate contra la subversión, como ellos dicen, conservando un aspecto de legitimidad en la represión -que generalmente se reduce a secreto e impunidad- para no alarmar a los que se preocupan de los derechos humanos y no dañar la imagen democrática y civilizada del presidente.

Pero este pacto, que sin duda ha traído una reducción de la cantidad de represión, aun con aumento de su calidad, no debe engañar a nadie. En El Salvador se sigue practicando una guerra sucia, de las más sucias que se conocen en un continente donde éstas abundan. La Comisión de Derechos Humanos del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, Amnesty International, Americas Watch y otras agencias de este género, basándose en la Tutela Legal del Arzobispado y otras fuentes internas, continúan denunciando desapariciones, ejecuciones sin juicio, y torturas a prisioneros, amén de privación total de garantías procesales.

Por otra parte, no hay que olvidar el estado de sitio, vigente desde enero de 1981 y que Duarte no ha sido capaz de levantar. Se ve que los estados de sitio prolongados, como también el de Colombia, acaban siendo olvidados por la opinión pública mundial, que hoy por hoy tiende a pensar y hablar de El Salvador como si fuera una democracia de Europa Occidental, cuando es en realidad un sistema político completamente hipotecado en la guerra contra la subversión, que justifica todos los abusos y sobre todo el abuso de continuarla, buscando una victoria militar que se le escapa al gobierno cada vez que cree tenerla en las manos.

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Ha llegado el momento en que los observadores más o menos imparciales del conflicto centroamericano, como se puede considerar al Gobierno español, exijan cuentas a Duarte por el beneficio de la duda que le dieron. La simpatía que haya podido despertar el secuestro de su hija, un episodio de la guerra civil en un país donde todos los días secuestran y desaparecen hijas e hijos de las familias humildes que apoyan a la guerrilla, no debe oscurecer la naturaleza del régimen que preside y de la acción política que está realizando. A Duarte hay que presionarle desde Madrid para que reanude sinceramente unas conversaciones que todo el pueblo desea ver reanudadas. Y si argumenta que la oposición no es sincera cuando manifiesta su disposición al diálogo, dígasele que tiene en sus manos una forma de demostrar ante la faz del mundo las verdaderas intenciones de sus enemigos políticos: sentándoles a la mesa de la negociación.

Si espera a la proximidad de un triunfo militar sobre la guerrilla para comenzar de nuevo el diálogo, estará infligiendo irresponsablemente un daño desproporcionado a su pueblo.

Luis de Sebastián es profesor de ESADE, ex rector de la universidad de El Salvador.

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