El deterioro del derecho internacional / 1
La primera quincena de octubre ha traído a primera página de los periódicos una serie de hechos cuya trascendencia internacional excede del análisis aislado de cada uno de ellos, y obliga a una reflexión sobre el deterioro creciente de las pautas de comportamiento que hasta ahora han regido las relaciones entre Estados.De forma cada vez más sorprendente hemos asistido a la sucesión de noticias sobre el bombardeo israelí del cuartel general de la OLP en Túnez, ocasionando al menos 70 muertos y más de 100 heridos, justificado por el ministro de Defensa israelí como acto de represalia por el asesinato de tres israelíes en Chipre, e inmediatamente avalado por el presidente de EE UU; el secuestro del trasatlántico italiano Achille Lauro por un comando del Frente de Liberación de Palestina con la muerte de un ciudadano norteamericano presuntamente asesinado por el comando, acto condenado por la OLP, que además actúa como mediadora para poner fin al secuestro; la intercepción en vuelo por cazas de EE UU del avión egipcio que transportaba a los secuestradores obligándole a aterrizar en la base de la OTAN de Sigonella, en Sicilia; la actitud bélica de los militares norteamericanos de la base, al mando de un general de EE UU, frente a los carabinieri italianos a fin de detener y llevarse al comando y a Abu Abbas, pasajeros de dicho avión; la felicitación de la Asamblea de la OTAN al presidente Reagan por la "audaz acción militar" norteamericana contra el terrorismo, y la aquiescencia soviética calificando la intervención de EE UU como "justa y comprensible".
Todos estos hechos, enmarcados prima facie en el conflicto de Oriente Próximo, revelan al menos tres coordenadas comunes: el interés de EE UU, su trascendencia internacional y el consenso general de que los actos de terrorismo deben ser sancionados. Tres grandes temas subyacen en toda la trama: el deterioro de las relaciones internacionales y del deterioro del derecho internacional y el concepto mismo de terrorismo internacional.
En la sociedad internacional contemporánea, la actitud que adopten las dos superpotencias en su política exterior determina en gran medida las relaciones internacionales entre el resto de los Estados.
En relación a la política exterior de EE UU, es significativo el llamado documento de Santa Fe sobre "una nueva política interamericana para los años ochenta" elaborado para el Partido Republicano algo antes de la victoria a Ronald Reagan. En él aparecen dos ejes claros: uno, la posibilidad de intervención de EE UU en cualquier parte del mundo: "EE UU no puede aceptar la pérdida de ninguno de los fundamentos de su poder, sea en América Latina, en Europa occidental o en el Pacífico occidental, si quiere mantener una fuerza de apoyo suficiente para permitirle jugar un papel estabilizador en cualquier lugar del mundo"; otro, la justificación de esta posibilidad en aras de la salvaguarda de sus intereses nacionales frente al comunismo internacional: "La alternativa que se nos ofrece es o bien la paz soviética o, al contrario, la afirmación del poder americano a nivel mundial".
Con estas premisas no extrañan, pues, las afirmaciones hechas desde la Administración Reagan en el sentido de que la independencia de Europa occidental, igual que la de Japón, es uno de los intereses vitales norteamericanos en la esfera de la seguridad; ni tampoco el análisis que el propio presidente hizo de la situación de Centroamérica en su discurso ante la OEA en febrero de 1982, augurando dos posibles futuros: "El establecimiento o restauración de Gobiernos constitucionales, moderados, con crecimiento económico y mejor nivel de vida, o una mayor expansión de la violencia política de extrema izquierda o extrema derecha como resultado de la imposición de dictaduras, e inevitablemente una mayor decadencia económica y sufrimiento humano. La oportunidad positiva queda ilustrada por dos tercios de las naciones del área que tienen Gobiernos democráticos. El futuro oscuro queda proyectado por la pobreza y la represión de la Cuba de Castro, el cada vez más fuerte agarre totalitario de la izquierda en Granada y Nicaragua y la expansión de la revolución violenta en América Central con el respaldo soviético y el apoyo cubano".
El deterioro creciente de las actuales relaciones internacionales no es ajeno, en mi opinión, a esta filosofía maniquea y prepotente que inspira la actual política de EE UU. La reducción de la escena internacional a buenos y malos y la identificación del dominio norteamericano con la justicia es cuando menos una visión simplista -si no perversa- de los acontecimientos internacionales.
Hasta ahora, las diversas opciones de política internacional han aceptado, al menos formalmente, los parámetros de legalidad y legitirnidad del derecho internacional.
Desde 1945, los parámetros de legalidad aceptados por todos los Estados están contenidos en la Carta de la ONU; vista la experiencia de la II Guerra Mundial, este instrumento -uno de cuyos principales artífices fue EE UU consagra como reglas del juego para asegurar las relaciones pacíficas entre los Estados: el respeto a la soberanía e integridad territorial de los Estados (que incluye las fronteras terrestres, marítimas y el espacio aéreo), la prohibición del uso de la fuerza armada (incluidos los actos de represalias) y el cumplimiento de buena fe de las obligaciones (incluidas las asumidas en la Carta de la ONU). Por otra parte, en el derecho internacional contemporáneo la legitimidad internacional para establecer la legalidad -una vez abandonada la teoría del origen divino del poder- se fundamenta en el acuerdo entre los Estados.
Las violaciones de las normas de derecho internacional no son nuevas, ni específicas de nuestra era, ni tampoco atribuibles sólo a unos determinados Estados; estas violaciones, sin embargo, normalmente se han pretendido justificar con una determinada cobertura legal (el pacto de la SEATO para la intervención norteamericana en Vietnam; el Pacto de Varsovia, para la intervención soviética en Checoslovaquia; la petición del Gobierno amigo en el poder en los casos, por ejemplo, de la ayuda a El Salvador o a Afganistán). Sólo en situaciones límite -como en el régimen nazi de Hitler- se omite cualquier cobertura de legalidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Fondos cohesión
- Terrorismo internacional
- OLP
- Ronald Reagan
- Ciencias jurídicas
- Opinión
- Secuestros terroristas
- OTAN
- Contactos oficiales
- Cuba
- URSS
- Territorios palestinos
- Fondos estructurales
- Centroamérica
- Guerra civil
- Bloques políticos
- Israel
- Caribe
- Estados Unidos
- Geopolítica
- Planes desarrollo
- Acción militar
- Bloques internacionales
- Relaciones internacionales
- Parlamento